La protección de los más vulnerables y la necesidad de planificar respuestas

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SILVIA GASCÓN

Presidenta Red Mayor La Plata

Dos grupos merecen especial atención en relación al cuidado ante la pandemia del coronavirus: las personas mayores, por ser especialmente vulnerables ya que el virus cuando ataca a alguien con otras enfermedades crónicas puede ser fatal, y los trabajadores de la salud que están en contacto directo con ellas.

Si bien la mayoría de las personas mayores transitan su envejecer con importantes grados de bienestar, a medida que los años pasan, aumenta la probabilidad de padecer enfermedades crónicas, que suelen traer secuelas discapacitantes. Por eso se considera a éste un grupo de riesgo ante el virus.

En un sentido más amplio se consideran vulnerables a aquellos cuyo entorno personal, familiar, relacional, profesional, socioeconómico o hasta político, padece alguna debilidad y en consecuencia, se encuentra en una situación de riesgo que podría desencadenar un proceso de exclusión social. Inferimos rápidamente que esta definición se aplica también para toda la población mayor, ya que por el sólo hecho de tener determinada edad se encuentra expuesta a sufrir el avasallamiento de sus derechos fundamentales; ellos requieren un esfuerzo adicional para incorporarse a los sistemas sociales o de salud y se encuentran más propensos a la exclusión o a la pobreza.

La pandemia ha visibilizado estas y otras situaciones que padecen los mayores, tales como soledad y aislamiento, aun contando con redes de apoyo familiar, la inequidad al recibir servicios de salud, el destrato en bancos y medios de transporte e incluso, en organismos creados para su atención. Y quizás algo menos tratado, el desconocimiento de sus costumbres, hábitos y preferencias. Ni siquiera adquieren la categoría de clientes con derechos.

EL COVID-19 es, sin dudas, un llamado de atención para reflexionar y tomar medidas acerca del lugar que les damos a las personas mayores en nuestra sociedad. Desde esta columna nos oponemos firmemente a que la edad sea un criterio para decidir la admisión en cualquier tipo de tratamiento, también a responsabilizar a los mayores por no haberse cuidado, ya que hicieron todo lo posible, y más aún, culparlos por haber vivido más años de lo que se esperaba.

EL COVID-19 ha visibilizado una situación que desde hace tiempo se viene produciendo. El sistema de salud se encuentra hoy ante un problema que conoce: las enfermedades infecciosas. La diferencia es que frente a ésta no tenemos aún remedios. Frente a otras “pandemias”, como el mal de Alzheimer, entre otras, la respuesta del sistema socio-sanitario continúa ausente.

El otro grupo vulnerable es el de los trabajadores de la salud, especialmente los que están en contacto directo con pacientes.

Los asistentes de cuidados personales en hogares o en las residencias para mayores, los técnicos y profesionales, constituyen uno de los grupos más susceptibles a la enfermedad y muchos de ellos ya están en cuarentena. Con los casos confirmados de COVID-19 que se van sumando, estas cuarentenas se harán masivas y podrían dejar rápidamente al sistema socio-sanitario con poco personal.

¿Cómo estamos planificando la atención de las personas mayores para cuando todo se ponga más difícil y sea necesaria la derivación de infectados a centros de salud? ¿Será necesario fijar prioridades? ¿La edad será un criterio?

Es imprescindible planificar desde ahora. Algunas instituciones ya lo están haciendo pero hay que anticipar posibles dificultades. Las residencias no están preparadas ni tienen que estarlo para tratar a pacientes infectados. No tienen lugares de aislamiento, ni equipos e instrumentales. El recurso humano está preparado para cuidar, no para curar, son habilidades diferentes.

Hay mucho para hacer en este campo y esta puede ser una oportunidad.

 

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