Expectantes de una nueva agenda menos unipolar y más democrática y sustentable

Por embajador Julio Ramón Lascano y Vedia (*)

Si de balances se trata, en este final de 2019, no logramos bajo las reglas globalizadoras del siglo XXI consolidar una nueva agenda mundial que incluya cooperación internacional y que aleje las anacrónicas fórmulas de equilibrio de poder, y nos devuelva la prosecución de un nuevo orden con paz mundial.

Debemos aceptar que se consolida un caótico dinamismo internacional, anti-orgánico en el orden multilateral e injusto en el orden económico y social. Los órganos del orden mundial de las naciones deben buscar, junto a las cumbres de líderes mundiales, proponer una Agenda real que atienda a los problemas de este siglo: el medio ambiente, la seguridad internacional y el combate del hambre. Es hora de avanzar en agendas concretas de desarrollo sustentable.

¿Qué pasó en este 2019 para que aún estemos estancados en esta situación?.

Nuestro mundo -desarrollado, en vías de, y empobrecido- sigue condicionado por la cosmovisión y la propia agenda interior y exterior de la potencia unipolar de EE.UU.

La logística y potencial militar desplegados y su expansión, dominan la escena mundial. Además participa de una infinita "guerra comercial" mundial que afecta China y otros Estados y mercados exportadores en juego, volviendo a imponer reglas de juego proteccionistas. EE.UU. anunció el reacomodamiento de otros objetivos. La OTAN se encuentra con problemas serios de subsistencia y las economías europeas cayeron en servicios el último cuatrimestre a más del 3 % mensual, producto de un nuevo esquema proteccionista. Con Moscú desplegó una diplomacia acercamiento y con Medio Oriente participó en apoyos explícitos a Israel en desmedro de antiguos socios árabes. Propulsó la liquidación del Estado Islámico. Aún confronta los desafíos fundamentalistas de Irán y las amenazas norcoreanas. Es importante asumir que el Brexit llegó para quedarse. Se hace fuerte el ala política dura antieuropeista que desea recrear un nuevo estado insular cuyos poderes se basen en sus aliados de su propio mercado y los EE.UU.. Mientras Europa sufre la reaparición de fenómenos nacionalistas y xenófobos exacerbados y la alerta de separatismos constituye un estado de alarma permanente.

La políticas hacia América Latina desarrolladas por la potencia norteamericana han sido sin estrategias ni análisis profundo. EE.UU. primero envió una serie de mensajes y amenazas a sus vecinos venezolanos, cubanos, mexicanos, países que constituyen problemas que afectan sus intereses nacionales. Luego acompañó ello con señales light o confusas hacia los demás países sudamericanos. Sí se ocupó de abrazar políticamente al Brasil, de cambiar su anti-mexicanismo por una alianza práctica ahora anunciada y de condenar de manera doctrinaria el golpe acontecido en Bolivia. Todo indica que la caída de la institucionalidad democrática y la salida de Morales, más allá de las graves faltas de institucionalidad internas, estuvieron ligadas a intereses estratégicos económicos. Son demasiados visibles los intereses en las enormes reservas de litio y el objeto de impedir proyectos industriales autónomos. Con el caso Bolivia, la OEA volvió a llegar tarde en accionar para contener el grave problema de política interna y exterior. Esa letanía permitió que se consolidara fatalmente la caída del sistema democrático. Algo frustrante que nos hace pensar que América Latina se adeuda la revisión de sus organismos y alianzas con el Norte.

Sobre los sucesos en América Latina conviene tener presente dos elementos. Primero que no estimamos que exista una línea de planificación estratégica externa y central para la desestabilización de los países de la región, aunque los problemas surgidos aparezcan en un calendario repentino en este año. Cada uno es un problema único donde se acentúan crisis propias como la estructura social y económica en Chile, los problemas de administración y financieros de Ecuador, o los dilemas en la gobernabilidad de Colombia, que aún presenta puntos frágiles en su política interna y exterior. En todos los casos la constante es la fragilidad de las democracias necesitadas de estabilidad y continuidad institucional. En segundo lugar América Latina ha sido históricamente integracionista. Y debe insistir en reformular y consolidar este espíritu. Los consensos existen en nuestro joven continente al no aceptar la aplicación de recetas externas económicas liberales; recetas que a la vista han fracasado y generado problemas de estabilidad económico financieros y agudos problemas sociales, poniendo también en riesgo el enorme valor de la movilidad económica social de las clases de los pueblos y habitantes de América Latina.

La Argentina posee ahora una gran oportunidad de revertir políticas regresivas en la economía y la cohesión social. Hacerlo integrados con practicismo y convicciones al mundo, en especial a nuestra región. La gobernanza generada es una oportunidad a no desperdiciar: de acuerdos, de compromisos, de búsqueda de diálogos y paz social. Porque nuestra dirigencia y nuestro pueblo también han elegido batallar por un orden mundial construido, ya no desde el equilibrio de poder de pocos dominantes, sino desde la cooperación internacional y una merecida equidad social, que ya sabemos que se logran con mayor sustentabilidad y más democracia.



(*) Director de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad del Salvador.

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