Messi sabe llorar

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

Mail: afcastab@gmail.com

Unos se están yendo y otros están volviendo. Martino sigue el rumbo de estos días y tampoco puede armar un equipo estable para las Olimpiadas. El país espera algún podio y tiene esperanza de que el segundo semestre, cantando o no el himno, termine con una inflación sin medallas que no nos deja pasar de ronda.

Las cuentas no le salen al gobierno y Messi y compañía contribuyó a poner la desazón en otro lado y dejar para más adelante el sueño de copa y reactivación. Los políticos saben gestionar promesas, triunfos y bajoneos. Con bóvedas ricas y casitas pobres, los ciudadanos sienten que estos bolsones de frío y despojo no dan tregua.

Messi dijo “me voy”. El oficialismo buscaba un arrepentido y encontró un desertor. Si nadie se anima a hablar, no será fácil llegar a la verdad, aunque Marijuán allane hasta los baldíos. Los salteadores siempre han sabido esconder los botines. La idea de López fue acudir a Nuestra Señora de Fátima para darle algo de remordimiento a una conciencia devastada por sobredosis de fajos y drogas.

¿Messi hubiera errado el penal en el segundo semestre? El gentío pasa de un lado al otro en estos días de muchedumbres y contrastes. La ciudad capital acoge por igual a los titulares que vuelven vencidos como a los ex que retornan envalentonados. Hay ruegos por unos y otros. Saber irse y saber quedarse es parte de la gloria maltrecha de esos equipos de millonarios y millonarias que nunca erran un penal ni sueltan una lágrima.

A Messi se le vino toda la realidad de golpe. Primero compareció ante la justicia española en traje y corbata, donde no luce, para hablar de lo que no sabe. Y después, desde el banquillo de los doce pasos, el penal fallido lo puso entre rejas. Y al final, culminación del realismo, lloró. Lo que le aportó, a ese rostro inmortalizado por mil sonrisas goleadoras, la sinceridad de las lágrimas. Con esa mirada desolada se convirtió en un ser de carne y hueso al que una pelota le vino a enseñar que en la vida no todo es festejo. Y puso en escena el eclecticismo de un gentío que un día le reprocha por las finales perdidas y el himno callado, y al otro día concurre en procesión a rogarle que no nos prive de seguir exigiéndole todo.

¿Messi hubiera errado el penal en el segundo semestre? El gentío pasa de un lado al otro en estos días de muchedumbres y contrastes. La ciudad capital acoge por igual a los titulares que vuelven vencidos como a los ex que retornan envalentonados.

Muchas veces se ha dudado de su verdadero sentir. Los madrileños lo caricaturizaron como un ser que no tiene vida sin la pelota. Y desde aquí algunos lo han visto como un infiltrado catalán que ni tararea y que viene para estos lados para reavivar el fantasma de una frustración que necesita cada tanto conocer la esperanza para aprender a perderla.

Todo el mundo vio la cara demudada de un ganador que esa noche probó el amargo trago de la frustración. Nunca pateó tan alto, nunca su pelota se fue tan lejos, nunca se vio tan desnudo. Ese penal lo dejó solito con sus lágrimas, pero más comprometido que nunca. Porque el llanto abraza, libera, se vuelve incontenible. Messi estaba allí, triste y abatido, dándole la espalda a esas 80 mil personas que habían ido para verlo festejar y acabaron testificando su despedida.

¿El penal fue el corolario de un semestre con muchos tiros desviados? La actualidad siempre entra a la cancha. Y Messi, con su anunciado adiós, quizá haya querido poner distancia con un equipo que ha hecho del intento su razón de ser. Nunca estuvo tan solo. Arrinconado, sin ese aura que lo protege, el llanto lo puso otra vez en el comienzo de todo, desvalido, pensante, más frágil que el chiquito santafesino que gambeteaba la mala salud y tenía la pelota como remedio. Por eso lloró, porque la gloria le venía a cobrar los reembolsos de una carrera con pocos desvíos y muchos goles. Y lloró lo justo. Nada de congojas sobreactuadas. Un dolor discreto pero indudable, con lágrimas nuevas que buscaban disolverse en la barba recién nacida. Y esa noche no durmió. Mil veces maldijo a esa pelota desobediente.

Se va Messi, reaparece Cristina y Macri pide alargue. ¿Al país lo hicieron pelota?

Las lágrimas imponen respeto, obligan a rehacer el juicio, abren un paréntesis. No sólo quería abandonar la Selección, quería irse del mundo. En plenos preparativos del bicentenario, Estados Unidos obligó otra vez a capitular a nuestros héroes máximos. Maradona por un poco de pis con efedrina (¿otra vez la maldita efedrina?) dejó la selección. Y Messi por unas lágrimas anunció su despedida. El fracaso nos llega en gotas. Y el fútbol nos avisa.

Se va Messi, reaparece Cristina y Macri pide alargue. ¿Al país lo hicieron pelota?

 

(*) Periodista y crítico de cine

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