Un tal Alfa que el Gobierno le dio un rato de fama

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Mariano Pérez de Eulate

mpeulate@eldia.com

No es tanto lo que se dijo. Tampoco quién lo dijo. Lo notable del escandalete en torno a lo que pasó en Gran Hermano es que el Gobierno lo haya tomado en serio; que lo convirtiera casi en un ataque político cuando se trató de un dislate incomprobable pronunciado por un Don Nadie que desde ayer, y gracias a los oficios de la vocera presidencial Gabriela Cerruti, ha pasado a ser una suerte de celebridad.

Breve raconto para el que no está en tema: resulta que en la casa más famosa del país, esa que tiene las cámaras prendidas las 24 horas, un señor de nombre Walter Santiago, alias “Alfa”, dijo así como a pasar que él conocía bien al actual Presidente (”Hace 35 años”, aseguró) porque “me coimeó un montón de veces”. El señor en cuestión estaba claramente alardeando de ser una persona con mucho conocimiento del mundillo político. Gran Hermano es un juego, y eso hacen los que están adentro de la casa: juegan para ganar un premio en billetes.

Pero el albertismo reaccionó como la leche hervida. La agenda gubernamental, en un país con la economía desquiciada, pasó a ser lo que se dijo en Gran Hermano. La vocera Cerruti usó Twitter para despegar a Fernández de ese hombre calvo con ansias de impresionar a su ocasional interlocutora. Que, por esas cosas muy raras que tiene la Argentina, antes de aparecer en la tele fue diputada nacional del kirchnerismo.

“Como es sabido por todas y todos, a lo largo de su trayectoria pública Alberto Fernández nunca se vio involucrado en hechos de corrupción. Ha hecho de la transparencia un propósito central de su gestión pública”, escribió Cerruti, que antes de ser política supo ser periodista e incluso escribió dos muy buenas biografías no autorizadas: una de Carlos Menem y otra de Mauricio Macri.

Según la portavoz, el Gobierno decidió “no dejar pasar más estas cosas” porque “no se puede decir cualquier cosa”. La segunda movida albertista fue del abogado del Presidente, Gregorio Dalbón: avisó por Twitter que va a demandar al tal Alfa, que vaya uno a saber si ya sabe que el jefe del Estado argentino le clavó una denuncia civil.

Pase de facturas

Prácticamente en cadena, después de la reacción de Cerruti los canales de televisión, los portales de noticias, los sitios de espectáculos y demás plataformas sólo hablaban de Alfa y de lo que dijo sobre Alberto. Anoche, había una cola de kirchneristas pasándole factura a la vocera por haber agigantado hasta el infinito algo que tal vez hubiera pasado desapercibido.

Fue lapidiario el periodista autodefinido militante K, Diego Brancatelli, en las redes: “El 1% de los argentinos escuchó lo que dijo el fantasma este de GH sobre el Presidente, hasta que @gabicerru se encargó de que lo sepa el 90%. Ella o el cráneo que pensó que hacer eso era acertado, sepa que nos están haciendo mucho daño y siendo funcionales al macrismo. No hagan más nada”. Muchos oficialistas pensaban ayer que el ex Intratables estaba en lo cierto.

El macrismo, por cierto, sólo atinó a hacer un poco de “bullyng” al Gobierno en las redes por aquello de priorizar una nimiedad en vez de hablar de, por ejemplo, los precios de la canasta básica.

Es imposible pensar que Cerruti salió a desmentir al Alfa sin la venia de Fernández. ¿Dimensionó que haría crecer el tema? Tal vez no. Pero la respuesta desmedida a la sospecha o calumnia lanzada desde la pantalla de Telefé obedece a una obsesión del Presidente. Alberto ha soportado que le digan de todo: que no tiene poder, que lo maneja Cristina Kirchner, que no reviste autoridad, que le cambian ministros, que no es líder. Pero jamás le dijeron que era corrupto.

Para el Presidente, en su relato autobiográfico ese detalle no es menor. Es a lo que aludió Cerruti en su primer tuit. No se evalúa en estas líneas si es verdad o es mentira lo que dijo Alfa. Simplemente se cuenta, de acuerdo a información recogida en fuentes oficiales, que para Alberto la cuestión de la corrupción es un factor diferenciador vital del cristinismo histórico, del que ahora se asume distanciado casi hasta la ruptura.

Cuando él dejó de ser jefe de Gabinete de Cristina, allá por 2008, tenía una explicación resumida de su partida: no estaba de acuerdo con la “guerra” contra el campo, post resolución 125, y además veía “cosas que no le gustaban”. Se refería elípticamente a la obra pública.

Por eso no fue nada casual que en el reciente coloquio de IDEA haya aludido a la gestión de su actual vice en la Rosada, cuando le preguntó retóricamente a los empresarios si alguien del gobierno actual les había pedido plata para poder trabajar. Alberto estaba diciendo allí que él no es corrupto. Que no es un De Vido, un López o un Báez, apuntados por supuestos manejos espurios en la era kirchnerista. La verborragia del ignoto Alfa, de alguna manera, puso en jaque o vino a relativizar esa “verdad”, que él mismo escribe en su autobiografía, en su carta de presentación.

Lo que se viene es de manual: la conexión del Alfa, un figurón importante, con la oposición. Ya circulan fotos del “hermanito” con algún intendente que no es de oficialista.

 

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