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SERGIO R. PALACIOS (*)
Ya nadie pronuncia estos términos: gradualismo o shock. Parece que fue hace mil años; pero no. Hubo un gran movimiento para desacreditar en su momento a la política gradualista e instalar el shock. Eso es lo que tenemos hoy pero sin voces que reviertan las críticas y digan algo sobre el agujero negro que nos traga a diario. ¿Pero, el gradualismo, existió? ¿Podemos hablar de gradualismo si en tres años se querían corregir los problemas generados en los doce anteriores?
Hoy se revela que los acólitos del shock pensaban que podían soplar y hacer botellas. Propuestas dogmáticas que se repiten una y otra vez cual oración más cercana a una secta que a una respetable religión. “There is no alternative” decían en los tiempo de Margaret Thatcher: déficit fiscal cero, no emitir, sacar todo el dinero de la plaza subiendo tasas a niveles que invertir es impensado; la inflación es 100 % un problema monetario, dicen las 24 hs. En síntesis el dogma del shock sostiene “muerta la moneda, muerta la rabia”. La cruda verdad es que aun con déficit cero, al día siguiente de lograrlo volveremos a acumularlo ya que no cambia el centro de gravedad: la Argentina vive en 2.019 con lo mismo que vivía en 1.919 con Yrigoyen: del fruto de la tierra con cada cosecha y rezando porque llueva lo justo; ni más ni menos.
El abandono del gradualismo -que nunca fue tal- y la adopción del shock llevó a elevar la inflación, recesión, devaluación, pobreza; derrumbando consumo y expectativas. El shock lleva al gobierno nacional a pensar que puede perder las elecciones y que arrastraría a los principales gobernantes que gozan de la preferencia popular (Vidal y Rodríguez Larreta). Para evitarlo, bajo un gran susto, comienza a revolear dinero que el shock había convertido en práctica sacrílega.
Gradualismo o shock, como estrategia para superar la pesadísima herencia populista y sentar bases sólidas para una transformación sostenible, no son alternativas que se programan en base a la ansiedad de elecciones cada dos años. Por eso la Argentina tiene un serio problema político. Sin atenderlo en sus raíces, no hay forma que prospere ninguna idea económica, cualquiera sea su inspiración ideológica. Esto es así desde 1989 cuando se ingresó en un proceso de construcción de “simulacros” que la totalidad del espacio político abrazo con entusiasmo. El dinero desde entonces pasó a ser un bien de la política en lugar de ser un bien de la economía. Todo se decide bajo el frenesí de ser, no de proponer o hacer. Cada dos años vemos las mismas caras desde hace décadas. La democracia en nuestro país carece de dinámica y renovación porque el espacio está clausurado. Controlar el aparato con 10 votos implica ser el dueño de las llaves de la participación.
Esto genera que las mentes se concentren en el Poder y no en prepararse para gobernar. Así todos los que llegan –con excepciones- no pueden proponer, ni crear, ni ejecutar política alguna que se ocupe de la realidad; que desde ya, está oculta por el simulacro.
Así llegan las crisis permanentes sin que nadie se ocupe de ellas. Las decisiones políticas son en función de capturar o retener el poder: desdoblar elecciones o hacerlas juntas; repartir electrodomésticos o dinero, dictar leyes para ser reelegido una y otra vez.
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Ser gradualista es pensar en construir poder para poder gobernar, y esto siempre es en el largo plazo. Gradualismo y cortoplacismo son antagónicos. La democracia y el bienestar en una sociedad es una tarea diaria pero con vista al horizonte. Todos somos transición y el bronce lo tendrá quien llegue a entenderlo. El mayor de los activos de la democracia lo dejó un Presidente que no tenía reelección y se fue anticipadamente del poder con híperinflación.El gradualismo -por ejemplo- era acordar con las fuerzas sociales y empresarias que la energía debía recuperarse en producción y precios con retiro de subsidios, en plazo y forma que evitara lo que finalmente ocurrió: un no previsto impacto en toda la economía que desató la inercia inflacionaria desde los costos. Era explicar en el 2.015 -no en tiempo de descuento- los problemas graves y profundos que había dejado el gobierno anterior. Era la reforma política para desterrar las estructuras feudales. Era incentivar el ahorro y la inversión; no el derroche o consumo que endeuda los bolsillos con cosas a veces innecesarias. Era escuchar alternativas sistemáticamente para igualar la velocidad de la dinámica económica. Era no pensar en la hegemonía de un grupo chico y si, asumir que una cosa es ganar las elecciones y otra muy distinta es gobernar. Si el gobierno pese a su pasión por el error gana las elecciones; para enfrentar su propia herencia deberá comenzar con un “gradualismo volvé; te perdonamos”.
(*) Abogado
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