El olvido en tiempos de Google
Edición Impresa | 16 de Agosto de 2020 | 04:07

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
atalia Denegri le ganó un juicio a Google. Quería eliminar algunas huellas de su pasado. Ella fue una de las chicas del caso Cóppola, un folletín que marcó el alto rating de la tevé de los 90. Ahora es señora, mamá y conductora de éxito en Miami. También la ex presidenta Cristina Kirchner cargó esta semana contra ese súper buscador que la presentaba como “ladrona”. No son las únicas. Muchos quieren borrar cosas que hicieron y cosas que dijeron. Google roba intimidad, secretos y calma. Trabaja sobre lo posible y no sobre lo indudable. Y acaba exponiendo a medio mundo al riesgo de un recuerdo permanente.
El asunto toca fibras diversas y dolientes. La memoria, a la que tanto acudimos, muchas veces nos juega una mala pasada y se empecina en obligarnos a volver adonde no queremos. El pasado pide cuentas a cada instante. Los archivos suelen dejar desairado a esos políticos parlanchines que hoy quieren ponerse como ejemplo, aunque su ayer los desmienta y los complique. Google ya ha perdido otros juicios de este color, pero al final siempre tiene difusión asegurada. La desesperación por anular o salir de pantalla lo único que logra es acaparar más atención. Los que se empeñan en recurrir a la justicia para poder tachar algo, al final obtienen lo contrario. Internet es un mundo en si mismo que está más allá de cualquier regulación y contención. Si el juicio se gana, siempre subsiste la memoria colectiva y la dichosa nube para recordar que en la web nada se muere del todo y que el olvido es una meta inalcanzable.
Se recuerdan dos ejemplos que hicieron historia: Barbra Streisand que no quería que se difundiera fotográficamente su costosa mansión. Ganó la querella, pero obtuvo una amarga recompensa: atraídas por esa prohibición, el desfile de gente por el lugar fue incesante. El otro ejemplo es el del español Mario Costeja, que en el 2004 enjuició a Google para poder impedir que viejos problemas financieros siguieran en pantalla. Pero le pasó lo mismo que a Barbra: por haber garantizado su derecho a ser olvidado, nunca fue tan recordado.
Cinco años atrás el Tribunal de Justicia de la Unión Europea determinó que buscadores como Google deberán permitir que las personas sean “olvidadas” cuando las informaciones ya superadas de su pasado sean consideradas lesivas o sin relevancia. Pero desde diversos frentes alzaron la voz. Consideran que es una argumentación caprichosa. Porque si cada uno puede corregir a los buscadores y acomodar a su gusto esa biografía pública, entonces la manipulación y la censura desgastarán la verdad.
Es fascinante entrar a desmontar los entretelones de lo que ocultamos y lo que mostramos. Todos queremos que sólo se conozca nuestro mejor perfil y dejar lo demás en el olvido. Buscamos así controlar la mirada del otro. Por eso le pedimos a Google que dé de baja las huellas que manchan. ¿Quién no quisiera poder eliminar algo de nuestra vida? Pero ¿tenemos derecho a ser olvidados? E incluso, aunque la justicia decida que sí, ¿es posible ser olvidado? Están los que creen que la pretensión de domesticar a Google es sana y legítima. Y están los que dicen que los querellantes no persiguen una reparación moral, sino poder controlar la narrativa de su vida, corregir su pasado. Hay que recortar la trayectoria para que nada la empañe. “No basta con superar personalmente un mal momento, es necesario que nadie sepa que se lo ha vivido”, como dijo la brasileña Eliane Brum.
Es curioso comprobar que aquellos que luchan y aprovechan los espacios de Internet para mantener su protagonismo, comiencen a desear el olvido. La existencia es un reguero de permanentes correcciones. Las tachaduras y las fugas –que es otra forma de borrarse- confirman que el ser humano siempre quiere ser otro. Por eso necesita borronear su destino. Ser olvidado para poder ser. Es llamativo que el hombre, que siempre quiso vivir para siempre y trascender como sea, ahora comience a preocuparse por no poder morir del todo en internet. Francisco Umbral decía que la información “mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto”.
Google roba intimidad, secretos y calma. Trabaja sobre lo posible y no sobre lo indudable
¿Tenemos derecho a ser olvidados? ¿Es posible ser olvidado?
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