Rosario lloró a sus muertos en el “Poli”, la escuela de las víctimas del atentado
Edición Impresa | 2 de Noviembre de 2017 | 02:10

ROSARIO
Alejandra Rey
Pocos minutos antes de que la noticia transcendiera, el economista Sergio M. recordó que le debía una llamada a Ariel Erlij.
Su amigo era un buen hombre, exitoso, hincha de Rosario Central, adorador de los deportes y que se preparaba para empezar a vivir la vida en familia, junto a su mujer y sus hijos porque, decía, “ya era hora”.
El empresario siderúrgico lo había llamado el viernes, dos días antes de viajar a Nueva York, para recordarle que debían charlar sobre unos negocios que estaba desarrollando y de los que se sentía el principal hacedor.
Quizá por eso Erlij abordó un jet privado con destino a Manhattan un día después de que la barra de toda la vida del Politécnico embarcara, pero aun así llegó puntual para el paseo en bicicleta… El último de su vida.
Las otras víctimas oriundas de esta ciudad son Hernán Ferrucchi, Alejandro Pagnucco, Hernán Mendoza y Diego Angelini. Los otros amigos del mismo grupo, entre los que se cuenta a Ivan Brajkovic, Juan Pablo Trevisán y Martín Morro –residente en Boston- y Ariel Benvenuto se salvaron milagrosamente.
Anoche y entre silencio y llantos, cientos de alumnos y de ex alumnos del Politécnico Superior General San Martín de Rosario conmemoraron a estos hombres de 48 años que viajaron con una remera que decía LIBRE, en la puerta del establecimiento.
Pusieron velas y los homenajearon con un rito que solo conocen los del Poli: con un taburetazo.
Es que la tradición manda que los alumnos de esta escuela fabriquen durante sus años de estudio un taburete, un banco, un asiento tallado por sus propios buriles y los presenten pocos días antes del final de ciclo: ese taburete es un emblema de la prestigiosa escuela y lo será para siempre.
Por eso algunos estaban sentados. Pero esta vez no hubo fiesta del taburete, sino lágrimas.
La noticia sobre la muerte de los cinco rosarinos corrió rápido antenoche en esta ciudad.
Fue después de que Cecilia Piedrabuena, la mujer de Ariel Benvenuto –uno de los viajeros-, comenzó a llamar a sus amigos para contar lo que su marido había dicho: “Estamos bien Iván, Juan Pablo y yo, lo demás es grave”.
No lo dijo. Pero era la muerte. Y la secuencia de lágrimas en una ciudad donde casi todos se conocen fue inevitable.
Lloraba Sergio M., lloraba Laura Racca, ex alumna, arquitecta y amiga de dos de las víctimas y lloraba María José Marc, otra arquitecta amiga de una de las familias de los muertos.
“A Alejandro y a Diego los conozco de toda la vida. Mi hija mayor va al Poli y ayer cuando llegaron los contuvieron muy bien y le explicaron que iban a hacer duelo durante cuatro días. ¿Qué cómo eran? –llora- gente buena, trabajadora. Hubo que explicarles a los chicos lo que había pasado y no fue fácil, porque hasta los profesores del Poli habían sido compañeros de alguno de los muchachos. Diego era bonachón y Alejandro… ¡Tenían hijos chicos ¿entendés? Como los dos somos arquitectos y él trabajaba en un corralón, venía a traer cosas a casa o a mis obras. Perdoná, pero estoy muy triste”.
velas frente al Poli
Anoche, casi en primera fila, Laura “Lali” Racca estuvo frente al Poli junto a toda su familia. Llorando. Prendiendo velas por sus muertos.
María José Marc también conocía a tres de las víctimas y había trabajado con ellos. “Pichu (Alejandro) Pagnucco era dos años más grande que yo y también era arquitecto. No lo puedo creer, tenía hijos chicos, un poco más grande que los míos. Además, yo hice toda la escuela primaria con la hermana de Diego Angelini y te juro que no pude llamar a la familia”.
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Y eso le ocurre a casi todo el mundo acá: ¿qué se dice ante semejante salvajada? ¿Lo siento? No, porque nadie lo siente como ellos, los amigos, los conocidos, los familiares que ya llegaron a Nueva York y los que anoche abordaban aviones que los llevaría a ver lo que no querían.
La crónica dice que los 10 amigos habían decidido el martes por la tarde alquilar bicicletas para pasear por el Central Park. Pensaban cruzar luego el puente de Brooklyn. Nunca llegaron.
¿Quién tenía las llaves?
Anoche, entre velas ardientes y llantos sin vergüenza, un amigo de las víctimas contaba que los sobrevivientes de la Tragedia del Poli no encontraban a quien tuviera las llaves del departamento donde se alojaban los amigos que celebraban los 30 años de egresados. De modo que la policía de Nueva York debió contactar al propietario, quien los llevó hasta el lugar. Allí, los shokeados amigos supieron dos cosas que los alivió algo: que la embajada argentina se haría cargo de todos los gastos y que Martín Ludovico Marro, que vive en Boston y también fue atropellado, se encontraba internado pero fuera de peligro.
“La verdad es que todos estamos pasmados. Yo conozco a toda la familia y Ariel Erlij era uno de esos genios impresionantes que creía en el país, hacía negocios, se especializaba –dice Sergio-. Lo vi el miércoles pasado –llora- y hablamos de todo. Era un líder nato, con una cabeza moderna, de esos que marcan el camino. Invertía, había viajado a Alemania, China e Italia a comprar maquinaria. No sé qué más decir…”
Velas. Lágrimas. Resignación. Todo eso frente al Poli.
Un colegio universitario que, en esta ciudad, es casi como el colegio de todos. Al Poli asistió el actual gobernador de la Provincia de Santa Fe, el socialista Miguel Lifschitz.
Y también Roberto Fontanarrosa, que no pudo terminar, debido a las matemáticas: “Ellas eran muchas y yo uno solo”, decía el genial escritor y humorista.
Quizá, más que nunca, venga bien la palabra que él tanto defendió y que no reemplaza a ninguna, según dijo en el Congreso Mundial de la Lengua celebrado en Rosario: “Mierda”.
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