El drama de los robos violentos a los adultos mayores en sus casas

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Personas mayores de edad volvieron a ser en los últimos días víctimas predilectas de una delincuencia que no descansa, autora de una sucesión de episodios violentos ocurridos en distintas zonas de nuestra ciudad, que ingresan a los domicilios de sus víctimas, las tratan con violencia y las despojan de sus pertenencias, en lo que resulta ser una modalidad delictiva que se impuso los últimos años sin que la policía y las autoridades de seguridad atinen a ponerle límites.

Importa poco detallar el curso de los episodios ocurridos en las últimas horas en City Bell o en el casco urbano platense, con malvivientes que ingresaron por los jardines del fondo de la vivienda de una abogada o, inexplicablemente, en una casa de dos pisos ubicada en la cuadra de 49 entre 21 y 22, en donde una mujer de 84 años de edad sufrió, desde su lógica indefensión, el maltrato psicológico de tres ladrones que le robaron dinero y muchos de sus bienes. Lo que sí debe enfatizarse es que continúa en la Ciudad esta inexplicable reiteración de asaltos violentos a personas mayores.

No puede menos que resultar llamativa la recurrencia de este accionar delictivo. Los ladrones ingresan por sorpresa a los hogares de personas de edad mayor, sin dejar de poner en evidencia que conocían los movimientos previos que debían realizar. Golpean con dureza a las víctimas, las someten a situaciones totalmente innecesarias, los suelen atar de pies y manos en lo que podría definirse como verdaderas sesiones de tortura, buscan primero dólares o pesos y después se retiran, desvalijan de bienes a la propiedad y en muchas ocasiones huyen en el vehículo de sus víctimas.

Desde luego que este tipo de episodios debiera conmover en forma especial a la sociedad, si se toma primero en cuenta que es elevado el número de adultos mayores que viven solos y que por ello aumenta la vulnerabilidad de esas personas frente al delito.

Se ha reclamado ya en muchas ocasiones que el Estado -obligado desde luego a garantizarle seguridad a toda la población por igual- no debiera dejar de analizar la situación especial que plantea la franja de los mayores, cuya elevada edad los coloca en la mira de una delincuencia que, como nunca antes, ha perdido ya todo vestigio de respeto a la condición de sus víctimas.

Se ha insistido también acerca de la necesidad de una mayor presencia policial en la vía pública y una más activa interrelación con los vecindarios, para tener conocimiento de aquellos lugares e, inclusive, de viviendas más expuestas a una eventual acción de los delincuentes.

Lo que no cabe es la resignación y mucho menos cuando se habla de adultos mayores, con mayor grado de indefensión. Alternativas como, por caso, la de revisar los mecanismos y trámites de pago de haberes a jubilados, de modo que no queden tan expuestos a los delincuentes, debieran ser analizadas entre otras acciones que podrían encararse para evitar que las personas de mayor edad se encuentren, como ocurre ahora, desamparadas frente a delincuentes que no reparan en nada.

Asimismo, la Policía debiera investigar a fondo si está ante la presencia de una o más bandas “especializadas” en cometer este delito, sin perjuicio del impulso que hace falta dar a campañas destinadas a inculcar advertencias a las personas mayores, con el objetivo de prevenirlas sobre los diversos peligros que corren y acerca de algunas de las fórmulas a las que pueden apelar para minimizar los riesgos.

 

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