Un arranque con expectativas negativas y retraso con el FMI

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Ricardo Rosales

prensa.rosalesr@gmail.com

El año nuevo alumbra sin mayores cambios económicos y fuertes expectativas negativas. Dos tercios de la sociedad creen que el 2022 será peor que 2021, según distintas encuestas de opinión. Otros relevamientos más precisos, como de la Universidad Di Tella, revelan que el Índice de confianza del Consumidor (ICC) cayó 4,9% en diciembre y que la inflación esperada para los próximos 12 meses subió a 51,3%. El crecimiento esperado tendría un fuerte retroceso: apenas estaría por encima del arrastre estadístico de 2021, siendo de 2,5% o quizás algo más, según el último informe de OCDE y de otras consultoras privadas. Los niveles de pobreza e indigencia tampoco cambiarían, e incluso habría otra caída del salario real si la inflación mantiene la inercia actual del orden del 3,5% mensual.

Las expectativas sociales, de esta manera, sufrieron otro fuerte deterioro en el último mes de 2021, por motivos políticos y por la nueva postergación del acuerdo con el FMI. Del costado político, influyó el desempeño de la oposición que fracasó en su promesa de frenar la suba de impuestos, cuando se trató el proyecto de Bienes Personales, y luego en la colusión de oficialismo y oposición para modificar la ley que prohibía la reelección indefinida de los intendentes o la firma del Pacto Fiscal, que habilita las subas impositivas, del que solo se excluyó la Ciudad de Buenos Aires.

La política, en definitiva, siempre termina siendo determinante en la situación económica de la Argentina. En esta oportunidad, las limitadas esperanzas de algún cambio que abrigó la sociedad, fueron devaluadas apenas reanudaron las sesiones en el Congreso, por el desempeño de la oposición y las nuevas idas y vueltas del Gobierno en la negociación con el FMI. Así, la opinión mayoritaria en los sectores económicos y de los especialistas acrecentó su pesimismo, que se puede resumir de la siguiente manera: habrá acuerdo con el organismo internacional, ya que el Presidente Alberto Fernández no quiere llegar a otro default de la deuda al país, pero ese acuerdo no originaría ningún cambio trascendente.

“El arreglo te quita un problema, pero no genera ninguna solución” sostuvo la semana última el experto en comercio exterior, Marcelo Elizondo. Más directo fue Carlos Melconian al señalar que “esta administración es irrecuperable. Argentina necesita un cambio de régimen”. El ministro Martín Guzmán, en tanto, justificó el nuevo retraso del acuerdo con el FMI en que “aún falta trabajo de comprensión por parte de la comunidad internacional”. La realidad sobre la negociación, que tanto Guzmán como Fernández prometieron cerrar para fines del 2021, es bastante más sencilla que algunas elucubraciones sobre una supuesta conspiración internacional: los números y proyecciones de un eventual programa económico llevados por los técnicos argentinos a Washington DC, son similares a los presentados por Guzmán en el Presupuesto. Los funcionarios del FMI pidieron “actualizar” esos datos que en definitiva fueron como un “dibujo” (la inflación sería del 36%) que terminaron con el rechazo en el Congreso.

Otra fuente de cortocircuito con el organismo fue el informe que trató el board del FMI sobre el stand by a la gestión de Mauricio Macri. Para los técnicos del organismo, la dificultad mayor es que las proyecciones y metas del programa fueron demasiado laxas: la conclusión a continuación, es que el FMI debe ser más estricto en los próximos acuerdos. Fernández/Guzmán lo interpretaron al revés: como que el FMI sería más permisivo con el programa de refinanciación de la Argentina. El Departamento del Tesoro de los EE UU, con Janet Yellen, hizo llegar a Guzmán reiterados mensajes para presentar “un programa sostenible”, que según parece fueron desechados por el ministro. Los votos del Tesoro norteamericano son definitivos en el board del FMI.

En definitiva, y más allá de las interpretaciones que pueden ser equivocadas o sesgadas, la realidad es que la negociación de un acuerdo con el FMI se postergaría para marzo, época en que las reservas internacionales del Banco Central estarían en rojo y sin chances de cumplir con una de las metas que solicita el organismo (incrementarlas), sin que desemboquen en un salto devaluatorio del peso. Esa es la impresión generalizada de quienes intervienen en el mercado y de cada vez más economistas que descreen de los dichos de Guzmán.

¿Creerá realmente Alberto Fernández que podrá quebrar las reglas del FMI y torcer el brazo a la administración de Joe Biden? ¿Espera que Rusia o China lideren un crédito de salvataje al país de U$S 40.000 millones? ¿Supone que la Argentina es hoy tan determinante que el FMI o el Club de París no la dejarán caer en default? Son interrogantes difíciles de responder.

La realidad y los sueños imaginarios suelen ser muy diferentes, quizás injustos, pero no se modifican por voluntarismo o deseo. Es necesario acciones que confirmen las intenciones que se declaman desde cargos gubernamentales. Esa realidad contempla que en el 2022 habrá menos dólares disponibles: el saldo de la balanza comercial se reduciría en 5.000/6.000 millones de dólares y no habría otro auxilio extraordinario del FMI por los DEG por unos 4.500 millones de dólares. El 70% de las exportaciones argentinas son commodities del campo, que recibieron un nivel de precios altísimo en el 2021, que no se repetirían este año. Los volúmenes de la cosecha también están en duda por la sequía. ¿Cómo hará la Argentina para refinanciar este año más de US$ 60.000 millones de vencimientos sin el auxilio del FMI?

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