Las joyas reales

Suegras rencorosas, nietas cariñosas, maridos generosos y papelones diplomáticos. Algunas de las historias detrás de las coronas europeas

Edición Impresa

Por VIRGINIA BLONDEAU

vivirbien@eldia.com

Cuando el pasado 1° de junio se casó Carlota Casiraghi, la hija mayor de Carolina de Mónaco, todos los ojos estuvieron puestos en la joya que adornaba su cuello: un magnífico collar de diamantes de tres vueltas realizado por Cartier que había pertenecido de su abuela, la inolvidable Grace Kelly. La belleza de Carlota, el estilo del vestido, el peinado y la elección de la joya fue visto como un claro homenaje a esa abuela que no conoció.

En realidad, si lo comparamos con otras casas reales, el joyero de Grace no era tan vasto y muchas de las piezas que le hemos visto eran prestadas por la casa Cartier o, incluso, bijouterie de su época de Hollywood. Su diadema favorita fue la tiara Van Cleef & Arpels, tan pequeña que muchas veces se perdía entre los abultados peinados de moda en los años 60. Y es que Grace nunca pudo disponer de las joyas históricas de su suegra. A la princesa Carlota, madre de Rainiero, no le caía nada bien la actriz americana que había conquistado a su hijo. En realidad, tampoco le caía muy bien su hijo, a quien acusaba de haber tomado partido por su padre en el controvertido divorcio. La propia Grace dijo que la indiferencia y desamor de su suegra le habían hecho muy difícil la adaptación a la corte monegasca. Sus joyas no se las cedió a Grace ni siquiera después de muerta: por su expreso pedido éstas pasaron directamente a su nieta Carolina. Entre ellas la tiara de Cartier de perlas con forma de pera, engarzadas en platino y oro blanco, y la tiara Fringe, regalos que le había hecho el conde de Polignac, su marido, con motivo de la boda. Un regalo envenenado si tenemos en cuenta que se odiaron desde el primer minuto.

Casi todas las casas reales tienen una Fringe. Son tiaras compuestas por una sucesión de barras de platino u oro blanco con diamantes que asemejan los rayos del sol. Están inspiradas en los tocados de las campesinas rusas.

Volviendo a Mónaco, la princesa Charlene, esposa del actual monarca y primera dama del principado, recibió con motivo de su enlace, dos tiaras mucho más acordes con su estilo minimalista. Son piezas versátiles y además temáticas: ambas invocan el mar. Y es que Charlene, antes de ser princesa, fue nadadora olímpica y la natación sigue siendo su gran pasión. La tiara Espuma de Mar está compuesta por once varillas de oro blanco coronadas por un diamante y su forma recuerda a la rompiente de las olas, y la tiara Océano, un diseño de Van Cleef & Arpels lleva 833 diamantes y 359 zafiros en diferentes tonos de azul.

También el rey Felipe de España ha homenajeado a su esposa, con una tiara de factura moderna. Se trata de la tiara Princesa, realizada por la joyería española Ansorena, y lleva 450 diamantes y cinco pares de perlas australianas. En el centro se destaca una flor de lis, símbolo de los Borbones, que Letizia ha hecho desmontar para utilizarla como broche.

Claro que Letizia dispone, además, de “las joyas de pasar”, las que van pasando de generación en generación y forman parte de la importante colección de la Casa Real Española. Es cierto que los apremios económicos y exilios del pasado los han obligado a vender de algunas piezas para sobrevivir, pero aún conservan tiaras, broches y pulseras de gran valor.

Tal vez la pieza más polémica sea la “perla Peregrina”. Se trata de una perla de gran tamaño y forma peculiar que suele lucir doña Sofía, pero… ¿es esa la auténtica, la original Peregrina? Pues no. La perla original fue encontrada en el golfo de Panamá en el siglo XVII y adquirida por el rey español Felipe II. Fue lucida por sucesivas reinas españolas hasta que, en 1808 con la invasión napoleónica, la perla quedó en manos de los franceses. España siempre la quiso recuperar, pero las ofertas nunca fueron suficientes. El rey Alfonso XIII decidió, entonces, comprar una muy similar para regalarle a su esposa, la reina Victoria Eugenia. Esta nueva “peregrina” creó confusión y se discutió hasta el hartazgo cual era la verdadera y cuál la impostora hasta que en 1969 el dilema lo resolvió una pareja que reinaba en los sets cinematográficos: el actor Richard Burton compró la perla original para regalársela a su esposa, la actriz Elizabeth Taylor, quien la lució hasta su muerte. En 2011 sus joyas fueron expuestas en varias capitales del mundo, entre ellas, Madrid. Así fue como la verdadera Peregrina regresó fugazmente a España. Finalmente, la joya fue subastada por 9 millones de euros. Estaba entera y rozagante a pesar de que, según contó la misma Liz en sus memorias, había sido mordida por su caniche. La que luce la reina Sofía de España no es la original pero no por eso es menos bella y valiosa.

La tiara que el rey de noruega le dio a su esposa parece digna de la princesa de la Guerra de las galaxias

 

Hubo una joya que significó un verdadero papelón institucional. En 1960 la duquesa española Fabiola de Mora y Aragón se casaba nada más y nada menos que con el rey de Bélgica. Era un orgullo para España y el gobierno, presidido por Franco, decidió obsequiarle una diadema. Tiempo después, los expertos belgas en joyas descubrieron que muchas de las esmeraldas no eran auténticas. Parece ser que la tiara había pasado por varias manos, entre ellas las de unas monjitas que, acuciadas por las deudas, habían vendido algunas piezas y las había reemplazado por pasta de vidrio. El gobierno español pronto envió las piedras faltantes y la tiara se convirtió en una de las favoritas de Fabiola.

Aunque de gran valor, no todas las joyas reales se destacan por su belleza. El Foro Dinastías, el más completo de habla hispana sobre las monarquías del mundo, tiene un apartado especial sobre las joyas más feas de las casas reales. Entre ellas se lleva todos los aplausos la corona que Imelda Marcos, la ex primera dama filipina, regaló a la reina Sofía. Parece que tan poco le gustó que ni siquiera quiso tenerla guardada en su cofre y la entregó como ofrenda a la Virgen del Pilar. Una solución pragmática y diplomática. Podemos incluir también en este grupo a la tiara que el rey Harald de Noruega regaló a su esposa en 1997. De diseño moderno parece más digna de la princesa Leia de la Guerra de las Galaxias. Es de oro amarillo y está formada por una sucesión de tiras con pequeños diamantes y una gran piedra en el centro. Y es que tal vez el oro amarillo, a pesar de su gran valor, no luce bien en las tiaras. Dos claros ejemplos son la tiara groenlandesa y el tocado de amapolas de la reina Margarita de Dinamarca. Ella las luce como nadie, pero suelen parecer demasiado ostentosas.

Hemos conocido en este recorrido una ínfima parte de la gran cantidad de joyas de las casas reales. Muchas de ellas, incluso, duermen hace siglos en las cajas de seguridad de los palacios a la espera de que alguna nueva princesa las rescate del olvido. Nuevas, antiguas y reaparecidas, las joyas reales siempre brillarán y harán brillar a quien las luzca.

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