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La Ciudad |Con apellidos que se pasan la posta entre generaciones, como martins do vale, la producción local es cada vez más relevante en el país

Las flores, asunto de familia: un cultivo regional con tradición y futuro

La pandemia empujó a muchos floricultores a plantar verdura para sobrevivir, pero la pasión por el colorido mundo de los bulbos, pimpollos y pétalos atrajo a la mayoría de vuelta al ruedo a pesar de los riesgos y la crisis

Las flores, asunto de familia: un cultivo regional con tradición y futuro

Los invernáculos locales, gestionados por familias de sangre japonesa, portuguesa y boliviana, abastecen a todo el país en variedad y cantidad

Francisco L. Lagomarsino
Francisco L. Lagomarsino

25 de Junio de 2023 | 03:29
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Durante las prolongadas cuarentenas declaradas por la pandemia de Covid-19, hace apenas un par de años, la mitad de los floricultores de la Región debió pasarse al cultivo de hortalizas para mantenerse a flote. Sin fiestas, sin eventos, sin fechas como los días de la Madre, el Padre o el Maestro, la demanda se desplomó y los productores se vieron obligados a nadar en aguas desconocidas. Pasada la tormenta, no todos lograron volver; se calcula que lo hizo alrededor del 60 por ciento de los “reconvertidos”. Pero a pesar de los desafíos que enfrenta en su paulatina recuperación una de las actividades en las que nuestra región es referencia nacional, lo que no cambia es la pasión con que la encaran sus protagonistas, en muchos casos herederos de una larga tradición.

“La cosa está difícil para todo el mundo, y estamos en un rubro en el que se toman muchos riesgos; la verdad, siempre me digo ‘un tiempito más y ya dejo’... Pero termino siguiendo. Hay un sentimiento para con la tierra que nos dejaron nuestros viejos para continuar su legado”. Los padres de Enrique Martins do Vale, Antonio y Lourdes, llegaron al país en 1954 desde su Portugal natal; inicialmente, se dedicaron a la agricultura, pero pronto, durante los años ’60, se les presentó la chance de involucrarse en una actividad que desarrollaban muchos de sus paisanos: la floricultura. Y hacia el ‘70 ya tenían en Los Porteños el terreno de un par de hectáreas en el que desde hace medio siglo no paran de crecer flores.

“Los japoneses arrancaron con todo esto hace 80 años y ya llevan tres generaciones o más, sobre todo en la zona de Villa Elisa” repasa Martins: “se necesitaba gente para laburar, y ahí entraron los inmigrantes portugueses, y algunos italianos y españoles; yo pertenezco a una segunda generación de floricultores y tomé la posta de mis padres a fines de los ‘80. Por esos tiempos, cambió el perfil de los nuevos emprendedores con la llegada de latinoamericanos, especialmente bolivianos, que ahora son el 40 por ciento del total”.

“En la zona histórica de Villa Elisa, hay familias que ya llevan tres o más generaciones”

“La mayoría de las familias no se apega a cultivar una sola variedad de flor, porque los tiempos, las costumbres sociales, estéticas y las modas han ido mutando” explica el productor: “yo arranqué en los ‘80 con crisantemos, claveles... el consumo ‘de cementerio’, que se fue agotando. Hoy se vende el 30 por ciento de lo que salía para fechas especiales como el Día del Padre, o de la Madre, cuando los familiares les dejaban flores a sus seres queridos. En el Interior esto aún se mantiene, y vienen a buscar mercadería desde todo el país. Pero en general, ahora se les regalan flores a los vivos”.

La Cooperativa Argentina de Floricultores fue fundada el 19 de noviembre de 1940 por 32 cultivadores de origen japonés. Hoy nuclea a más de 2 mil “floricultores argentinos organizados, que producen y comercializan sus productos”, y uno de sus centros de servicios es el Mercado Colonia La Plata, situado en Ruta 36 y 425 de la localidad de El Peligro, un imponente espacio en el que se pueden adquirir insumos para la actividad. A metros de allí está el otro gran punto de venta mayorista de flores de corte y plantas ornamentales integrado por productores de la Región; también con impronta cooperativa, Mercoflor funciona hace algo más de dos décadas y responde a la Asociación Argentina de Floricultores y Viveristas, otra entidad histórica que, según aseguran sus dirigentes, nuclea a tres mil asociados.

Juan Carlos Fernández preside la Cooperativa Argentina. Aclara que “afortunadamente, mucha de la gente que se había pasado a la horticultura en pandemia pudo volver, calculamos que el 60 por ciento al menos, y otros se diversificaron en ambas explotaciones”.

El dirigente destaca el perfil y el papel de la Región y explica que “del total de la flor, actualmente el 80 por ciento proviene de la zona sur del Gran Buenos Aires y La Plata. La zona clásica del norte, con centro en Escobar y su Fiesta de la Flor, se desplomó por muchos factores; cambio del uso del suelo, cuestiones económicas, la edad de los productores, nuevas generaciones que no quieren seguir la tradición ni tomar la posta... En el norte, los que quedamos somos gente que ya tiene ‘el circo armado’, empezar de cero sería muy complicado. Quedaremos unos 30, mientras que en La Plata, a los mercados pueden caer 400 productores con su ofertas. El que no conoce no se imagina ni figura la magnitud del mercado de Ruta 36”.

“Hay un ingrediente emocional en seguir trabajando la tierra que nos dejaron nuestros viejos”

“Si bien bajaron un 30 a 40 por ciento las ventas, porque no escapamos al contexto, hay demanda y salida dentro de todo; tengamos en cuenta que la flor es un artículo ‘de lujo’” dice Fernández, y analiza “en la flor es difícil explicar la composición del precio al consumidor final; un minorista arma el ramo y le agrega papel, tarjetitas, otras flores, verde para rellenar... Depende también del barrio; una docena de rosas en el Conurbano se consigue por $6.500, y en Palermo o Recoleta puede estar a $15 mil”.

Los floricultores coinciden en que los principales desafíos para el sector son el tipo de cambio, (“muchos insumos vienen de afuera, y todas las semanas hay inflación en dólares, curiosamente”, ironizan), y el clima cada vez más voluble (“veníamos de una primaverita y cayeron dos semanas de heladas y mucho frío, antes hubo sequía, calor afuera del invernáculo, humedad adentro, caldo de cultivo para pestes y hongos”).

San Vicente, rosa, alstroemeria, lilium, alelí, lisianthus, gladiolo, fresia. “Una flor tarda de cuatro a seis meses en producirse” precisa Juan Carlos Fernández: “nunca se sabe si cuando esté lista se va a vender, y no se puede guardar más de una semana. No es para cualquiera; de hecho, prácticamente no tenemos registro de cultivos nuevos. Es muy caro plantar, y no es fácil mantener la pasión durante treinta o cuarenta años”.

“El riesgo que tomamos es grande” coincide Martins do Vale: “no hay un precio fijo, a veces se inunda el mercado de oferta y vendés por debajo del costo, el clima es cada vez menos previsible...”.

El productor cultiva actualmente liliums -“acá no hay bulbos, vienen de Holanda, congelados” subraya-, azucenas, lisianthum, limonium y otras variedades. “En nuestros inicios, teníamos algo a la intemperie, como gladiolos, y el resto en los antiguos invernaderos de vidrio; eran dos cosechas por año y se plantaba para cada fecha puntual de mayor demanda; ahora los cultivos son más intensivos y rotativos”.

“Por más que cada generación se haya profesionalizado un poco mas, siempre hay un ingrediente emocional en las actividades de la tierra” concluye Enrique, quien cree que será el último floricultor de su familia, ya que su hijo tiene otros horizontes: “yo egresé de la Primaria y me puse a ayudar a mi viejo... A la mayoría de los que estamos en esto por más de una generación nos va a costar desprendernos, pero tarde o temprano nos va a pasar a todos. Es la ley de la vida”.

 

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Los invernáculos locales, gestionados por familias de sangre japonesa, portuguesa y boliviana, abastecen a todo el país en variedad y cantidad

Los cotizados liliums, cuyos bulbos llegan refrigerados desde holanda

ENRIQUE MARTINS DO VALE

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