2025: un año por debajo de las expectativas, pero sin crisis

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Instituto de Economía Aplicada

Universidad del Este

El segundo año de Javier Milei al frente del Gobierno deja un balance ambiguo. Por debajo de las expectativas que dominaban el arranque de 2025 —cuando el REM proyectaba un crecimiento algo más vigoroso (5,0%) y una desinflación más rápida (23,3% anual)—, la economía terminó mostrando un desempeño más modesto y varios episodios de desanclaje de las expectativas. Sin embargo, en un país acostumbrado a cierres de año con sobresaltos macroeconómicos, el dato político central es otro: pese a errores de diseño, cambios de reglas y tensiones recurrentes, el Gobierno logró evitar una crisis abierta y sortear los principales desafíos financieros del período.

En términos de actividad, el crecimiento existió, pero fue menos robusto de lo esperado. El PIB del tercer trimestre mostró una variación interanual del 3,3%, mientras que el EMAE hasta octubre acumuló una expansión del 4,3% interanual, por debajo del 6,4% que exhibía a comienzos del año y claramente apoyado en el arrastre estadístico heredado de fines de 2024. La economía nunca logró despegar de manera sostenida del nivel alcanzado en diciembre del año anterior, con una dinámica mensual errática y varios meses de contracción. El crecimiento, además, estuvo altamente concentrado: casi la mitad del avance agregado se explicó por impuestos netos de subsidios y la intermediación financiera, dos rubros que difícilmente puedan sostener por sí solos una recuperación estructural. Sectores clave como la industria, la construcción y el comercio crecieron desde pisos históricamente bajos, sin recuperar niveles previos a la crisis.

El frente fiscal fue, sin dudas, el principal activo del Gobierno. En un contexto de caída real de la recaudación (en parte por la eliminación del Impuesto Pais y la reducción de retenciones y aranceles), el Ejecutivo logró sostener el superávit primario y financiero y cumplir las metas pactadas con el FMI. Este resultado no es menor: marca un quiebre respecto de la historia reciente. No obstante, el costo fue elevado. La dominancia tributaria del gasto implicó que la caída de la recaudación se tradujera automáticamente en recortes, con un ajuste particularmente severo sobre la inversión pública. El gasto de capital volvió a contraerse por segundo año consecutivo, alcanzando niveles históricamente bajos, mientras se redujeron subsidios, transferencias y salarios públicos. El equilibrio fiscal se sostuvo, pero a costa de hipotecar capacidad de inversión y con márgenes cada vez más estrechos hacia adelante.

El proceso desinflacionario, que había sido el principal éxito del Gobierno en 2024, encontró en 2025 su límite. El año cerrará con registros mensuales similares —o incluso superiores— a los del inicio del período (enero 2025 fue 2,2% y noviembre 2025 fue 2,5%). Las anclas que habían funcionado en la primera etapa dejaron de hacerlo: la economía salió de la recesión más profunda y el tipo de cambio dejó de ser un instrumento de contención efectiva, forzando al Gobierno a abandonar primero el crawling peg y recientemente a indexar la banda superior. Con la política monetaria condicionada por la necesidad de acumular reservas, la fiscal quedó como la única ancla operativa, aumentando la presión sobre un esquema que ya muestra señales de fatiga.

En el frente financiero, el año estuvo atravesado por episodios de alto riesgo: la salida del cepo, la volatilidad cambiaria de mitad de año, el endurecimiento monetario tras la eliminación de las LEFI y la fragilidad persistente de las reservas. En varios momentos, el programa estuvo cerca de entrar en zona crítica. Sin embargo, el equipo económico mostró una dosis significativa de pragmatismo: ajustó esquemas, cambió reglas y buscó soluciones de corto plazo para evitar un desorden mayor. El respaldo externo fue clave. Ante la ausencia casi total de capital privado internacional (IED negativa, baja participación en BONTE, ausencia de recalificación por parte de MSCI), el Gobierno se apoyó en el FMI y en el Tesoro de Estados Unidos para transitar el año, sustituyendo mercado por asistencia institucional.

En el frente financiero, el año estuvo atravesado por episodios de alto riesgo

Ese pragmatismo permitió llegar a fin de año sin crisis, pero no sin costos. La credibilidad del programa quedó dañada por la sucesión de cambios en el régimen cambiario y por la incapacidad de acumular reservas de manera genuina. El primer intento de regreso a los mercados voluntarios fue decepcionante y dejó en claro que el acompañamiento privado sigue siendo limitado. De hecho, los últimos días el Ministro de economía tuvo un virtaje discursivo, señalando que Argentina “debe reducir su dependencia de Wall Street”.

En síntesis, 2025 fue un año más débil de lo que el propio Gobierno esperaba, con menor crecimiento y menor desinflación que los proyectados. Pero también fue un año en el que el Ejecutivo logró sortear, con ayuda externa y decisiones pragmáticas, los riesgos más severos. El verdadero desafío comienza ahora. Con menos margen para ajustar gasto, sin el colchón del arrastre estadístico y con vencimientos financieros crecientes, 2026 será el año en el que el programa deberá demostrar si puede sostenerse sin auxilios de emergencia ni cambios permanentes de reglas. Ahí, más que el pragmatismo, se pondrá a prueba la consistencia.

 

 

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