“Ready Player One”: una celebración pop con el corazón agridulce
Edición Impresa | 11 de Abril de 2018 | 04:21

Pedro Garay
pgaray@eldia.com
Steven Spielberg es un narrador clásico y el más moderno de todos. Ha sido durante décadas uno de los grandes innovadores del cine moderno, con cintas que marcaron el rumbo de la industria y criaron el “blockbuster” y películas como “Jurassic Park” que transformaron el cine al introducir la animación computarizada. Su cuerpo de trabajo está marcado por filmes donde el medio, inevitablemente, llama la atención sobre sí mismo, pero, a la vez, en el cine de Spielberg, siempre, el medio se usa siempre a favor de la narración, y nunca por sí mismo.
Y esta, claro, es la marca del cine clásico, que quita del medio al autor y al medio y pone al frente la peripecia: a esto se dedica “Ready Player One”, donde la artificial espectacularidad no está puesto al frente, como tampoco lo está el vendaval de referencias a la cultura pop de los 80, el gancho de la película que el cineasta busca anclar en la acción.
Spielberg procura dar corazón a su historia más allá de las apariciones de Gundam, Freddy, el Gigante de Hierro y el DeLorean de “Volver al futuro”, más allá incluso de que estas referencias, el gran deporte del siglo XXI, conduzcan la trama (el creador del mundo virtual Oasis, obsesionado con la cultura pop de su adolescencia, deja tres enigmas que solo pueden responder obsesos por la industria cultural como él: quien los responda, se quedará con el control del programa que, como Facebook, es utilizado por el mundo entero): entre vistosos “set pieces”, Spielberg construye el corazón de la cinta con elementos clásicos (el romance entre dos descastados, la pandilla de marginados), mientras, para quien quiera escuchar, susurra con gran sentido de actualidad (mientras Mark Zuckerberg responde por sus pecadillos) cómo las peleas por el control de internet son también las peleas por nuestro futuro; cómo, de la utopía de la libertad total, la web, el capitalismo, el mundo, se han convertido en una usina de lucro para los poderosos de siempre.
Y mientras dibuja un gesto de esperanza (como siempre), convierte el ejercicio de la referencia pop en algo más: la nostalgia, la cultura popular (o el consumo pop) son el lenguaje de la gente, una experiencia compartida que une el tejido social.
Se trata, claro, de una versión ingenua, sobre todo teniendo en cuenta la relación íntima entre la globalización cultural y el estado moderno del mundo. Pero el director no mira para otro lado, y, según sus propias palabras, se reconoce en Halliday, el creador de ese Oasis que ha llegado a aborrecer lo que ha engendrado su creación. Halliday (también, quizás, Spielberg) quería sembrar esperanza, juego, en un mundo cruel, pero tras ser devorado por la industria se terminó volviendo parte del problema, parte de un mundo con sutiles formas de esclavitud.
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