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El célebre músico inglés ofreció anoche, en un colmado Estadio Ciudad de La Plata, el primero de los dos conciertos que realizará en el país, apelando casi por completo a los clásicos de Pink Floyd
La potencia de las atmósferas musicales de los estremecedores himnos de Pink Floyd envolvió anoche al público a través de la caja de resonancia del Estadio Ciudad de La Plata. Roger Waters llegó a la Ciudad con un nuevo disco, “Is this the world we really want?”, pero apenas lo sacó de su funda y en lugar de los nuevos temas fueron protagonistas los viejos clásicos: un viaje musical hacia un pasado convulso que, disparó el maestro de ceremonias insistentemente desde su púlpito, tiene mucho que ver con el presente.
En el setlist desplegado en la noche del Único, de hecho, solo sonaron “Deja vu”, “The Last Refuge”, “Picture that” y “Smell the roses” del nuevo disco. Sin embargo, las tesis volcadas en su primer trabajo discográfico en 25 años, que al igual que la mayoría de su corpus hace eje en el mundo opresivo que habitamos (en el caso de este último disco, a partir de haberse preguntado Waters por qué mueren tantos chicos inocentes en el mundo y cómo nos hemos acostumbrado a esa atrocidad), aparecieron representadas en las a veces potentes y alegóricas, a veces explícitas, imágenes proyectadas, que reflejaron pasados y presentes verdaderamente distópicos.
Esta vez, sin embargo, la iconografía de Waters fue (un poco) menos recargada aunque deslumbrante: levantó unos pilares humeantes en pleno escenario y puso a volar a un cerdo inflable que hacían referencia a la portada de “Animals”, proyectó a sus coristas en un cielo estrellado durante la espectacular puesta de “The Great Gig in the sky” y disparó poderosas imágenes del mundo actual, pero las imágenes nunca fueron más que un complemento para la música, lejos de la fastuosidad operática de su última visita, cuando montara una pared de 20 metros en pleno show para celebrar “The Wall”.
El británico se presentó algo más despojado, vestido de música, enfundado en los poderosos himnos del pasado, y solo adornado por la puesta. Incluso, Waters mostró menos de su habitual histrionismo como maestro de ceremonias, menos arengador (se comunicó poco con el público y no hubo alusiones al presente político argentino, luego de que en Brasil y Uruguay sus palabras le valieran algunos silbidos), dejando a la música, arrolladora y de impecable ejecución anoche, hablar por él.
De hecho, sus preocupaciones y luchas resonaron en la selección de temas del pasado pinkfloydiano pero evidente actualidad: el artista británico cerró la noche con el himno que hace referencia a la cómoda indiferencia del hombre común que permite todo tipo de atrocidades, “Comfortably numb”, entonó otras canciones críticas hacia el sistema, desde la marchosa “Another Brick in the Wall” al doloroso gemido de “Welcome to the machine”, y comenzó la velada con el contundente y atmosférico combo que abre el mítico “The Dark Side of the Moon”, conformado por “Speak to me” y “Breathe”. El disco de la tapa de prisma sería más protagonista aún que “Is this the world we really want?”, con ocho de sus diez tracks sobre la sociedad, la locura y la miseria sonando en el Estadio Único.
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Dividido en dos etapas, la primera parte del show tuvo como puntos altos la mencionada “The Great Gig in the Sky”, el clásico “Wish you were here” y el primer cierre, con un grupo de muchachines argentinos bailando e invitando a la resistencia sobre el escenario con la inoxidable “Another brick in the wall”, el momento más caliente y que más entusiasmó a la audiencia.
Luego llegó el intervalo previo a “continuar con la resistencia”: mientras Roger y los suyos se refrescaban, la megapantalla mostraba los nombres de quiénes había, según Waters, que resistir. Zuckerberg, el antisemitismo, la discriminación a Palestina, Netanyahu, el embajador estadounidense Nikki Haley, el neofascismo, la unión entre Estado e Iglesia, el complejo militar-industrial, las oligarquías, las cleptocracias, la basura en los océanos, las policías militarizadas y por supuesto, Trump (que ya había aparecido en la pantalla durante “Picture that”, cuando Waters cantaba sobre “un líder sin puto cerebro”): todos fueron parte de la lista negra del británico que la audiencia aplaudió a veces con más entusiasmo, a veces con menos. “Mauricio Macri, la p…”, agregaba a coro el público como sugerencia.
“Dogs” abrió el segundo set, mientras las chimeneas de las fábricas de “Animals” aparecían en escena, y ejecutada con todo la banda usando máscaras de chanchitos (“los cerdos gobiernan al mundo. Qué se pudran los cerdos”, se leía en la pancarta que Waters mostró en escena, y la banda y Roger invitaron al público a brindar por esa consigna, en el momento más teatral de la noche).
Luego siguió “Pigs”, del mismo disco y con Trump como protagonista excluyente de la pantalla. “Hombre cerdo, charada eres”, le cantó Waters, mientras ponía a volar a su cerdo emblema por el estadio y la pantalla citaba algunas de las grandes barbaridades discursivas del presidente estadounidense.
Las referencias en la pantalla hacia el oscuro presente, las guerras, el racismo, el hambre, la sangre, y las imágenes potentes y militantes siguieron en “Money” y la descorazonante “Us and them”, dejando en claro la vigencia de aquellas canciones de hace cuatro décadas: los sonidos y los terrores de los setenta se descubrían actuales en el Único.
Para el cierre, Waters eligió otra vez la fuerza del lado oscuro de la luna y terminó con “Brain damage” (“si tu cabeza estalla con oscuras ideas del porvenir, nos vemos en el lado oscuro de la luna”, dice Waters, y parece sugerir que en un mundo donde Trump es presidente la locura quizás sea lucidez) y “Eclipse”, con un prisma hecho de láser y una luna de espejitos volando sobre el público.
Antes de los bises, Waters presentó a la banda, celebró la lucha de los pueblos originarios contra los intereses corporativos que quieren quitarle las tierras, y afirmó que era una noche muy especial por la presencia de las madres de los conscriptos caídos en Malvinas: el británico colabora para identificar los cuerpos de los soldados argentinos enterrados de forma anónima en la isla. Luego, sorprendió poniendo en los altoparlantes “La memoria”, de León Gieco, para “recordar los tiempos oscuros de la Dictadura ante el ascenso del fascismo en el mundo”.
Y entonces, el final-final: primero “Mother” y luego, “Comfortably numb”, como para terminar de sacudir la cómoda modorra de los presentes ante este mundo bestial. El cierre de una noche donde la potencia de músicas inoxidables, de esas que se meten bajo la piel, fueron el vehículo de Waters para contagiar su sensación de urgencia ante el presente político.
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