Ocurrencias: presidente casamentero y rey con sobreprecio

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

 

A pesar de que las cifras no ayudan, la cuarentena hizo una pausa y ahora se llama “intermitente”. Como para poder echarle un vistazo al poco de vida que va quedando. El confinamiento va dejando el tendal de desesperados que sueñan con poner algo en la alcancía. La monotonía de los primeros días dejó lugar al desasosiego. Hay tantas cosas pendientes que nadie se aburre, todos calculan. Es cierto que comparativamente al panorama sanitario deja ver buenos resultados. Pero también es cierto que el hartazgo y el empobrecimiento contagian y quitan el aire. El ministro de Salud Ginés González García habló de una flexibilización con freno de mano, como para poder pegar la vuelta si las malas noticias nos siguen atropellando. Su metáfora automovilística colorea y define a esta cuarentena intermitente que a veces acelera y a veces choca, donde sobran volcados y abandonados. La idea de alisar la curva y alcanzar el pico, se ajusta con los planes de un conductor que esta semana tuvo que poner un par de veces la marcha atrás para no molestar a esa copilota celosa que le marca el rumbo y pide algunas veces que acelere y otras veces que demore. Derrapes y volantazos se fueron dando en medio de circuito resbaladizo, con muchas contracurvas, un recorrido bravo que le exige al primer piloto de la escudería poder encontrar esa posición que deje conforme a la tribuna y a la dueña de la fábrica. Todo es incierto. En un escenario difícil, entre hisopados y fuego amigo, el presidente ahora debió desmentirse a la sombra de una apuntadora tenaz que no lo deja apartarse del libreto ensayado.

PRESIDENTE CASAMENTERO

El amor y el poder suelen llevarse bien. Las páginas sociales y policiales de estos días trajeron la noticia de un rey y un presidente que supieron disfrutar las cosas buenas de la vida y que ahora debieron capitular ante las exigencias de una actualidad que los tiene retirados y sin pretensiones. Carlos Menem se casa otra vez con Zulema. El prócer de Anillaco se había encariñado tanto con las reelecciones, que colgó para siempre el traje del galán del Mercosur para volver a la fórmula de sus primeros años. Tiene la pasión y el romanticismo con mandato cumplido. Y sus achaques lo hacen desear más una enfermera que una esposa. La pandemia y el encierro, se sabe, produjeron más de un retorno. Zulema Yoma se sumó a última hora a la biografía movediza de este exmandatario que alardeó en el sillón presidencial y disfrutó audiencias cama adentro. Este balotage matrimonial viene a enseñar que el amor puede apelar a diferentes disfraces. Zulema, con cara nueva y sueños viejos, le puso una vacuna salvadora a su larga trama de pérdidas y rencores. La echaron como primera dama y ahora la trajeron como la última.

Flexibilizaron para que podamos echarle un vistazo al poco de vida que va quedando

REY AGRADECIDO

El otro ex que volvió a escena fue el monarca Juan Carlos I, de España, verdadero rey de los sobreprecios. Por su sospechosa fortuna, hoy está bajo la mirada acusadora de súbditos, jueces y parentela. El derrumbe moral de Juan Carlos empezó cuando tropezó cazando elefantes. Y ya no se levantó más. Se lo tenía como un soberano mujeriego y de buen talante. Pero no como un romántico tan dadivoso. Ahora se supo que le había regalado 65 millones de euros, “como muestra de amor y gratitud” a Corinna Larsen, su amante y gestora, una rubia de buena geografía y bien cotizada. Fue el fruto de una coima entre majestades que deja a la altura de una chapuza los sobreprecios de tantos emprendedores patagónicos de estos años que se hicieron millonarios aprovechando contagios y cercanías. Se sabe que el rey Juan Carlos había recibido un regalo de 100 millones de euros del rey de Arabia Saudí, como una sobrecomisión por las obras del AVE en La Meca. Una compra venta de pactos que es otra muestra de gratitud y amor. Los borbones la saben bien. En España se recuerda cuando Cristina de Borbón, su hija, en medio del escándalo por la estafa que había cometido su marido, dijo aquella frase que alumbra el alma impune del poder: “Me educaron en lo que tenía que hacer, pero nunca me dijeron lo que no debía hacer”.

El prócer de Anillaco sueña tanto con las reelecciones, que se casa otra vez con Zulema

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