Las huertas familiares se multiplican en patios, terrazas y balcones de la Ciudad

Ya sea para comer mejor o por puro placer, cada vez son más los que se largan a cultivar sus propias hortalizas en la casa

Cuando el año pasado una tía le dio una planta de tomate cherry para su cumpleaños, Paula Soto (36) no imaginó que en aquel regalo iba a terminar descubriendo algo de sí. “La tenía en el patio entre otras macetas sin prestarle mucha atención hasta que un día vi que estaba brotada y le saqué una foto con el celular. A partir de ahí, cada vez que volvía a casa a la noche después del trabajo salía a mirarla un rato y me fascinaba encontrarle algo nuevo. Me di cuenta que me había enganchado cuando empecé a buscar cosas en internet. Al mes tenía ya una docena de otros plantines. Hoy, más de la mitad de mi patio es huerta. Nunca supuse que ver crecer las plantas que comemos en casa me iba a dar tanto placer”, asegura.

Como ella cada vez son más las personas que convierten patios, balcones y terrazas en pequeñas huertas familiares en medio de la ciudad. Alentado por una oferta inusual de cursos que brindan organizaciones ambientalistas y tutoriales en internet, pero también por efecto contagio, el fenómeno viene creciendo en los últimos años sobre la base de razones tan diversas que van desde preferencias alimentarias hasta el simple placer de cultivar.

Y es que además de constituir un medio para obtener alimentos orgánicos en un tiempo en que el creciente uso de agroquímicos genera cada vez más preocupación, las huertas en las casas son para muchas familias una forma de introducir a los más chicos en un estilo de vida sustentable, un “cable a tierra” para lidiar con el estrés cotidiano y hasta una alternativa para apuntalar la economía familiar.

Lo cierto es que en los últimos años la agroecología urbana se ha expandido tanto las ciudades argentinas que el Programa Pro Huerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria tiene registrado ya más de 55 mil emprendimientos de este tipo y se cree que la cifra no representa ni una quinta parte de las iniciativas personales que existen en realidad.

MOTIVACIONES Y ASOMBROS

“Arranqué como una forma de distracción: tenía ganas de hacer cosas con las manos. Además, como me gusta cocinar, quería tener algunas aromáticas frescas”, cuenta Martín Krulcic al explicar lo que lo llevó a destinar una cuarta parte del jardín de su casa en El Dique para una huerta. En ella tiene “todo lo que consume habitualmente la familia”: tomates, lechuga, apio, acelga, morrones y aromática, pero también frutillas y frambuesas.

Aunque en principio era un sueño que venía arrastrando desde hacía tiempo, porque sus abuelos siempre tuvieron huerta y quería seguir esa tradición con sus hijos, para Martín la huerta es a su vez un pequeño apoyo a la economía familiar. “No llegamos a autoabastecernos porque el espacio no da, pero en temporada hay cosas que ya no necesitamos comprar”, cuenta.

A Daniela Galvez, el interés por tener una huerta le nació en cambio del deseo de comer alimentos más saludables. Pero aunque “la idea original era tener algunas frutas y hortalizas para comer mejor”, al arrancar se dio cuenta de que “además disfrutaba mucho trabajar la tierra y ver crecer las plantas”, explica Daniela Gálvez, una diseñadora de indumentaria que destinó un cantero elevado de su casa para cultivar distintas variedades de tomates, cebollas, pimientos y berenjenas. Cerca de empezar a cosechar los primeros frutos, reconoce que está “emocionadísima, como si fuera a parir”.

“Me maravilla ver salir las flores y formarse los frutos, o descubrir la forma en que se reproduce las plantas. Lo vivo con muchísima emoción”, reconoce también Gabriela Melchior. Desde que el año pasado “la picó el bicho de la huerta” y decidió anotarse un taller que brinda una organización ambientalista, su entusiasmo no ha parado de crecer. “Empecé con un espacio de unos tres metros cuadrados en el patio, pero enseguida me quedó chico y me extendí a un cantero al costado de la entrada del auto. La huerta ya produce más de lo que llegamos a consumir en casa, por lo que termino regalando o haciendo conservas para que no se eche a perder”, dice.

UNA NECESIDAD HUMANA

Más allá de preferencias y situaciones particulares, para Horacio de Beláustegui, el presidente de Fundación Biósfera, una ONG ambientalista que desde hace ocho años promueve la horticultura urbana en nuestra ciudad, el fenómeno no deja de tener un componente económico. “Siempre se anota mucha gente en nuestros cursos, pero la demanda se acrecienta cada vez que sube mucho la verdura”, afirma.

No obstante ello, De Beláustegui reconoce que la gente se acerca a la horticultura urbana por razones de todo tipo y encuentra también satisfacciones de todo tipo. “Hay personas que lo hacen para recuperar un conocimiento que valoran y desean trasmitirle a sus hijos; a otras las ayuda a ocupar el tiempo que les queda después de jubilarse con algo productivo; y hay incluso gente a la que tener una huerta la ha ayudado a superar una depresión”.

Testigo del crecimiento que viene teniendo la horticultura en la ciudad, Gilberto Santacá, director de la Escuela Agraria del Parque Pereyra, asegura que si bien “en principio pareciera que lo que se busca es tener alimentos seguros libres de contaminantes”, cuando se analiza el fenómeno en profundidad “surge la necesidad que tiene el ser humano de cultivar”.

“En el fondo es el placer que produce redescubrir lo que seguramente está en nuestra genética –dice-: vivir al ritmo de la naturaleza”.

Daniela Galvez
El Dique
Instituto Nacional
Martín Krulcic
Programa PRO Huerta
Tecnología Agropecuaria

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