Berni post represión: una incomodidad kirchnerista, que prefiere no removerlo

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Mariano Pérez de Eulate

mpeulate@eldia.com

Si nos guiamos por las filtraciones que emanan generosamente de fuentes que asistieron a la última reunión del PJ bonaerense, se concluye que Sergio Berni se convirtió en una enorme incomodidad para el kirchnerismo duro, encarnado sobre todo en Máximo Kirchner, presidente del partido, y su gente de La Cámpora, que se autodefinen como la versión más “progresista” dentro de un justicialismo variopinto.

“Debemos hacernos cargo de las cosas que no se hacen bien y no patear la pelota afuera. Los que se tienen que hacer cargo, tienen que ser responsables, no mirar para el costado. Esto no puede pasar en un gobierno peronista”, habría dicho, palabras más, palabras menos, el diputado Kirchner el último martes en el mitin partidario.

Se refería a la represión que, hace justo una semana, la Policía Bonaerense descerrajó sobre los hinchas en el estadio de Gimnasia, cuando el local enfrentaba a Boca. Hubo un simpatizante muerto en medio de la hecatombe -César “Lolo” Regueiro- y decenas de heridos. El responsable de la fuerza es Berni, ministro de Seguridad de Axel Kicillof.

El gobernador respaldó rotundamente a su funcionario, comprando la idea de que, en efecto, los agentes policiales actuaron con excesos -lo que implica apuntar a los responsables del operativo- pero que también algo de culpa tuvo el club por la supuesta sobreoferta de entradas. “No soy responsable de lo que pasó”, llegó a decir Berni.

Que haya habido represión en un gobierno peronista con reminiscencias de izquierda es, en efecto, un incordio en el relato político kirchnerista, que desde su origen tiene cierta impronta anti fuerzas de seguridad. Para la militancia de base cercana a Máximo, conformada por mucha juventud, reprimir protestas o tumultos es algo propio de “la derecha”, una acción que se vincula a lo ideológico y no tanto a la resolución de un problema puntual en el territorio. Así, los que reprimen, según sus argumentos, son los gobiernos liberales, derechosos, que por supuesto en esa construcción encarnarían las pasadas gestiones macristas, tanto en la Nación como en la Provincia, o la actual en la Ciudad de Buenos Aires.

En cierta forma, en su embestida contra Berni, Máximo pareció querer despegarse de un hecho político que en principio le hace ruido a su propio electorado. Imposible no recordar que hace poco, durante su descargo en la causa Vialidad, la vicepresidenta Cristina Fernández aseguró que “los peronistas nunca reprimimos, nunca un gobierno peronista reprimió al pueblo”. Hubo ciertos olvidos en esa aseveración, que no vienen al caso ahora. Pero la declaración de la lideresa del oficialismo marcó un cierto rumbo discursivo que su hijo continuó con las críticas al ministro de Seguridad bonaerense.

Críticas que, en cierto punto, también son una forma de pegarle por elevación a Kicillof, con quien Máximo mantiene una relación tirante, no rota, pero siempre plagada de desconfianzas. Profundizadas desde la derrota de medio término en las elecciones legislativas del año pasado, que derivaron en una suerte de invasión de intendentes peronistas del Conurbano aliados al diputado nacional en el gabinete provincial.

Pero Cristina juega aquí un doble juego. Axel es su ahijado político. El elegido. Tanto en 2019, para arrebatarle la Provincia a Juntos por el Cambio, como ahora, para pelear la continuidad y procurar la garantía de un eventual repliegue K en el distrito más grande del país, si a nivel nacional la victoria se escurre el año próximo.

La vice respalda al gobernador, lo que explica en gran parte por qué Berni sigue en su silla. ¿Alguien duda que si ella pide la cabeza del ministro, Kicillof lo entrega? Paralelamente, Máximo es su principal operador político, el que ejecutó aquella “intervención” a la gestión provincial con los barones del PJ, que probablemente le apunte al ministro con cierto guiño de su madre y quien seguro tenga en la manga un nombre para reemplazar a Berni. Nunca ligado a Axel, siempre alineado a su “orga”.

También por esto Axel no resigna a su funcionario todavía. Es altamente probable que no tenga un Plan B. No debe encontrar en su grupito de incondicionales, todos con más academia que territorio, un nombre con suficiente fortaleza política. Tanta como para actuarle de muro de contención frente a cualquier problema vinculado con la inseguridad, cada vez más preocupante en la Provincia. Así, hasta donde se sabe, Axel prefiere pagar el costo político -interno y externo- de sostener a Berni que apostar por un “bueno por conocer”.

La vice respalda al gobernador, lo que explica en gran parte por qué Berni sigue en su silla

 

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