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La Ciudad |Economía y ambiente

Invernaderos en el Gran La Plata: un crecimiento explosivo y fuera de control

Hoy ocupan alrededor de 6.000 hectáreas, lo que representa un 230% más que hace dos décadas. La falta de controles hace que no todos se ajusten a buenas prácticas agrícolas. Esto atenta contra su eficiencia productiva y tiene impacto en el ambiente

Invernaderos en el Gran La Plata: un crecimiento explosivo y fuera de control

Los tomates son los que más rinden el cordón hortícola de la Región /el dia

8 de Septiembre de 2024 | 02:58
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En los 16 años que lleva armando invernaderos en el cordón hortícola platense, Federico (30) fue testigo del explosivo avance de estas estructuras en los campos del Gran La Plata a expensas de los cultivos a cielo abierto. En esa expansión considera evidente una característica: la abrumadora mayoría de esas construcciones son precarias instalaciones de madera, plástico y alambre, sin reservorio para recuperar el agua de lluvia y proclives a favorecer un impacto negativo en el ambiente. ¿La razón de ese predominio?: los costos. “El precio de las estructuras metálicas con tecnología de avanzada puede hasta decuplicar al de las tradicionales”, destaca el armador platense.

Todo empezó con el apio, un alimento hoy relegado de la dieta, a fines de los años´80. Por entonces las hectáreas cubiertas por invernaderos en el partido rondaban las 580 y correspondían, en todos los casos, a cultivos de flores. Pero a partir de ese momento y con los primeros invernáculos orientados a la producción de apio, los invernaderos en la zona registrarían un crecimiento tan explosivo como descontrolado que hasta hoy no se detiene: se estima que entre el 2002 y la actualidad, la cantidad de hectáreas cubiertas creció alrededor del 230 por ciento.

 

“El crecimiento de la producción bajo cubierta le falta planificación y controles”

 

Claro que el apio no explica la magnitud de la expansión. El principal motor hoy son las producciones de tomate (La Plata es uno de los productores más importantes del país, con miles toneladas anuales, ver aparte), el pimiento y la lechuga, hasta convertir a la Región en una de las que cuenta con las mayores superficies cubiertas para la producción de todo el país.

Un crecimiento que se ve acompañado por la falta de controles. Esto, sumado al desconocimiento de buenas prácticas agrícolas por parte de muchos productores y arrendatarios, favorece la aparición de problemas que reducen la eficacia de los cultivos bajo cubierta y elevan los riesgos ambientales a través de un impacto en el escurrimiento de las aguas de lluvia y la posibilidad de generar contaminación.

Susana Martínez es profesora titular de Climatología y Horticultura de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad de La Plata y especialista en cultivos protegidos. Y destaca que el crecimiento de la producción bajo cubierta en la Región se ve acompañado por la falta de planificación y controles.

“El aumento de los cultivos en invernadero es notable. Actualmente las hectáreas en que se producen cultivos protegidos en el partido rondan las 6.000 lo que supone un aumento del orden del 230% desde 2002 hasta hoy. En ese lapso la superficie dedicada a la floricultura no se modificó (es de alrededor de 600 hectáreas), de modo que el crecimiento se explica fundamentalmente por las producciones de tomate y pimiento, seguidos por la de lechuga”.

Basta un paseo por Google Maps para observar el fuerte crecimiento de la presencia de estas estructuras, sobre todo en las explotaciones más alejadas del área urbana y en los barrios de Olmos, Abasto, Colonia Urquiza y Arana, destaca Matínez.

La razón de los productores para producir bajo cubierta es triple: se buscan mejores rindes, una mayor precocidad de los cultivos y obtener una calidad superior en la producción.

Pero los objetivos que se buscan no siempre se alcanzan. El principal obstáculo para lograrlo es que no se aplican las buenas prácticas agrícolas, lo que puede acarrear problemas de eficacia en la producción, pero también un impacto ambiental negativo.

Dos factores concurren para que esto suceda: el primero es la falta de conocimiento de muchos productores y arrendatarios. El segundo, la falta de controles. En ese marco, son muchos los productores que terminan por inclinarse por las estructuras menos costosas, más precarias y con menos eficacia productiva y mayor impacto ambiental para proteger sus cultivos.

 

Un invernadero tradicional requiere una inversión aproximada de 3.500 dólares

 

 

Es que los precios de mercado son muy variables y una estructura básica de madera, plástico y alambre puede llegar a costar diez veces menos de lo que cuesta un invernadero parabólico con una tecnología más desarrollada y eficaz.

Federico aporta un ejemplo: “Un invernadero tradicional standard de 50 metros requiere una inversión aproximada de 3.500 dólares. Uno estructural metálico, con tecnología para la recuperación y reutilización del agua de lluvia y tecnología de avanzada cuesta supone invertir unos 30.000 dólares. Está claro que la mayoría instala los tradicionales de madera, plástico y alambre”.

Martínez destaca, a su vez, que el no aplicar los reglamentos de buenas prácticas agropecuarias a la hora de instalar invernaderos puede redundar en distintos problemas, como la contaminación de los riegos.

Si bien relativiza el impacto del aumento de la superficie cubierta sobre el escurrimiento de las lluvias, destaca que un invernadero ajustado a buenas prácticas debería contar con un sistema de recuperación de agua pluvial para ser usada posteriormente en el riego. Pero agrega que eso en la mayoría de los casos no sucede por los mismos factores antes citados: el desconocimiento de productores y arrendatarios y la falta de controles.

Del mismo modo, la especialista indica que es observable a simple vista un cúmulo de errores en la instalación de estas estructuras, como la mala orientación que no permite un buen aprovechamiento de la luz, la falta de ventilación correcta, o la colocación de invernáculos contiguos compartiendo una misma pared de plástico.

“Todos estos elementos muestran la falta de un asesoramiento profesional, que repercute sobre la eficiencia productiva, pero también puede generar un impacto ambiental negativo”, dice Martínez.

“Una amenaza ambiental”

Precisamente, es ese impacto el elemento que subraya Horacio de Beláustegui, presidente de la platense Fundación Biosfera, quien sostiene que la proliferación de invernaderos sin control representa una amenaza ambiental para la Región.

“En principio hay que tener en cuenta que estamos hablando de estructuras que impermeabilizan suelos y alteran la forma en que drena el agua de lluvia. Así, mucha del agua que a cambio abierto caería progresivamente, siendo absorbida por la tierra y alimentando las napas freáticas se concentra en los techos de los invernaderos, para caer luego como un torrente fuera de control e imprevisible”, dice el ambientalista.

Esta situación, abunda de Beláustegui, tiene un impacto negativo sobre los suelos circundantes: “el agua liberada en torrentes no tiene el escurrimiento apropiado: genera estrés hídrico, forma zanjas y cárcavas que destruyen el suelo productivo y pueden además afectar otras zonas al buscar una salida, generando incluso concentraciones de agua que pueden durar varios días convirtiéndose en potenciales criaderos de vectores de enfermedades, como el mosquito del dengue”.

Por otra parte, y al igual que Martínez, de Beláustegui destaca el potencial contaminante de estas estructuras cuando no se ajustan a las buenas prácticas agrarias.

“No todo lo que se produce bajo cubierta es orgánico. Hay mucha producción que utiliza agroquímicos que finalmente terminan en el ambiente. ¿De qué forma?: porque la mayoría de los invernaderos de la zona son estructuras precarias de madera, plástico y alambre. Esos plásticos que los cubren tienen un tiempo de vida útil pasado el cual se los cambia. Pero a los viejos se los entierra o se los quema. Ambas soluciones tienen un impacto ambiental, porque son materiales que han estado expuestos a agroquímicos potentes que son contaminantes”, dice el dirigente.

Todas estas situaciones se verían agravadas por un fenómeno paralelo al del crecimiento de la superficie productiva cubierta y que también se produjo en las últimas décadas: el corrimiento de la frontera productiva, que en algunos casos se extendió a zonas desocupadas y en otros se mezcló con una zona urbana dando lugar a un híbrido donde lo residencial y lo productivo se mezclan.

“En esas zonas”, dice de Beláustegui, “estos impactos ambientales se pueden ver agravados”

 

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Los tomates son los que más rinden el cordón hortícola de la Región /el dia

Muchas de las construcciones son precarias en la Región/D. Alday

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