Un cambio de vida a los 57 años
Edición Impresa | 19 de Septiembre de 2021 | 02:36
Alejandro Asprella (66)
Deportista platense
A los 40 descubrí que era hipertenso y que mis valores de colesterol estaban por las nubes. Pero además, y eso ya lo sabía de antes, estaba con unos veinticinco kilos de más.
No obstante, recién a los 57 años pude hacer un cambio en mi vida. Durante años, pese a la indicación médica de mi cardiólogo, no lograba sin embargo cambiar los hábitos sedentarios, bajar de peso (salvo por cortos períodos de tiempo), ni modificar la alimentación, ni regular la comida y la bebida.
Me torturaba el slogan “just do it”, como si sólo fuera necesario proponérselo para lograrlo y aquella frustración, por los reiterados intentos fallidos, me llenaba además de culpa. Así, los años pasaron y las dolencias se fueron cronificando.
Un día, ya acorralado por algunos síntomas preocupantes, sentí que debía hacer algo (ya habían pasado más de quince años del diagnóstico) y me propuse muy tímidamente comenzar a trotar en una cinta unos 15 o 20 minutos diarios a la mañana temprano.
Para superar el agobio, el aburrimiento que me daba y la resistencia a moverme, ponía las noticias en la TV para sentir que minimizaba aquel esfuerzo.
A los pocos días noté que sólo con eso, sin haber hecho todavía ajustes en comida y bebida, había bajado algo de peso. Esto me entusiasmó para continuar y poder verificar semanalmente algunos avances, si bien mínimos.
Una mañana, por un motivo casual, tuve que salir a la calle y mientras esperaba a una persona decidí trotar en la vereda de mi barrio, en Tolosa. En ese momento descubrí que el aire libre me estimulaba y quise repetir. Al salir ya un par de días más a la calle, pensé que podía llegar hasta un parque cercano, y descubrí a varias personas trotando o caminando, también temprano a la mañana, lo que me hizo sentir en compañía y me volvió a estimular en la práctica.
Luego de un tiempo en el que pude mantener e incrementar lentamente el ritmo de trabajo físico, un hijo me invitó a una carrera participativa de unos pocos kilómetros en el centro de la ciudad, en plaza Moreno, experiencia que hice muy tímidamente y sin embargo me generó un gran gusto.
De a poco fueron surgiendo naturalmente las ganas de mejorar, y no solo perdiendo peso, sino también cambiando la alimentación en calidad y cantidad en pos del objetivo, ahora más definido, de mejorar mi rendimiento deportivo y soñando con otras carreras.
Tuve entonces la necesidad de tener a un entrenador y un plan organizado, y me vinculé a un grupo local, “Diagonales Running Team”.
Pasaron unos cuantos años en los que los pequeños pasos se fueron dando con un relativo poco esfuerzo, pero con sueños y deseos fuertes.
No hubo especulación de grandes e importantes objetivos, sino solo encontrar sentido en poder hacer avances infinitesimales día por día, semana en semana, y que solo eso justificara la práctica. Los grandes objetivos a algunas personas no nos sirven, ya que ante el primer fracaso terminamos por considerarlos imposibles al percibir la distancia a la que se encuentran.
Con esa actitud de sorpresa, por las posibilidades no buscadas pero que de pronto aparecían, fui avanzando y casi sin darme cuenta, ni buscarlo de antemano, me encontré a los 62 años participando de mi primer Maratón, y nada menos que en Nueva York.
A esto siguieron otras maratones, carreras de montaña, de bicicleta y desde hace un par de años, triatlones.
Lo importante es saber que cualquier decisión para mejorar nuestra condición de vida va a requerir un esfuerzo inicial, y que éste en realidad se alimenta del trabajo que hagamos en nosotros mismos para encontrar la razón que le de un sentido trascendente a los pequeños pasos.
Esto hará más liviano el esfuerzo, lo hará posible y nos permitirá entrar en un camino en el que aparecerán nuevas motivaciones que ayudarán a continuar, y que aquello no sea solo esfuerzo y sacrificio. Para ello, también ayudarán los cambios químicos que se desencadenarán en nuestro metabolismo, con segregación de hormonas y sustancias que además de mejorarnos la salud nos seguirán estimulando (endorfinas, serotonina, dopamina).
Las motivaciones son variadas y cada cual sabrá cuáles le sirven: sentirnos mejor con nosotros mismos, mejorar nuestra autoestima y confianza, mejorar la salud y detener el deterioro orgánico debido a las dolencias, el descubrimiento de posibilidades desconocidas de nuestro cuerpo, un reencuentro con otras personas, con la naturaleza y el aire libre… en suma, una apertura a dejarse sorprender por la vida que, sin importar la edad, siempre nos ofrece cosas nuevas.
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