Aviones de combate, blindados, gestos y más

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Anchorage se transformó en escenario de una película de espionaje. La base aérea de Alaska donde aterrizaron Donald Trump y Vladimir Putin fue blindada como pocas veces se vio en esa ciudad, que amaneció con calles cortadas, francotiradores en los techos y un movimiento de aviones oficiales que captó la atención de curiosos y fotógrafos.

Primero fue el Air Force One, que aterrizó con puntualidad quirúrgica y escolta de cazas F-22. Minutos después, el Ilyushin ruso descendió en medio de un silencio expectante. Los spotters de aviones locales —acostumbrados a cazar imágenes de vuelos comerciales— tuvieron su “día soñado”: pudieron registrar dos de los aviones presidenciales más emblemáticos del planeta.

Caravana blindada

Las caravanas fueron otro capítulo aparte. Trump se movió en “La Bestia”, su Cadillac blindado de casi 9 toneladas. Putin viajó en un Aurus Senat, el modelo de lujo que Moscú suele exhibir como símbolo de soberanía tecnológica. En el trayecto al lugar del encuentro, un detalle no pasó inadvertido: ambas comitivas se cruzaron en una avenida principal de Anchorage, y la coordinación del semáforo evitó lo que hubiese sido una postal incómoda: la fila interminable de autos negros detenidos frente a frente.

Los gestos y silencios

El apretón de manos fue largo, con ambos mirando fijo a las cámaras. Trump sonrió, Putin no. En la foto oficial, el ex presidente estadounidense se inclinó levemente hacia adelante, mientras que el ruso mantuvo la postura rígida, casi marcial. Para los analistas de gestualidad, fue una coreografía milimétrica: ninguno quiso dar la imagen de ceder terreno.

Lo que no se vio

La sala “tapizada” de traductores: aunque el encuentro fue cerrado, se filtró que en la mesa había casi tantos intérpretes como asesores. Cada palabra debía quedar perfectamente registrada.

Los refrigerios: en un break se sirvieron café fuerte al estilo ruso, galletas de manteca típicas de Alaska y —detalle llamativo— botellas de agua importadas de Islandia.

Los celulares encajonados: todos los equipos de los funcionarios fueron guardados en sobres sellados antes de ingresar. En la sala, nada que pudiera filtrar señales.

La ciudad tomada

Anchorage vivió la jornada entre fascinación y fastidio. Los comercios cercanos a la base aérea se quejaron por la caída de clientes debido a los controles. Pero en las calles hubo quienes aprovecharon para vender banderitas rusas y estadounidenses a los curiosos.

Más allá de lo discutido en la mesa —que nadie quiso detallar de inmediato—, la cumbre dejó postales de espectáculo político y diplomático. Blindados, cazas, gestos medidos y hasta galletas importadas: la comidilla que quedará en la memoria de los que vieron a Alaska convertirse, por unas horas, en el centro del mundo.

 

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