La aventura de lanzarse al mundo a vivir otra cultura desde adentro

Cómo funciona y qué ofrece un viejo sistema cada vez más común entre familias platenses de clase media

En la casa de los Inveninato, Anneleen Defruyt (17) es una hija más. Desde que vive con ellos hace tres meses comparte las tareas domésticas, los horarios de las comidas y el ritmo cotidiano de la familia con absoluta naturalidad aún cuando muchas cosas difieren de las que está acostumbrada en Bélgica. Pero ésa es precisamente la idea que la trajo hasta La Plata: insertarse en otra cultura y llegar a conocerla por dentro a una edad en que las experiencias lejos de casa dejan una marca de por vida.

Como Anneleen, decenas de adolescentes parten cada año desde nuestra ciudad hacia los cinco continentes y otros tantos llegan para vivir un tiempo con familias platenses. Impulsados por la avidez de los chicos por conocer el mundo, la iniquitud de sus padres de que lo hagan en un marco de seguridad y el intéres de unos y otros por expandir horizontes, los intercambios culturales son cada vez más frecuentes entre las familias de clase media local.

Aunque funcionan desde hace casi un siglo en el mundo, estos programas han empezado a convertirse para muchas familias platenses en un medio efectivo y relativamente accesible de darle a sus hijos un segundo idioma. Pero también, en una alternativa para enriquecer su propio hogar con un ambiente de interculturalidad. De hecho, tal fue la motivación que llevó a Roberto y Viviana Inveninato -que viven en el barrio La Loma y tienen dos hijos- a abrir su casa a estudiantes extranjeros del American Field Service (AFS).

Junto con el Rotary Club, AFS es una de la organizaciones que más estudiantes de intercambio mueven a nivel local. Entre ambas supervisan cada año los viajes de medio centenar de chicos desde y hacia La Plata. De base voluntaria, no cobran ni pagan a quienes se suman a su programas tanto para viajar como para recibir extranjeros. Su única finalidad es promover la experiencia del intercambio.

Si bien existen programas para personas de todas las edades, el grueso de ellos apuntan a estudiantes de entre 15 y 18 años, con una edad ideal de 17. ¿Por qué? Porque a esa edad quienes viajan ya no son tan chicos para extrañar ni tan mayores como para manejarse por fuera de las familias que los reciben, explican desde las organizaciones de intercambio señalando una de las claves del sistema: el contexto familiar en que se desarrolla el intercambio. Durante todo el tiempo que los chicos están lejos de sus hogares, sus padres son en la práctica aquellos adultos que los reciben bajo su techo.

MAMAS Y PAPAS

"Papá" y "Mamá" es como Anneleen llama a Roberto y Viviana Inveninato. Si bien constituye una tradición en la cultura del intercambio estudiantil, para ella es también una manera práctica de referirse a quienes le abrieron su hogar. "Es mucho más cómodo que decir 'el papá o la mamá de la familia donde vivo`. Además -dice- en la práctica lo son".

"Llamar papá y mamá a dos personas que nunca habías visto antes puede resultar chocante, pero en realidad no lo es en absoluto", explica Daniela Cámpora (18) una estudiante platense que el año pasado estuvo viviendo con una familia japonesa. "Al decirlo en otro idioma tiene una connotación emocional distinta, pero a su vez ayuda a que te sientas contenido".

Para ofrecer esa contención, los programas de intercambio dedican buena parte de sus esfuerzos a seleccionar a las familias receptoras. "No tenemos requisitos excluyentes: pueden ser familias con hijos o sin ellos e incluso monoparentales, pero siempre se las visita antes para conocerlas y hacerles una evaluación ambiental. La idea no es filtrar a nadie, sino asegurarnos de que la experiencia resulte enriquecedora para ambas partes", explica Manuel López, el representante local de AFS.

A 13 mil kilómeros de Dendermode, al norte de Bélgica, donde tiene un papá militar una mamá ama de casa, Anneleen se amolda a la vida de los Inveninato y comparte muchas de sus actividades cotidianas con Justina (11) y Juan Pablo (18), los hijos de la familia. Aunque ya lleva siete meses en La Plata y habla un castellano fluido, a lo único que no consigue acostrumbrarse es a las comidas. "Acá se come mucho -dice-, en mi país cenamos apenas un sandwich o un poco de fiambre".

Así como Anneleen no termina de acostumbrarse a nuestros hábitos alimentarios, a Daniela Cámpora le llevó semanas asimilar la idea el baño japonés, donde toda la familia comparte el agua de la misma bañera después de darse una ducha de mano en un banquito. "Como yo era extranjera tenían la deferencia de dejarme entrar primero; después iba mi papá, mi mamá y por último mi hermana", cuenta.

Esas pequeñas diferencias culturales, que para algunos resultan enriquecedoras y para otros un precio que a pagar, son sin embargo menores frente el principal objetivo que moviliza los intercambios por parte de los chicos: el aprender bien un idioma extranjero en menos de un año.

EN BUSCA DE OTRO IDIOMA

Cuando el año pasado Silvano Cirenza decidió anotarse en un programa de intercambio para viajar a Argentina, tenía muy claro lo que quería: "aprender bien el español", asegura. El mismo interés trajo a Anneleen desde Bélgica a la casa de los Inveninato y llevó a Daniela Cámpora al seno de una familia de panaderos en Akita, al norte de Japón.

"Los chicos vuelven con un idioma adquirido que no se olvidan más; y eso es algo que los padres valoran mucho", explica Juan Alberto Cucatto, miembro del Rotary de City Bell, un club que cada año organiza intercambios con Estados Unidos, Canadá, Holanda y Austria.

Después de un año en Japón, Daniela Cámpora rescata lo mismo de su experiencia. "Mi nivel de japonés hoy es comparable al de personas que han estado estudiando acá diez años. Claro que no podés quedarte sentada esperando que el idioma se te pegue solo; hay que poner también mucho de uno", dice.

Pero lo cierto es que en gran medida la asimilación del idioma es casi una consecuencia natural de los propios sistemas de intercambio. Aún cuando al llegar a los países de destino los chicos no hablan una palabra de la lengua local deben incorporarse a la escuela y continuar sus estudios.

"De alguna forma no te queda otra que aprender o aprender", opina Silvano Cirenza, quien en agosto pasado al incorporarse al bachillerato de Bellas Artes no hablaba una sola palabra en castellano y hoy lo domina con soltura.

"Que los estudiantes de intercambio vayan al colegio es un obligación del programa que se traslada a las familias receptoras. De todas formas no están solas: cada chico que viaja tiene además un consejero que se encarga de apuntalarlo y estar atento a sus posibles necesidades", explica Manuel López de AFS al referirse a una modalidad que también aplica en el Rotary.

Por un viejo convenio con la Universidad Nacional de La Plata, los estudiantes que llegan a través de los programas de de AFS suelen incorporarse automáticamente a los colegios de esa casa de estudios. Los que vienen por el Rotary lo hacen mayormente en otras escuelas públicas y privadas de la Ciudad. Como el intercambio cultural tiene una larga tradición en el mundo, los chicos argentinos tampoco encuentran dificultades para insertarse en los sistemas escolares de otros países.

Es así que el único obstáculo que plantean hoy los intercambios en la educación formal de los chicos está en las diferencias de los sistemas educativos de cada país. Tras haber cursado todo el segundo año del secundario en una escuela japonesa, Daniela Cardone está luchando hoy para que las autoridades educativas argentinas le reconozcan las materia aprobadas allá y pueda rendir libre sólo aquellas que no tienen equivalencias. Cuando en julio próximo, Silvano regrese a Milán deberá enfrentar el mismo problema para acceder a la universidad.

Con todo, tanto Daniela como Silvano no se arrepienten de haber elegido realizar una experiencia educativa en otro país. Lo que se aprende en un intercambio -coinciden- "está más allá de la escuela" y " te va a acompañar toda tu vida".

REUNION

Por iniciativa de AFS, los estudiantes extranjeros que acaban de llegar a La Plata y los platenses que volvieron de sus experiencias de intercambio en el exterior se reunirán hoy a las 15 para compartir la tarde en un predio de Arana ubicado en la calle 23 y 642. El encuentro será una oportunidad para que las personas interesadas en el programa puedan tomar contacto directo con sus vivencias

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