La batalla infinita por Aquilea

El seminal filme del recientemente fallecido Hugo Santiago, escrito por Bioy y Borges, resistió a la destrucción y el olvido

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Pedro Garay

“En una comida nos dijo que su película era un teorema. Después les hicimos preguntas a todos los entrevistados sobre esa idea y todos se cagaban de risa, jamás habían oído hablar de un teorema. Por momentos se nota que todos los que están alrededor de él en la filmación no tienen la menor idea de lo que se está haciendo. Su escritura cinematográfica es muy compleja, es imposible de entenderla”: así describían, entre risas, Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel Quintana a Hugo Santiago, fundamental cineasta argentino que murió la semana pasada y a quien filmaron mientras rodaba “El cielo del centauro”, la cinta final del director y el cierre de una trilogía que comenzó, 45 años antes, con “Invasión”, la película de culto firmada por Santiago, Borges y Bioy Casares.

Aquella cinta, protagonizada por Lautaro Murúa y Olga Zubarry, se estrenó en 1969, y ya entonces Santiago asomaba como un genio loco del cine: consultada sobre el plano final del filme, Zubarry, una de las grandes damas del cine nacional, se burlaba y afirmaba que seguramente su rostro reflejaba una ambigüedad siniestra “porque yo no entendí una sola palabra de lo que estábamos haciendo”.

Y en aquel entonces, enviaba a quienes la consultaban por el significado de aquel juguetón artefacto que “pueden solicitarle alguna respuesta a Santiago, que se internó en París”. Santiago había vivido en Francia desde 1959: viajó becado por el Fondo Nacional de las Artes y se convertiría en asistente y discípulo de Robert Bresson, trabajando con el cineasta francés en “El proceso de Juana de Arco”.

Una década más tarde regresaría temporalmente a Buenos Aires para rodar “Invasión”, con un guión escrito por Borges y Bioy anclado fuertemente en el imaginario de “El Eternauta” y su lucha contra una invasión en pleno Buenos Aires, la Nouvelle Vague y el extrañamiento de lo cotidiano de “Alphaville”, de Jean-Luc Godard, en particular (también otros cines que jugaban con los géneros clásicos de manera extrañada, como “La Jetee” de Chris Marker y “Le proces” de Orson Welles).

Por supuesto, también está la impronta del relato fantástico de Borges y Bioy, que Santiago llama “narración fantástica porteña” (desde “El Aleph” y “El perjurio de la nieve” a “Casa tomada”, sobran los ejemplos de una narrativa que se opuso al latinoamericanismo imperante, el llamado “realismo mágico”).

¿El resultado? “Invasión es la leyenda de una ciudad, imaginaria o real, sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres, que acaso no son héroes. Luchan hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita”, escribieron los cuentistas en la sinopsis, y el relato cinematográfico no aporta demasiados detalles más respecto a motivos y detalles.

A tal punto que para muchos críticos de la época, que no fueron amables con una cinta que finalmente fracasaría en la taquilla, se trató de un problema clave de la película. Y la desconexión, la falta de continuidad entre escenas fue percibida en aquel momento por el propio Santiago como una dificultad: “Yo le decía que no había una continuidad de un film, y que el film, de todos modos, sería un cuento fantástico a la manera de Borges y Bioy... pero tiene que ser como un cuento, será más o menos difícil, pero es una película, pero tienen que continuarse, no es que sea el encadenamiento de las causas y los efectos, y no sé qué...”, le explicaba Santiago a Alejo Moguillansky, cineasta que se reconoce deudor de la obra del director, en un documental sobre su figura realizado para la edición en DVD de “Invasión”.

MISTERIO en Aquilea

Para otros, sin embargo, esa falta de información abona al misterio, a la extrañeza, y coloca el relato en primer lugar por sobre otras tendencias de la época que ya se combatían desde Francia, como la preponderancia del psicologismo. El extrañamiento general que envuelve el relato es agudizado por ciertos ruidos que aparecen en el filme de manera sorpresiva y constante, producidos por Edgardo Cantón en el Laboratorio de Música Electrónica del Instituto Torcuato Di Tella.

Ese clima enrarecido e inexplicado que se vive en Aquilea, espejo mítico de una Buenos Aires sumamente borgeana (espejismo completado con la “Milonga de Manuel Flores” que suena en la cinta, con letra de Borges y música de Aníbal Troilo), lleva a los espectadores a buscar una alegoría, simbolismos ocultos, como ocurriera también con la prosa de Borges (que gustaba de burlarse de ese tipo de sobreinterpretaciones con sus juegos de erudición ficticios). ¿Están Borges y Bioy arremetiendo contra la invasión del peronismo? ¿Es la película un nuevo enfrentamiento entre la civilización europea y la barbarie rural argentina? ¿Hay una crítica al gobierno militar de Onganía? ¿O un insospechado alegato anti-capitalista?

Hay indicios para todo porque, como escribe Jung Ha Kang en “La forma es el mensaje”, más que alegoría lo que retrata “Invasión” es el temor a la otredad en su forma primigenia: “Si la obra de Santiago, Borges y Bioy Casares puede ser leída como una versión fílmica de la escena de la violación, la penetración, la invasión de la civitas, la ciudad, por una exterioridad amenazante, las características con las cuales esta última es representada hacen imposible de leer como una ‘alegoría histórica’: ni se trata de la barbarie rosista de Facundo ni del peronismo de Casa tomada, ni de un golpe de Estado militar ni de ninguna manifestación política concreta. Si hay política en Invasión, ella se encuentra en un nivel máximo de la ficcionalización, como un grado cero, como una forma pura. El enfrentamiento puro es la forma pura de la política: ese es el tema de ese ‘cine puro’ que propone Invasión, y es su forma la que nos conduce a él”.

Ecos de este cine puro (de Santiago, de Bresson), que evade los psicologismos y, juguetón, pone al frente la peripecia y el movimiento, se encontrarían décadas después en “Castro”, de Alejo Moguillanksy, los filmes de Mariano Llinás y hasta “Los límites del control”, de Jim Jarmusch. Santiago, mientras tanto, vivía en Francia, donde rodaría una continuación a “Invasión” (“Las veredas de Saturno”, con guión de Juan José Saer), varios filmes en francés y algunos objetos audiovisuales: volvería a Buenos Aires en 2015, para filmar “El cielo del centauro”, acto final de la trilogía de Aquilea. “Invasión”, mientras tanto, ya se había vuelto mito: rodada en los últimos años de la dictadura de Onganía, la cinta no fue bien acogida por el público y años después sería prohibida tras el golpe militar de 1976, de tal modo que su exhibición pasó a la más profunda de las clandestinidades. En 1978 fueron robadas ocho de las doce bobinas del negativo de “Invasión”, y el director no duda de que fue obra de la dictadura militar que encabezaba entonces Videla.

“Nos dijeron que robaban los negativos para sacar las sales y el nitrato de plata y la plata, pero resulta que después de la Guerra Mundial los negativos no son más como eran antes, no se puede hacer eso. Otros decían que era para fundirlos y hacer peines. No: fue un operativo. Vinieron y los robaron”, contó al diario Página/12.

A principios de siglo, sin embargo, resurgió una copia que, restaurada, se proyectó en el Bafici, una copia que se volvería DVD, provocando el regreso del filme a las pantallas y reemplazando el gastado VHS que circulaba entre cinéfilos, casi en secreto: quizás ellos mismos se imaginaban, pasándose aquella preciada y derrotada copia, que eran parte de la resistencia, de la batalla infinita por el corazón de Aquilea.

En 1978 robaron ocho bobinas de “Invasión”: para Santiago la autora fue la Dictadura

45 años después de “Invasión”, Santiago cerró la trilogía de Aquilea: fue su último filme

 

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