Ocurrencias: la soledad, "prioridad mundial"

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

En Inglaterra, la soledad tiene ministerio. Funciona desde 2018. Dos años después, Japón hizo lo mismo. Y ahora el estado de Nueva York siguió esos pasos al nombrar a la doctora Ruth Westheimer, como “embajadora honoraria para el combate a la soledad”. El 15 de noviembre, pocos días después de esa designación, la Organización Mundial de la Salud declaró la soledad una “prioridad mundial”.

Los solitarios ocupan más lugar y la pandemia fue un disparador que emancipó a unos y aisló a otros. Las personas pasan cada vez más tiempo en comunidades digitales. La soledad está muy repartida y alcanza a todas las edades, aunque suena más triste en la vejez, cuando hay que apoyarse en píldoras y recuerdos. La televisión y el móvil son a veces la única compañía. La desolación y la exclusión, arrinconan. La psicogerontóloga española Ramona Rubio sugiere que, en ciertos casos extremos, la opción de matarse viene a ser la elección de una salida hacia el aire libre, única manera de poder dejar atrás tanto encierro y tanto silencio.

La epidemia de la soledad le sumó un nuevo enemigo a este mundo problemático. Y cada territorio la enfrenta como puede. En las grandes ciudades hay asistencia telefónica para los solitarios que imploran por alguna compañía antes de enfrentarse con los fantasmas de la ausencia. El ser humano dura mucho y hay que saber rodearlo para que no se eternice en la amargura. En Japón no sólo se alquila gente para conversar, también se contratan compañeros de llantos para no andar lagrimeando sin nadie al lado. Un consuelo tercerizado, que cuesta y ayuda. Y en Corea del Sur, se alquilan perros. Son animales bien enseñados que han asumido plenamente su nuevo rol y que saben que en esta vida hay que aprender a mover la cola con entusiasmo ante cualquier patrón.

Los caminos de la soledad conducen a varios destinos. Algunos la llevan bien, pero otros no soportan tener que andar por esas enormes ciudades sin alguien que los requiera. En la Argentina, hay seis millones de personas mayores de 60 años, y un 20 por ciento de ellas (1.200.000) viven solas. De ese grupo, sólo el 21,8% (unas 260.000) manifestaron sentirse solas, según consignó el Barómetro de la Deuda Social con las Personas Mayores. Explican que las urbanizaciones y el envejecimiento poblacional crearon contextos ingratos y generaron más hogares unipersonales de personas mayores. Lo indudable es que la soledad puede afectar o puede aliviar a cualquiera, sin importar su edad. Y que algunas parejas desavenidas sólo siguen juntas porque el corazón pide separarse pero el bolsillo no puede.

“En principio, deberíamos distinguir entre estar solo y vivir solo”

El ser humano dura mucho y hay que saber rodearlo para que no se eternice en la amargura

El cirujano general de EE.UU. Vivek Murthy dio a conocer un informe este año en el que instó a Washington a tomar medidas urgentes contra la “epidemia de soledad y aislamiento”. Una encuesta reciente de Gallup realizada en más de 140 países muestra que casi una de cada cuatro personas en todo el mundo se siente muy o bastante sola.

Eric Klinenberg, sociólogo norteamericano especializado en estudios urbanos, no comparte ese diagnóstico: “En principio, deberíamos distinguir entre estar solo y vivir solo. La sensación de soledad se puede producir incluso en comunidad y no es una elección consciente. Yo descubrí que, quienes viven solos, eligen socializar mucho más con amigos o vecinos, que quienes viven en compañía. Una de las cosas que aprendí es que vivir solo es una experiencia bastante social. Porque no hay nada más solitario que estar en una mala relación”. Y agrega como conclusión: “La mayoría eligió vivir sola”.

Así que al final, convivir con alguien no es ninguna garantía, aunque Paul Valery insistía que “la soledad es la peor compañía”. Vivir solo puede ser más que una salida. Una tendencia que viene de Oriente promueve encontrar la felicidad en uno mismo, lejos de cualquier ministerio. Dos poetas nuestras, desde extremos absolutamente diferentes, dejaron palabras sobre este tema. Juana Bignozzi escribió: “No hablo de la soledad del alma/ esas son cosas de poeta/llamo soledad a cenar sola en mi ciudad”. Desde la otra punta, Alejandra Pizarnik, siempre habitando los bordes, lanzó uno de sus desgarrados lamentos: “He ido demasiado lejos en la soledad como para poder ahora ser dos con alguien”.

 

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