Dolor en La Plata por la muerte de ingeniero Enrique Camilo Corrá

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Con el fallecimiento del ingeniero Enrique Corrá, ocurrido esta semana, La Plata pierde a uno de los profesionales que con mayor rigor y dedicación se abocó al estudio de los temas urbanísticos, hidráulicos y de infraestructura de la Ciudad. Pierde también a un vecino comprometido, a un gran profesor universitario y a un hombre de singular inteligencia que cultivó, durante décadas, valores que hoy pueden sonar abstractos, como el señorío y la caballerosidad.

Corrá dejó una huella en el ámbito universitario, donde fue, durante más de veinte años, titular por concurso de Ingeniería Legal, la cátedra en la que recorrió todo el escalafón académico desde ayudante alumno. Se había recibido en la misma facultad de Ingeniería de la que fue, también, secretario académico. Fue parte de una generación brillante que convirtió a esa unidad académica en un faro de excelencia a nivel internacional.

Fue director y jefe de departamento en la dirección provincial de Vialidad y contribuyó a forjar la Caja de Ingenieros. Se desempeñó luego como secretario de Obras Públicas de la municipalidad entre 1981 y 1983 durante la intendencia de Abel Román. En esa función se destacó por su compromiso con los barrios más alejados del casco urbano, en los que trabajó con ahínco para optimizar los desagües, la infraestructura vial y los drenajes de los arroyos, entre otras iniciativas que mejoraron la calidad de vida en las zonas más vulnerables. Conocía de memoria el mapa de la Ciudad. Hablaba con autoridad y rigor de los asuntos técnicos más específicos, pero combinaba ese saber profesional con una especial sensibilidad para comprender las demandas y los reclamos vecinales.

Ese compromiso lo llevó a ocupar una banca en el Concejo Deliberante en representación de Acción Municipal Platense (AMUPLA), una fuerza vecinalista que supo tener protagonismo en la política local desde los años ochenta hasta inicios de los 2000.

Corrá fue concejal entre el 91 y el 95. En ese ámbito cosechó un gran respeto, aún de representantes de fuerzas políticas antagónicas. Practicaba el pluralismo sin falsas declamaciones. Era un hombre abierto, siempre dispuesto al diálogo y a la construcción de consensos. Alejado de dogmatismos ideológicos y de cualquier sectarismo, siempre proponía soluciones desde una perspectiva práctica.

Formó, junto a Alejandra Otero, una gran familia por la que sentía un especial orgullo. Tuvieron cuatro hijos: Juan Diego, Julieta, Carola y María Inés, quienes les dieron once nietos y un bisnieto.

Un sobrenombre, con el que lo conocieron muchísimos platenses, identificaba su pasión: le decían Lobo, en una directa referencia a su devoción por Gimnasia, que siempre practicó con la elegancia y la moderación de los amantes genuinos del fútbol.

Corrá fue un digno representante de una ciudad que reivindicaba los valores de la universidad reformista; creía en el progreso a través del esfuerzo, en el trabajo riguroso, en el compromiso cívico y en la ejemplaridad y la rectitud como reglas de conducta. También en la austeridad y la sobriedad de un espíritu vecinal que rechazaba cualquier forma de arrogancia, de desmesura y de estridencia.

En el recinto del Concejo Deliberante, en las aulas de Ingeniería y en muchos barrios de La Plata quedan huellas inspiradoras de ese espíritu platense que Corrá honró a lo largo de toda su vida. Había nacido en La Plata el 26 de marzo de 1937.

 

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