Para la Argentina lo peor fue perder afuera de las canchas y por goleada

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Por MARCELO ORTALE
marceloortale@yahoo.com.ar

Nadie dejó de festejar el segundo o tercer puesto. El que ganó, festejó sin burlas y elogió al rival. El que perdió, se sintió feliz por su desempeño que lo llevó a los primeros lugares.

“Le mostraron a nuestros niños que también los más pequeños pueden ser los más grandes”, decía una pancarta que levantaron los croatas de Zagrev, cuando recibieron a los subcampeones. Allí el Mundial fue festejado como si hubieran ganado el torneo: ninguna voz cuestionó la derrota por 4 a 2 en la final ante Francia.

Los hinchas del seleccionado de Japón cuando terminaban sus partidos se encargaron de limpiar las tribunas antes de retirarse del estadio. Los de Senegal hicieron lo mismo.

El seleccionado belga salió tercero y en su regreso a Bruselas, los jugadores tuvieron un recibimiento épico. La plaza principal de la capital belga fue ocupada por miles de personas que agitaron banderas y camisetas rojas, ovacionándolos como héroes.

Al terminar la final, la presidenta de Croacia, Kolinda Grabar-Kitarovic, saludó efusivamente al presidente de Francia, al técnico y a todos los jugadores de la selección francesa. Besó también con mucha emoción la Copa que terminaban de ganar sus adversarios. Grabar-Kitarovic pidió que la administración croata le otorgara por sus días en Rusia vacaciones sin goce de sueldo. Pagó las entradas a los estadios de su propio bolsillo y también los costos del pasaje de avión en clase turista.

En este inventario de pequeñas sensateces debe mencionarse el hecho de que fue elegido “mejor jugador” del torneo el croata Luca Modric, con una conmovedora historia de vida. Modric vivió una infancia muy pobre y a los 5 años trabajaba como pastor de ovejas. Cuando era adolescente, su casa cayó bajo las bombas de la guerra que se desató en la entonces Yugoslavia. La distinción que le brindaron fue algo más que un premio al mejor jugador.

El Mundial de Rusia dejó varios ejemplos dignos de mencionar. Podría hablarse del caso de la jovencita rusa, de 15 años, a la que un hincha argentino le hizo decir obscenidades en castellano, idioma que no entendía. El hincha, un hombre se supone que maduro pues nació hace 42 años, grabó e hizo correr ese video que obligó a actuar a la embajada de Rusia en nuestro país. El video terminó en la Cancillería con una presentación de la embajada rusa en la que señaló: “La Embajada de Rusia en Argentina se encuentra profundamente indignada por el disparate obsceno y ofensivo cometido, según la información difundida en las redes sociales, en la Federación de Rusia por uno de los turistas extranjeros supuestamente proveniente de la República Argentina”. El hombre fue deportado.La actitud de la jovencita rusa, una vez superado el episodio, se inscribe en lo que esta reseña quiere sugerirle a los buenos entendedores. La casi niña, Katherina, escribió una nota dirigida al pueblo argentino. Allí dijo: “¡Te amo, Argentina! Lo que pasó no estuvo bien, pero no voy a juzgar a todo un país por una sola mala persona”.

Afuera de las canchas también nos ganaron. Por goleada. Hace pocos días Daniel Baremboin, que se encuentra en el país le dijo a un diario metropolitano: “Somos un pueblo muy talentoso, pero muy creído”.

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