Un muro invisible que nos aparta de la identidad social
Edición Impresa | 14 de Abril de 2020 | 02:55

Por PATRICIA MAESTRI (*)
Lo social, los rituales son costumbres que estructuran nuestra vida de relación, reafirman de alguna forma la identidad de quienes los practican tanto en grupo como en privado, y han acompañado a la humanidad durante toda su existencia. Quizás también son solo puntos de referencia que pueden esconder una profunda sensación de soledad, de vacío de ser o de desprotección.
Tener, por ejemplo, un día determinado en nuestro calendario en el que sabemos que vamos realizar algo planificado nos da una agradable sensación de control y estabilidad.
Poco a poco vimos instalarse un muro invisible que nos impide avanzar provocando la interrupción de un cierto orden establecido. Acciones que tienen un claro contenido simbólico (que quizás muchas veces o para muchos han perdido su conexión con un sentido profundo y se convirtieron en hábitos formales o vacuos) como las ceremonias, incluso la preparación de ellas, que constituye un rasgo de identidad social, que marcan el paso de una fase de la vida o de un estatus social a otro, los festejos, la muerte de un ser querido, el advenimiento de un recién nacido, proyectos laborales, mudanzas...que definen algunos de los momentos más importantes de nuestras vidas, un proceso orientado hacia un fin que conecta con nuestro inconsciente y expresa las paradojas de nuestra existencia y su sentido. Tantos acontecimientos a punto de concretarse, que han quedado congelados en el mejor de los casos o perdidos para siempre. Ahora el ritual se hizo más virtual que simbólico.
Se abre así un espacio-tiempo diferente que supera nuestro tiempo cronológico o la linealidad de la lógica temporal. Como si la subjetividad quedara de algún modo interrumpida.
El ritual se usa como mecanismo protector, procurando una sensación de seguridad y este muro, esta irrupción de lo no previsto obliga a las personas a adaptarse a la nueva situación. Sin duda, en la emocionalidad que se despierta surge la frustración. Una huella psicológica. Frente a esto operan dos caminos: dejar esta huella dolorosa en carácter de trauma o herida provocada como algo que se vive como violencia externa o comprender que el dolor que provoca ´´el perder lo que nunca se tuvo”’ nos permite acceder al reconocimiento de la discrepancia entre la realidad externa y la íntimamente creada y procesar ese sufrimiento que sólo el paso del tiempo podrá mitigar.
(*) Psicóloga
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