Espejito, espejito...

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Algo nuevo, algo viejo, algo azul, algo prestado. Letizia cumplió con todo.

El vestido era nuevo, claro. Y el encargado de diseñarlo fue nada más y nada menos que el gran Manuel Pertegaz, uno de los grandes pilares de la alta costura española. En 2004 salió de su retiro para realizar la que sería su última y más importante obra de arte: el vestido de la futura reina de España. El resultado fue impactante sobre todo teniendo en cuenta que solo tuvo cuatro meses para diseñar, bordar la tela, coserla, probarla y dar los toques finales.

Tan especial fue todo que hasta se mandó a confeccionar el tejido, una seda tipo A color blanco roto que fue entretejida por gusanos en forma directa. Incluso, por el tamaño del vestido y ante la necesidad de que fuera una sola pieza, se mandaron a construir telares especiales.

Letizia se dejó guiar por la reina Sofía en cuanto al diseño que tenía que ser inolvidable, clásico, solemne y significativo. Finalmente se optó por un vestido entallado con una amplia falda, con cuello corola escote en V y mangas largas ajustadas. Un modelo que marcó tendencia y aún hoy vemos algunas novias que lo toman como punto de partida. Estaba bordado en cuello, falda y mangas con hilos de oro y plata. Llevaba flores de lis, símbolo de los borbones; espigas de trigo, que auguran abundancia y esperanza; madroños, el arbusto que representa a Madrid, y tréboles para la suerte. Aunque no hay duda de que era precioso, la cantidad de tela, la estructura y que la lluvia había mojado parte del velo de casi cinco metros, parecía una armadura de la que asomaba la cabecita de Letizia, que casi no podía moverse.

Bajo la falda tenía escondido un pequeño lazo azul y, junto al ramo, llevaba un objeto antiguo: el abanico de “la Chata”, la infanta más popular de España, tía tatarabuela de Felipe.

El objeto prestado fue el más significativo de todos: Letizia llevó en la cabeza la tiara prusiana, propiedad de doña Sofía quien también la había lucido el día de su boda con Juan Carlos, en Atenas.

Fue creada a fines del siglo XIX para una princesa alemana que más tarde se casaría con el futuro rey de Grecia. Así, por herencia, llegó a manos de Sofía. De inspiración neoclásica, tiene columnas que recuerdan al Partenón, hojas de laurel y meandros y un diamante en forma de lágrima en el centro. Letizia lo complementó con unos aros, regalo de sus suegros, con diamantes talla pera.

Con sus más y sus menos, el vestido de Letizia, que hoy está exhibido en el Palacio Real de Aranjuez, fue inolvidable.

 

 

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