Un Presidente sin jerarquía, una Vicepresidenta, sin grandeza
Edición Impresa | 29 de Diciembre de 2020 | 01:57

Juan Manuel Casella
Abogado, dirigente de la UCR
Los argentinos, cualquiera sea nuestra identidad política o nuestra condición social, llegamos a fin de año tristes, preocupados y empobrecidos.
Aún aquellos que viven bien, se angustian por las necesidades materiales que tantos padecen. Por la inflación y la desocupación; por los chicos que desde hace diez meses no tienen escuela, por la inseguridad y el narcotráfico; por los riesgos que genera una pandemia que parece no tener solución cierta, cuya prolongación colocó a muchos al borde de la quiebra o ya los precipitó en ella; por la corrupción rampante e impune; por un Estado que cobra grandes impuestos pero otorga malos servicios que ni siquiera llegan a todos.
El problema empieza por arriba. El presidente de la República no respeta su propia investidura –que debe defender, porque es de origen popular- cuando deja que otros se apoderen de porciones crecientes del poder que le corresponde; cuando contradice sus propias opiniones, claudicando frente a la presión interna; cuando respalda la búsqueda de impunidad por quienes se disfrazan de presos políticos después de recorrer las instancias judiciales que en todos los niveles confirmaron sus condenas; cuando pierde su tiempo buscando equilibrios que nunca alcanzará porque ya es obvio que quienes lo acosan desde adentro buscan desgastarlo y devaluarlo.
No es grato decirlo, pero la conducta cotidiana del Presidente parece demostrar que carece de la jerarquía que requiere el cargo. Para peor, esa demostración viene de quienes debieran sostenerlo.
“En el fondo de su pensamiento (la Vicepresidenta), no puede aceptar que otro –aunque sea su creación- gobierne al país”
La Vicepresidenta -que impulsó la candidatura presidencial no por generosa, sino porque advirtió que era la única forma de ganar las elecciones- ocupa casi todo su tiempo y la agenda del Senado en su defensa personal y de su familia, aunque buscar ese objetivo implique destruir las instituciones. Pero también, en el fondo de su pensamiento, no puede aceptar que otro –aunque sea su creación- gobierne al país. A partir de ese sentimiento, se encarga de desautorizarlo públicamente y de la peor manera, cualquiera sea el costo que implique esa demolición sistemática.
No hay grandeza alguna en instalar una bicefalía paralizante que se suma a los muchos problemas que los argentinos arrastramos sin encontrarle solución. La grandeza de un dirigente consiste en identificarse con las necesidades del pueblo, para resolverlas. La mezquindad de privilegiar las metas individuales y el propósito permanente de conservar el poder a cualquier precio, no son más que expresiones del egoísmo antisocial en que se ha instalado la Vicepresidenta. Así, está claro que la historia no la absolverá.
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