Soplan vientos de cambio en Bielorrusia, exrépublica soviética

Presente y pasado de este país de Europa oriental, que vive una histórica ola de masivas protestas contra su autoritario presidente

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El movimiento de protesta en Bielorrusia, que ya cumple un mes, no tiene precedentes por su alcance y diversidad, pero corre el riesgo de fracasar ante un presidente con poder absoluto y cerrado a cualquier tipo de diálogo.

Esta protesta, que aglutina a todos los estratos de la sociedad, es algo totalmente nuevo en esta nación que, luego de siete décadas de república constituyente de la antigua Unión Soviética (URSS), declaró su independencia de ese bloque en 1991.

La protesta actual se desató por el anuncio de los resultados de las elecciones presidenciales del 9 de agosto, que dieron ganador con el 80 por ciento al presidente Alexander Lukashenko (66), en el poder desde hace 26 años y que buscaba su sexto mandato consecutivo.

Al denunciar el fraude, la oposición, liderada por Svetlana Tijanovskaia, asilada en Lituania, reclama nuevas elecciones “libres y justas” y un futuro democrático para este país con 9,5 millones de habitantes, enclavado entre la Unión Europea (UE) y Rusia.

REPRESIÓN Y PENA DE MUERTE

Lukashenko ha intensificado la represión contra opositores y huelguistas –incluso hay denuncias de torturas y rige la pena de muerte-, tildando a los manifestantes de “ratas” e instando a la policía a poner fin a los “disturbios”, y al ejército a defender las fronteras del país.

El mandatario rechaza de plano la propuesta opositora de volver a la Constitución de 1994, que le concedía amplias facultades al Parlamento, e insiste en que se está trabajando en el proyecto de una nueva Carta Magna que será sometido a la consideración de los ciudadanos. La Constitución del ´94, cabe señalar, sufrió dos enmiendas: una en 1996 (que aniquiló las potestades del Parlamento y lo dejó bajo dominio oficialista) y otra en 2004 (que eliminó la restricción de mandatos presidenciales y dio vía libre para eternizarse en el poder).

Bielorrusia es uno de los pocos países de Europa que no ha solicitado ingresar en la Unión Europea (UE). Del mismo modo, la UE no se lo ha ofrecido.

La nación nunca logró despegar económicamente tras el colapso soviético y gran parte de la industria manufacturera ha estado bajo el control de empresas estatales.

ALGO DE HISTORIA

Haciendo un poco de historia, Bielorrusia -territorio habitado por eslavos, quienes étnicamente apenas se diferencian de los eslavos rusos o ucranianos y muy poco de los polacos- perteneció al Gran Ducado de Lituania hasta el año 1795. A partir de entonces, pasó a formar parte de Rusia, justo al final del reinado de la emperatriz Catalina II. Tras la Revolución Bolchevique de 1917 y la formación de la URSS en 1918, se convirtió en una de las repúblicas soviéticas. Más tarde, tras la desintegración de la URSS en 1991, por primera vez en su historia, pasó a ser un país independiente.

Desde entonces y hasta 1994, al frente de Bielorrusia estuvo Stanislav Shushkévich, uno de los artífices del acta de defunción de la URSS. El país intentó fortalecer su soberanía y extender el uso de la lengua bielorrusa (mezcla de polaco, ucraniano y ruso usada sobre todo en el ámbito rural). Se crearon también instituciones propias y se dotó al país de sus símbolos nacionales. La bandera era blanca, roja y blanca, como la que estuvo vigente entre 1918 y 1919.

El historiador Janek Lasocki recuerda que la actual bandera es de 1995 y muy parecida a la de los tiempos soviéticos pero sin el martillo y la hoz. Una bandera que sustituyó la blanca, roja, blanca que, para muchos bielorrusos, ha sido, desde siempre, la bandera nacional.

LUKASHENKO Y EL ESTATISMO

Y es que la aparición de Lukashenko, quien ganó las elecciones de 1994 como candidato independiente y con un mensaje populista, cambió no solo la bandera sino el rumbo del país.

Lukashenko fue el único miembro del Partido Comunista de la exrepública soviética que votó en contra de la disolución de la URSS y, pese a que el comunismo cayó, rechazó el giro capitalista y optó por mantener muchas estructuras y monumentos del pasado soviético. Y, según sus críticos, también sus formas de mando.

Durante mucho tiempo fue apodado como Batka (”padre”) y gozó de gran popularidad, sobre todo en las zonas rurales y entre las generaciones nostálgicas de la URSS. Venía de haber dirigido, en los años 1980, granjas colectivas. Hoy en día Lukashenko sigue reivindicando el estatismo y asegura que sin él el país se haría “pedazos”.

Como parte de la ex URSS, Bielorrusia tenía una base industrial relativamente bien desarrollada, que hoy en día está desactualizada, es ineficiente y depende de la energía rusa subsidiada y del acceso preferencial a los mercados rusos. Alrededor del 80 por ciento de la industria sigue en manos del Estado y la inversión extranjera prácticamente desapareció.

La historia reciente de Bielorrusia ha estado marcada por un evidente aislamiento con respecto a Occidente en medio de una fuerte influencia rusa. Pero, a raíz de su mediación en el conflicto ucraniano, con la firma en 2015 de los Acuerdos de Minsk, el pequeño país eslavo mejoró sus vínculos con Europa y EE UU. Le fueron levantadas gran parte de las sanciones. Ahora, tras las protestas por el resultado electoral de las presidenciales, denunciado como fraudulento, ese vínculo se volvió a arruinar.

Detenida
Bielorrusia dijo que arrestó a la opositora María Kolésnikova, una de las líderes de la protesta contra el presidente Lukashenko “cuando huía del país”, pero la vecina Ucrania y sus colegas aseguraron que en realidad se trató de un intento fallido de exilio forzado.

 

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