La gambeta está de luto

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Por EDUARDO TUCCI
deportes@eldia.com

“La gambeta está de luto” escribieron ayer sus amigos ni bien se conoció la partida del Loco Houseman. Acababa de dejarnos el último wing. Todos quienes nos deleitamos con su extraordinaria velocidad para resolver las situaciones más complicadas con velocidad, astucia, picardía y habilidad lo vamos a recordar siempre. Imposible olvidarlo.

Y aunque siempre estuvo lleno de amigos el mayor aprecio se lo dispensó a la pelota, su “socia” desde siempre. Nunca abandonó su forma de entender el fútbol, siempre lo vivió igual y nada pudo torcerle el rumbo. Ni las tácticas ni las fórmulas que se fueron agregando con la intención de modernizar del juego.

Todo fue tan disparatado en su campaña deportiva que tras formarse en las divisiones juveniles del Excursionistas, club del cual era hincha, terminó debutando en su clásico rival, Defensores de Belgrano. Tiempo después lo rescató de las polvorientas canchas del ascenso César Menotti que lo sumó al Huracán de 1973, ese que además de dar la vuelta olímpica hizo historia. El Loco se adaptó a su manera a las obligaciones del fútbol grande sin abandonar por nada del mundo sus costumbres. Jamás dejó el potrero, los amigos del barrio, y mucho menos las noches con festejos interminables.

Cuentan incluso que alguna vez la “alegría”, después de un sábado de copas, le duró hasta el domingo cuando Huracán debía enfrentarse a River en el Monumental: Houseman no sólo jugó sino que marcó un gol. ¿A quién?: Ni más ni menos que al casi inexpugnable Pato Fillol. Las andanzas de René alcanzarían para escribir un libro. Pero atención: las excepcionales actuaciones futbolísticas cubrirían varios tomos.

Lo admiraron en Huracán, Colo Colo de Chile, River, Independiente, la Selección y lo disfrutamos todos los que amamos el fútbol. Fue al Mundial del ´74 y gritó campeón en el ´78. Siempre dejó su sello. Jamás falló a la hora de poner todo lo que hay que poner pero por sobre todas las cosas deslumbró con el toque de improvisación que le ponía a cada intervención.

Llevaba la pelota en la sangre. Seguramente debe haber sido su único juguete en una niñez cargada de necesidades. Alguien dijo alguna vez que no corría, estaba suspendido en el aire y avanzaba a toda velocidad apuntando siempre al arco contrario. Lo sufrieron los rivales lo disfrutamos todos.

Un fuera de serie que siguió pegado al fútbol aún después de colgar los botines. Eso sí, nada de palcos ni plateas, siempre pegado al alambrado en Excursionistas o en Huracán los colores que siguió hasta el final. Se fue un grande, un fuera de serie inimitable. El fútbol ya lo seguirá idolatrando.

 

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