Romper un sueño y seguir flotando

Publicado en 1991, el libro de cuentos de Juan Forn capturó como pocos el desencanto y la fragilidad de una generación. Una obra que sigue latiendo con fuerza

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Hay libros que, sin proponérselo, condensan el ánimo de una época. Suele pasar con algunos títulos que quedaron ligados a cierto humor de una era. “Nadar de noche”, el primer libro de cuentos de Juan Forn, es uno de ellos.

Publicado en 1991, todavía resuena como un retrato sensible de una generación nacida entre dictaduras, transiciones democráticas y promesas incumplidas. Lo que en estos ocho cuentos se despliega no es tanto una búsqueda de sentido, sino la exploración del instante en que ese sentido se desarma. Y en ese derrumbe, algo nuevo —más humano, más cercano, más real— intenta nacer.

LA PROSA

Forn escribe desde los márgenes de lo espectacular: evita el golpe de efecto, le rehúye a la pirotecnia narrativa y apuesta por una prosa precisa, que respira silencios. Es literatura de lo insinuado.

Los relatos del libro funcionan como polaroids tomadas justo después del momento clave: la pelea ya estalló, la herida ya se abrió, el amor ya se fue o está por irse. El lector llega cuando el polvo aún no se ha asentado y debe adivinar, con los fragmentos disponibles, lo que sucedió.

Esa forma de narrar tiene herencia. Forn se inscribe en la tradición de la “teoría del iceberg” de Hemingway: lo que se dice importa, pero lo que no se dice importa aún más. Cada cuento es el registro de un quiebre. Un corte de luz que interrumpe una pelea de pareja en “El karma de ciertas chicas”. El reencuentro con un ex combatiente de Malvinas en “Memorándum Almazán”. La visita de una joven a un manicomio donde su exnovio transcurre sus días en “Alquitrán en los pies”. Y, claro, la conversación imposible con un padre muerto en “Nadar de noche”, el relato que da nombre al libro y que, por su potencia emocional, se convirtió en una obra maestra por derecho propio.

LA TRAMA

Pero no es un libro sobre la tragedia. Es un libro sobre la vida después de ella. Lo que lo vuelve único es su capacidad para narrar el duelo —individual y colectivo— sin grandilocuencias. Hay una tristeza sin estridencias que atraviesa los relatos. Mariana Enriquez, que conoce bien esa tristeza, habló de un “no hay futuro” resignado, profundamente argentino, donde la política se cuela aun cuando nadie la menciona. Las geografías son reconocibles, las pérdidas también: cuentas de banco vaciadas, relaciones fallidas, noches químicas, piscinas donde se flota más por instinto que por voluntad.

Los personajes están cansados, como si hubieran vivido demasiado pronto. Jóvenes tristes que, se preguntan: “¿Por qué nos tuvo que tocar justo a nosotros este lugar y esta época de mierda para ser jóvenes?”. Ese desencanto no es cinismo; es sensibilidad. Una que se afila en la observación y se condensa en gestos mínimos: una chica que llora en un avión, un padre que fuma en silencio, una visita que no dice todo lo que quiere decir.

Si “Nadar de noche” fue leído con devoción por los jóvenes en los 90, no fue solo porque hablaba de ellos. Fue porque hablaba como ellos. Con una voz quebrada pero honesta, dolida pero lúcida. El tiempo ha pasado, pero el libro sigue ahí, intacto. Sus cuentos se leen hoy con la misma intensidad, como si nos estuvieran esperando. Tal vez porque seguimos siendo —de otras maneras, con otros nombres— esos jóvenes confundidos, sin épica posible, aferrados a la esperanza de que, aunque el sueño se rompa, algo más simple, más verdadero, pueda nacer de sus restos.

Como dijo Enriquez, hay modales en la escritura de Forn. Hay delicadeza. La lengua se acomoda a lo que se quiere decir, sin forzar nada, y así permite que incluso lo más oscuro —la muerte, la locura, la orfandad, el duelo— se vuelva narrable.

No se trata de iluminar el dolor, sino de mirarlo de frente y aceptar que está ahí, como una mancha densa en el agua donde flotamos.

Nadar de noche
JUAN FORN
Editorial: Emecé
Páginas: 168
Precio: $32.900
Juan Forn

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