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El formato que permite dar valor a un archivo digital “original” se ha instalado en la industria musical, pero para muchos no es más que una burbuja a punto de estallar
Las noticias que contienen en sus títulos “NFT” y “millones de dólares” se reproducen: esta semana, por ejemplo, el video de YouTube titulado “Charlie Bit My Finger”, que muestra la interacción entre dos pequeños hermanos ingleses en 2007, fue vendido por una suma de seis dígitos en formato NFT; en marzo, el jefe de Twitter Jack Dorsey vendió su primer tuit, que simplemente dice “sólo preparando mi twttr”, por 2,9 millones de dólares a un empresario de Malasia; en febrero, un comprador anónimo pagó 590.000 dólares por la animación Nyan Cat, el gatito que deja una estela arcoiris en 8-bit; y el mes pasado “Disaster Girl”, una foto de hace 16 años de un pequeño riendo socarronamente con una casa incendiada de fondo, fue adquirida por un estudio musical de Dubai por 180 ethereum, que entonces equivalían a 500.000 dólares.
Esto es apenas un muestrario de una tendencia que crece en menciones, impulsada desde internet como “el futuro”, y que ya ha tomado el mundo del arte visual por asalto, alcanzando una venta de 69 millones (la de una obra del artista Beeple). La música, un arte íntimamente ligado a las innovaciones técnicas, ya ha puesto su ojo en los NFT y no son pocos los artistas que han comenzado a vender sus originales a través de este formato. Para muchos, es una manera de restablecer el “valor” del arte en una era donde la digital ha hecho que todo sea gratis. Para otros, es una mera estafa impulsada por la especulación financiera.
Pero, primero, ¿qué son los NFT? La sigla significa “non-fungible tokens” o fichas no fungibles, y no son otra cosa que objetos virtuales respaldados y certificados cuya popularidad explotó en el último año. Archivos digitales. Pero, claro, con un certificado que indica que aunque haya millones de copias circulando en internet, la que vale es la tuya. Ese certificado de autenticidad para algo virtual se construyó siguiendo el modelo de las criptomonedas: así como cada bitcoin tiene una cadena de trazabilidad que acredita que ese bitcoin sea único (el blockchain) lo mismo para con estos archivos digitales.
No cuesta entender por qué los artistas visuales de la era digital abrazaron el formato: los NFT les dieron una herramienta para darle valor a obras que eran solo archivos, que se copiaban y distribuían de forma gratuita. Pero es importante para este debate comprender, de todos modos, que el NFT no frena la piratería: se puede seguir copiando ese archivo, hasta el infinito. Pero ahora alguien tiene el “original”, y el artista consiguió algo de compensación por su trabajo.
El hecho de que no sea un freno para la piratería es lo que ha puesto en contra del sistema a muchos en la industria musical: para ellos, el uso de los NFT en la música no tiene gran sentido, y todo se trata de una especulación financiera. Desde hace tiempo el arte no es ya valioso por lo que representa en el canon artístico, sino por su valor en el mercado; los NFT de arte digital han aparecido en ese mercado como “el futuro” y elevado su precio, volviéndose ya de por sí bienes valiosos para los inversores, antes que para los coleccionistas.
De hecho, quienes compraron la obra de Beeple por 69 millones de dólares, ya tenían un cuerpo de obras del artista, y vendían “fichas” de ese cuerpo a cambio de criptomonedas. Como si fueran acciones, digamos. Esas “fichas” subieron inmediatamente su valor cuando el comprador pagó esos 69 millones de dólares, elevando el precio de su propio portafolios de inversiones…
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Este descubrimiento enardeció a los detractores del NFT casi tanto como el sacrilegio realizado por una serie de inversores que comprar el NFT de un Bansky ¡y quemaron el original! para asegurar así el valor único de su NFT: el valor del commodity es lo importante, y es más valioso incluso que el original, el real, el tangible.
¿Cómo ingresa la música en este mercado? Los NFT aparecen en la industria con aura de salvación para los artistas en la era digital, donde sus canciones no tienen “valor” porque son copiables hasta el infinito. Antes uno compraba un disco, pero lo que tenía valor era lo que traía el disco: la música. Pagaba esa música, pero no había otra forma de escucharla: quien tenía el disco, tenía el derecho a escuchar la música. Esas piezas, por finitas, tenían valor, económico, histórico, incluso sentimental.
Sin embargo, con el paso del tiempo aparecieron las copias: el casete y el CD ya permitían copiar, aunque esas copias caseras no eran “exactamente” iguales, desde el empaque hasta la calidad; la verdadera revolución fue digital. De repente, la música era gratis e infinita, y las copias eran exactamente iguales al original. Y, además, ¿dónde estaba ese original? ¿Quién lo tenía?
El NFT intenta responder eso, numerando copias digitales finitas. La música se puede seguir copiando, pero alguien tiene ese “original”, algo que, claro, resulta al menos paradójico en un tiempo donde lo original no parece tener demasiado sentido.
Pero, tenga sentido o no, ya son muchos los artistas “prendidos” en la movida: Ozuna lanzó el viernes una colección única de NFT junto al escultor francés Richard Orlinski, Gorillaz fue criticado por lanzar una colección de música en NFT a pesar de dedicar un disco entero a los problemas ambientales (los tokens no fungibles son tremendamente nocivos para el ambiente), Kings of Leon lanzó una impresionante colección digital a beneficio que incluía conciertos de por vida, y Steve Aoki vendió por 4 millones de dólares el “original” de su nuevo disco.
Ellos sostienen que este es el futuro, y que gracias a los NFT la música volverá a tener valor intrínseco, a pesar de que el valor de la música está en su “reproducción” (es decir, en la posibilidad de que se escuche): se podría argüir que una escultura que no sea expuesta tiene valor para el canon artístico, pero ¿cuál es el valor de un archivo digital único, más que su reproducción, una función que cumple de forma idéntica su copia? El valor que le da el mercado, claro, motivo por el cual algunos expertos afirman que el furor de los NFT es una burbuja a punto de estallar.
Lo cierto es que el debate no es nuevo: en ¡1936! Walter Benjamin escribió su “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, donde hablaba de la pérdida del “aura” en el arte, ante la reproducción técnica. El arte dejaba de tener “singularidad”, de ser una experiencia irrepetible, al poder copiarse, como ocurría con la fotografía, con el cine. El NFT pretende “restaurar” ese aura, pero asoma como una restauración falaz, particularmente en la música: el “original digital”, después de todo, no es la experiencia original, sino la transformación de ese momento único a un archivo digital. Es decir: es la primera copia.
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