Premios por páginas, las estrategias de madres y padres

Aunque la tarea de docentes y escuelas es vital, el hogar también debe ser donde se consoliden hábitos como la lectura

Edición Impresa

“Si leés dos capítulos hoy, mañana te dejo media hora más con la Play”. La frase no es un invento de marketing ni parte de un manual escolar: es una estrategia real que muchos padres y madres aplican con la esperanza de que sus hijos, cada vez más absorbidos por las pantallas, recuperen el vínculo con los libros. En particular, en hogares donde los informes oficiales y las pruebas de evaluación revelan una caída persistente en los niveles de comprensión lectora de niñas, niños y adolescentes, las familias buscan con urgencia nuevas formas de acercarlos al universo de la lectura. Y lo hacen como pueden: con dinero, con premios, con tiempo extra en videojuegos, con excursiones prometidas o con cualquier otro incentivo que funcione.

El recurso no es nuevo, pero en los últimos años se extendió. Padres y madres hablan entre sí, buscan ideas en internet o simplemente improvisan ante la apatía que sus hijos muestran al enfrentarse a una página impresa. Según los expertos en educación, el uso de recompensas no es, en sí mismo, negativo. “Puede ser un punto de partida válido, sobre todo si los chicos vienen con escasa motivación. Pero hay que tener cuidado de no convertir la lectura en una obligación asociada a una transacción”, advierten los pedagogos. El riesgo, dicen, es que el niño entienda que leer solo vale la pena si hay algo tangible de por medio. “Y ahí perdemos el objetivo más valioso, que es despertar el placer por leer”.

Sin embargo, en el escenario actual, muchos padres sienten que no tienen muchas alternativas. Algunos apelan al dinero como premio: cien pesos por cada libro terminado, o una cifra mayor si el volumen es largo o complejo. Otros prometen juguetes o salidas especiales. Y están quienes habilitan más minutos frente a la tablet, en un trueque que suena contradictorio pero que responde a una lógica contemporánea: si la lectura compite contra estímulos audiovisuales y de gratificación inmediata, hay que igualar las condiciones del juego.

Los psicólogos que siguen de cerca la relación de los niños con la tecnología no condenan estas estrategias, pero llaman la atención sobre sus posibles consecuencias. “Si el único objetivo es cumplir para recibir un premio, se puede producir un efecto de sobrejustificación. Es decir, el chico deja de ver valor en la lectura en sí misma, y solo lee para obtener algo externo. Y cuando el premio desaparece, desaparece también la conducta”, explican. Por eso, sugieren que los premios funcionen como un empujón inicial y no como una norma permanente. Que sirvan para encender el motor, pero no para sostener el viaje.

En muchos casos, los padres optan por alternativas no materiales: sumar un cuento a la hora de dormir, dejar que el niño elija qué libro comprar en la próxima visita a la librería, habilitar tiempo compartido en familia alrededor de una lectura común. La clave, dicen los educadores, es generar un clima emocional positivo vinculado a la lectura. Que leer no sea algo impuesto, sino una experiencia compartida y deseada. Que no se viva como una carga, sino como una posibilidad de disfrute.

Algunos recursos didácticos también ayudan. Libros interactivos, lectores electrónicos con voces de personajes conocidos, juegos con recompensas simbólicas por cada texto leído, retos familiares con rankings y aplausos. En ciertos hogares, incluso se organiza una “maratón de lectura” con premios sorpresa al final del día. En otros, se convierte en rutina leer todos los días un rato juntos, aunque sea en voz alta y aunque el niño todavía no sepa descifrar del todo las palabras.

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