“Espero tu (re) vuelta”: la juventud que pone el cuerpo y rompe barreras

Construido como “un videoclip de 93 minutos”, el documental de Eliza Capai retrata las revueltas estudiantiles de Brasil

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“Cuando entré a la toma, una de las primeras cosas que vi fue una mujer joven con ropas muy cortas: me sentí como una tía vieja, al ver a esa niña durmiendo con los guardias adentro, temiendo por su seguridad. Pero esas chicas decían ‘mi cuerpo, mis reglas’: eso que para mi generación es un slogan, ellas lo ponían en su propio cuerpo”, cuenta la documentalista brasileña Eliza Capai, que firma uno de los estrenos de la semana, “Espero tu (re) vuelta”, cinta sobre las luchas de los movimientos estudiantiles de Brasil que se verá en la plataforma Puentes de Cine desde el jueves.

Pero las luchas que retrata su película, se dio cuenta rápido Capai, excedía la pelea por mejoras políticas puntuales en un sistema educativo que refleja la desigualdad de su país: los estudiantes que ocuparon los espacios públicos en 2015 y 2017 se volvieron un faro que a la vez luchaba y encarnaba la igualdad que pedían, una igualdad expansiva, rizomática, que hacía estallar viejas categorías y se deshacía de etiquetas opresivas al tiempo que llevaba en la piel el orgullo de su identidad cultural, étnica y sexual. Capai se encontró con el vigor de este movimiento y procuró construir un filme a partir de ese lenguaje intenso, a ese estallido de color y orgullo. Imaginó una película feliz. La realidad le demostraría lo contrario, dándole al recorrido de la película por el mundo, el año pasado (ganó 21 premios en festivales internacionales), y a este estreno, un sabor amargo.

El documental nació en 2015, cuando por primera vez Capai ingresó en una toma, en busca de personajes para una serie. “Me llamaron la atención aquellos estudiantes: chicos y chicas que venían de la periferia de San Pablo, de barrios pobres, violentos, de escuelas públicas muy precarias, y que lograron un grado de organización política muy alto, lograron llamar la atención de los medios y forzar la opinión pública a debatir la educación pública. El impulso para hacer el documental fue comprender a esa generación: me pregunté cómo esa generación, con ese trasfondo, había logrado ese nivel de organización”.

“Me siento muy ingenua al contarlo: pensé que filmaba una película con final feliz”

Eliza Capai,
directora de “Espero tu (re) vuelta”

 

Pero al adentrarse en ese universo, repasando horas y horas de material de archivo, conversando con los protagonistas, la realizadora comenzó a comprender que la lucha política excedía a los reclamos por una educación igualitaria, y atravesaba los cuerpos: se entrelazaban en los reclamos, aparecían con orgullo en las manifestaciones, la lucha antiracista y feminista, la batalla por diversidad sexual y en contra de la LGBT-fobia, la defensa del black power, cada lucha con su color, su forma de llevar el cuerpo, la ropa, el cabello, entremezclándose, influenciándose, también debatiéndose.

“Las luchas políticas eran también cuestiones estéticas: política y estética estaba todo junto, lo que tornaba la lucha en algo mucho más potente y mucho más bonita a la vez”, dice Capai. A la vez, agrega, esa fusión hacía que las luchas fueran “mucho más difíciles de comprender: uno está ahí con su visión binaria de género, con su visión de qué es la moda, lo bello, y ahí se rompe todo. Eso me fascinó”.

La documentalista procuró capturar desde la forma esta diversidad de voces e ideas del movimiento: “El sitio de quién habla es muy importante, y comprendí que podía hablar de esos temas quien los tiene en su cuerpo y su rutina”, dice, y así es que su documental pasó a estar protagonizado por Koka, Nayara, Marcela: dos mujeres, dos personas negras, también con diferentes ideas políticas, unos ligados a partidos políticos, otros autonomistas. 

“La película tenía que tener más de una voz, no podía ser un personaje principal”, explica Capai, que así construye una película en primera persona, pero coral.

Y la coralidad excede a su tríada de protagonistas: la directora formó una especie de red de documentalistas que proveyeron material de archivo sobre las tomas, cada cual, claro, con su propia perspectiva del asunto. “Fue una clase de punto de vista: estudiamos en la universidad que cada uno hace su película a partir de su mirada, pero esta película fue construida mirando materiales de diferentes documentalistas. Y fue muy interesante”, analiza la directora, que revisó materiales de distintos realizadores sobre el mismo día, del mismo acto, pero desde perspectivas políticas diferentes, “películas distintas. Fue interesante intentar reflejar esa pluralidad en la edición”.

Esas imágenes son muchas veces brutales: reflejo de un clima de violencia y tensión que se mezclaba muchas veces con el racismo y la injusticia. Pero también son imágenes de resistencia y liberación, de música y poesía, de juventud. De hecho, “la música aparecía en los momentos de máxima tensión: cuando la policía está lista para atacar, empezaban a cantar”, dice Capai. “La música se convirtió entonces en un cuarto protagonista, y en muchos momentos, mezclando el audio, no se escuchaba al que hablaba porque la música estaba al frente, pero no importaba: ahí tenía que hablar la música, era parte del lenguaje”.

Es que la directora procuró que “si esta película hablaba de una lucha política que utiliza la estética, que esa estética contaminara la propia película”. De hecho, construyó la película pensando en que la vean sus protagonistas, quienes le confesaron que de ninguna manera iban a mirar un largometraje documental de más de una hora. “¿Cómo hacer una película con un lenguaje casi youtuber, que cada cinco minutos empezara otro tema?”, se preguntó la realizadora independiente: construyó entonces “un videoclip de 93 minutos”, en “una tentativa de comunicar con una generación que no mira largometrajes”.

Una cinta vibrante, que Capai imaginó como un proyecto “con final feliz”. “Me siento muy ingenua al contarlo. Pensaba que filmaba una película de la primera generación de brasileños nacidos en democracia, en un país que por primera vez miraba a un pasado de desigualdad, racismo, machismo, de los jóvenes que crecieron con esos debates y comprendieron que Brasil es ese país, muy desigual, muy violento, pero quizás en proceso de transformación hacia una sociedad más igualitaria. Pensaba que hacía una película sobre ese país que iba a avanzar hacia una mayor igualdad social”. 

La película se iba a estrenar a fines de 2018. Pero la directora sentía que “faltaba algo”. Entonces Jair Bolsonaro ganó la primera vuelta de la carrera presidencial y en su discurso dijo que iba a acabar con todas las formas de activismo en Brasil. El final feliz se disolvía.

“Fue un choque muy grande. Me costó aceptar que no era una película de final feliz, sino casi de anuncio del fin de una era. En Brasil, este momento es muy doloroso de aceptar, de comprender: cada día es una bomba, más de mil personas mueren por día de una pandemia que un presidente dice que no es nada…”, dice Capai. Y se queda sin voz, unos segundos. 

Pero la recupera, rápido, incluso con algo de urgencia, para lanzar que sin embargo, “en muchos sitios, en este mundo que habitamos, muy polarizado, con un crecimiento de la extrema derecha, con jóvenes que defienden la dictadura militar y el racismo, la película ha sido para mucha gente un respiro, la esperanza de que la juventud viene con urgencias y con esa falta de noción de cómo funcionan las cosas, una combinación que puede ser muy transformadora. Ahora vivimos un momento dramático, y necesitamos respuestas de más osadía, de más rebeldía que nunca”.

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