Ricardo Balbín: el político sin manchas
Edición Impresa | 2 de Marzo de 2025 | 00:20

En un lugar de la política argentina hubo un Don Quijote que se dedicó a “deshacer entuertos”, a conciliar en lugar de reñir, a creer que hay una patria antes que los intereses personales, a defender los sueños del pueblo que eran los suyos y a quien no le importó pagar el precio de ser derrotado en las urnas o encarcelado en un calabozo.
Ese fue el platense Ricardo Balbín (1904-1981), el que durante décadas se batió en campañas contra los gigantes, el que cayó derrotado tantas veces como las que volvió a soñar. Fue el político más importante, que convivió sin mengua entre los más relevantes del país, sin haber sido nunca Presidente ni Gobernador.
El encuentro entre Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín
En las duras décadas del 40 y del 50 se opuso como legislador -su mandato se extendió desde 1946 a 1950- o como político despojado de todo fuero, a la entonces poderosa maquinaria peronista, que fue la que lo envió a un calabozo en Olmos. No fue corrupto ni tramposo, pero terminó en la cárcel. El peronismo juzgó a Balbín porque la oratoria del entonces diputado radical en el Congreso había herido, argumentaban, la investidura del Presidente y de la primera dama.
Fue a Olmos y el periodista Adrián Pignatelli recuerda: “No hacía su cama. Ni le dejaban barrer su propia celda. Los otros presos lo trataban de señor y él, avergonzado, hacía lo imposible por ser uno más. Sin embargo, “don Ricardo” o “doctor” eran los tratamientos que aquellos hombres que habían cometido los peores crímenes tenían hacia Ricardo Balbín, preso en Olmos por desacato”.
Balbín en prisión
EL DESAFUERO
La grieta entonces con el peronismo fue mucho más ancha y profunda que la de años recientes. Al mismo tiempo que el bloque peronista iniciaba el procedimiento de desafuero, Balbín adelantó y dijo que, más allá de la sanción que pudieran aplicarle, él renunciaría a su cargo. Por 108 votos contra 41 se votó su desafuero.
Al mismo tiempo que Héctor Cámpora, presidente del cuerpo, levantaba la sesión, se desató una batahola. Gritos, insultos, lluvia de papeles y hasta un diputado revoleó un libro que cayó pesadamente sobre la mesa de los taquígrafos. Eran las 15.40 y Balbín no ocuparía en su vida, nunca más, un cargo público.
Otro hecho inconmensurable del liderazgo partidario de Balbín fue promover la candidatura a presidente de Arturo Umberto Illia en 1963, cuando tuvo la entereza de reconocer el momento en que debía dar un paso al costado para promover el triunfo de su partido, abriendo la puerta para uno de los mejores gobiernos del siglo XX.
Fue acaso uno de los políticos que más veces recorrió el país de punta a punta, para sembrar ideales. Y lo hizo con una oratoria descollante que hoy, acaso, sonaría antigua, pero que encandilaba a la concurrencia. En 7 y 61, en una noche en la que se habían convocado miles de seguidores de la UCR, Balbín inició así su discurso: “Me dirijo a vos, muchachito radical de un solo traje, que viniste en bicicleta…” y la gente estalló en aplausos. Porque una cosa es leer estas palabras ahora, y otra escucharlas in-situ, salidas de aquella voz ronca que se quebraba. Había que aguantar a ese Balbín orador y decidor, amable algunas veces y en otras oportunidades desafiante y duro como un hacha.
TRAYECTORIA
Ricardo Balbín fue una de las figuras más notables de la Unión Cívica Radical (UCR), cuyo comité nacional presidió entre 1959 (como Unión Cívica Radical del Pueblo), hasta su muerte en septiembre de 1981, y por el que fue candidato a presidente de la Nación en cuatro oportunidades, 1951, 1958, y las dos elecciones de 1973 (marzo y septiembre).
En su honor se ha denominado la Avenida Ricardo Balbín (ex Avenida del Tejar, en la Ciudad de Buenos Aires) y se dio su nombre a la autopista La Plata-Buenos Aires.
Ricardo Balbín durante una entrevista
Hijo de Crispiano Balbín y Encarnación Morales Pulido, al cumplir 18 años se afilió a la UCR y se mudó a La Plata, donde el clima de movilización estudiantil lo impulsó a inscribirse en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata.
Tras una breve y brillante carrera obtuvo, en 1927, el título de abogado pero en pocas ocasiones ejerció la profesión, ya que se dedicó de lleno a la actividad política.
En 1928 se casó con Indalia Ponzetti, con quien tuvo tres hijos: Lía Elena, Osvaldo y Enrique, ambos con conocida militancia en el radicalismo. Su familia se prolongó hasta hoy en nietos y bisnietos.
Antes de 1930 fue fiscal del Crimen por la intervención federal de la provincia de Mendoza.
Al poco tiempo, regresó a La Plata y en 1930, año en que José Félix Uriburu derrocó a Hipólito Yrigoyen mediante un golpe de Estado, fue electo presidente del Comité de la Sección Primera de La Plata.
En 1931 el gobierno de facto convocó a elecciones en la provincia de Buenos Aires y Balbín fue electo diputado provincial y Honorio Pueyrredón gobernador. Sin embargo, como el triunfo radical no estaba en los planes de la dictadura de Uriburu, las elecciones fueron anuladas.
Durante esa década Balbín desarrolló una intensa actividad política en contra del fraude y en 1940 fue electo de nuevo diputado provincial. Sin embargo, renunció a su banca en repudio al fraude escandaloso que caracterizó a esos comicios.
En 1945, en concomitancia con el liderazgo intransigente del cordobés Amadeo Sabattini, participó en la fundación del Movimiento de Intransigencia y Renovación (MIR) junto a Arturo Frondizi, Crisólogo Larralde, Oscar Alende, Moisés Lebensohn, y otros dirigentes.
Balbín junto a Frondizi
LA MADUREZ
Haría falta un mucho mayor espacio para resumir la sucesión de episodios políticos relevantes que le tocó vivir a Balbín en su madurez, desde los años de la llamada Revolución Libertadora, que en 1955 derrocó a Perón, a la fractura de la UCR en dos líneas, la Del Pueblo, liderada por Balbín y la de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), presidida por Frondizi.
Vino después la presidencia de Illia y su derrocamiento por el general Juan Carlos Onganía en 1966; luego llegó el interregno peronista que corrió desde 1973 hasta 1976; y le siguió el lóbrego periodo militar comandado por Jorge Rafael Videla. Los esfuerzos desplegados por Balbín para evitar ese desembarco aún se recuerdan.
Pero antes que ello, Balbín había iniciado contactos con Perón, su “viejo adversario”. Todo empezó formalmente en una reunión que mantuvo con Jorge Paladino, el delegado de Perón -desterrado entonces en España- en un encuentro que significó no sólo la creación de llamada Hora del Pueblo, sino que fue la primera vez en que el radicalismo y el peronismo se aliaron para unir fuerzas contra la dictadura militar. Balbín no trepidó en darle la mano a quien lo había mandado a encarcelar y Perón dijo que “con Balbín iría a cualquier parte”, llegándose a hablar entonces de una fórmula presidencial Perón-Balbín.
La casa de Ricardo Balbín
En aquellos días muy aciagos, con el país en llamas, el abrazo Perón-Balbín resultó balsámico para una población agotada por los crímenes de las Tres A, la acción de una guerrilla que no dudaba en matar y el inicio de la represión militar más tenebrosa de la historia. En ese territorio Balbín volvió a ofrecer una cátedra de su equilibrado señorío.
Lo cierto es que el 1 de julio de 1974 murió Perón, no sin antes haberle pedido a Balbín que en lo posible asistiera a Isabel Martínez cuando ella asumiera la Presidencia. Se sabe que le dio un consejo: “Deshágase de López Rega”. Pero ella no le hizo caso.
En el velorio de Perón, Balbín le dedicó una sentida despedida, aunque alrededor de esta fecha fue cuando más cerca estuvo de llegar a la presidencia, según cuenta Gustavo Caraballo y por deseo del mismo Perón.
Balbín junto al Papa Juan Pablo II
EL FINAL
Balbín falleció el 9 de septiembre de 1981 y su entierro fue multitudinario, pocas veces visto. Centenares de miles de personas escoltaron el cortejo que viajó desde Buenos Aires a La Plata, con nutridos contingentes escalonados a lo largo de 50 kilómetros que, con pañuelos blancos y expresiones de adhesión, lo fueron despidiendo.
Tuvo ese final merecido, acorde a lo que fue su vida, ya que desde Buenos Aires hasta el Cementerio de La Plata, en donde reposan sus restos, aquella ceremonia se convirtió en el primer acto masivo y democrático que sacudió al régimen militar. Políticos de distinto signo pidieron hablar antes de la inhumación y fueron tantos los oradores que el acto se prolongó hasta entrada la noche.
En esa fecha también La Plata empezó a comprender lo que significaba haber perdido la presencia de Balbín, en quien se cruzaron durante décadas los meridianos y paralelos de la política nacional.
El cortejo fúnebre. Cientos de personas le dieron el último adiós a Ricardo Balbín
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