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Dra. Silvia Bentolila*

Estoy a días de cumplir 40 años de matrimonio con un gran amor, la medicina, como en todo matrimonio largo, hemos tenido entre ella y yo, encuentros y desencuentros, momentos gloriosos y no tanto, pero feliz como muchos de haber abrazado esta vocación. En este día tan especial, voy a ser breve, dejar que este testimonio de un colega hable por sí mismo y sólo sumar algunas reflexiones de una especialista obsesionada con el cuidado de la salud de los que cuidan.

“Mientras estaba dializando a la paciente de cama 1 de la terapia sentía un calor insoportable porque el camisolín me brota la rosácea, el elástico del barbijo N95 se me va incrustando hasta que siento que va a quedar dentro del cerebro. Detrás de las gafas empañadas apenas puedo ver, porque después de las antiparras viene la máscara facial, pero no deja de preocuparme la saturación del paciente de cama 3 que de los cinco que hay en la sala es el único que respira por sus propios medios. Tiene mi edad y la saturación no sube de 91, con alto flujo de oxígeno.

Detrás del vidrio como dos guardias implacables están los intensivistas más experimentados, dos pibes de mi edad, Diego y Martín, que a pesar de haber ventilado a cinco pacientes durante la guardia, a la una de la mañana del jueves permanecen con la vista clavada en el paciente de cama 3. Yo, que no soy intensivista, no puedo más que angustiarme por la situación, ni dejar de pensar que la única solución es un respirador. Y llegó el momento, por fin, como en una película de superhéroes, Diego y Martín se visten con los elementos de protección y entran al rescate. Para mí sorpresa luego de 20 minutos el paciente de cama 3 satura 99%, pero lo más sorprendente: sin el respirador. Una sesión de kinesiología respiratoria le ahorró la ventilación mecánica. Yo no sé si el paciente habrá tomado conciencia de lo que esos dos médicos hicieron por él esa noche. Tampoco sé si lo sabrán los otros pacientes que ellos ventilaron durante esa guardia. Con lo que los conozco a Diego y Martín sé que no lo hacen para que se lo agradezcan”.

Ha sido ampliamente reconocido que los trabajadores de la salud están expuestos a una tarea que librada a su devenir puede generar un enorme desgaste con tasas de un 50 por ciento de manifestaciones de ansiedad, depresión o burnout recientemente publicados por OPS/OMS. Es evidente que “no es gratis lidiar cotidianamente con personas en condiciones de sufrimiento humano y quienes están permanentemente expuestos pueden llegar a olvidarse del cuidado de su propia salud y, salvo honrosas excepciones, la población cuida poco a quienes entregan su saber y su vida”.

La pandemia ha conmocionado, alterado, estallado la normalidad, pero también puso brutalmente en evidencia “lo esencial”. En el libro que acabo de publicar (en co-autoría con el politólogo y académico Mario Riorda) “Cualquiera tiene un plan hasta que te pegan en la cara - Aprender de las Crisis” decimos que es tiempo de reconocer que sino cuidamos a los esenciales, no tendremos quienes nos cuiden. Es preciso darles un trato digno, reconocimiento explícito de su labor y, por sobre todas las cosas, saber que cuidarnos es cuidarlos. Mi agradecimiento eterno en un abrazo fraterno a mis colegas.

(*) Médica especialista en Psiquiatría y Psicología Médica. Integrante del Equipo Regional de Respuesta frente a Emergencias Sanitarias-OMS/OPS.

 

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