“Suburbicon” Un barrio tranquilo y un vecindario violento

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Alejandro Castañeda

SUBURBICON, de Geoge Clooney.- Los hermanos Coen están, sin duda, detrás del libro. Pero es una pena que no hayan estado también detrás de las cámaras. Porque a este thriller farsesco, con ínfulas de retrato moralista, le falta justamente las sutilezas, las sorpresas y ese tono zumbón de los Coen.

El film es la sexta película de Clooney como director. La historia está bien presentada. Fines de los 50, los americanos de la posguerra disfrutan de un inmejorable pasar. Los barrios cerrados empiezan a ser la mejor forma de poder agruparse y de poder diferenciarse. Y a uno de esos barrios, ocupado por gente blanca y pretenciosa, un día se muda una familia negra. El sistema tiembla y el vecindario deja salir sus peores instintos. Los hostigan, los aíslan y hasta construyen cercos de madera para no tener que verlos. Paralelamente, a uno de esos dulces y blancos hogares (mujer lisiada, marido y un hijo) una noche entran ladrones y acaban matando a la dueña de casa. Y será esa muerte la que sin querer desatará los hilos de una historia tenebrosa que avanza como avanza el horror en la casa de los nuevos vecinos.

El discurso del filme se malogra porque la pintura oscila entre la obviedad y la caricatura

El libro juega con los contrastes y va cambiando el tono. Mientras el drama que vive el hogar blanco crece en complejidad, en la casa de enfrente el matrimonio negro resiste como puede al ataque despiadado de un vecindario furioso. De a poco, la comedia costumbrista con trazos inquietantes, va dejando lugar primero al suspenso y luego al cine negro más sangriento. Y es aquí donde el film de Clooney muestra sus lunares. Es demasiado explícito. Está tan subrayada la denuncia contra el racismo y la hipocresía, que el thriller va cediendo su lugar a un grotesco pasado de rosca que convierte en puro artificio un relato a que en manos más inspiradas y sutiles podía haber alcanzado otro vuelo. Hay por supuesto buenos pincelazos, una historias que nunca pierde interés, algunos personajes bien trabajados (el vendedor de seguros es formidable) y sobre todo la pluma de los Coen, capaces de convertir la mirada más plácida y cotidiana en una fuente inacabable de espanto.

Clooney ha insinuado que esta historia de los Coen (escrita hace más de 30 años) está absolutamente vigente ahora, cuando Estados Unidos, manejado por un jefe de vecindario racista y violento, quiere imponer orden con rifles y muros. Pero el discurso se malogra porque muchas veces la pintura oscila entre la obviedad y la caricatura. Todo suena algo estereotipado, hasta esa imagen final, muy anunciada, del niño blanco y el negro, unidos por el horror y la esperanza. (***BUENA)

 

 

 

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