No debieran repetirse las grescas entre estudiantes platenses

Edición Impresa

Una vez más estudiantes pertenecientes al Colegio Nacional y al Liceo Víctor Mercante, ambos dependientes de la Universidad Nacional de La Plata, protagonizaron una pelea en Bariloche que terminó con un alumno lastimado, que debió ser atendido en un hospital. La gresca fue protagonizada por estudiantes de las dos últimas divisiones de los secundarios, que cumplían en esa ciudad el viaje de egresados.

Todo habría comenzado con una pelea en un conocido boliche de Bariloche que visitan los egresados desde hace décadas. La rencilla continuó luego en el hall del hotel donde los estudiantes se hospedaban. Las primeras trompadas se propinaron en el boliche, pero luego el enfrentamiento continuó en el hotel y, ahí, uno de los adolescentes, al ser golpeado, dio su cara contra un vidrio y se cortó un labio.

A grandes rasgos, debe decirse que existe una generalizada tendencia destinada a minimizar estos incidentes, atribuyéndolos al bullicio propio de la edad. En todo caso, ello podría llegar a entenderse y, si se quiere, a tolerarse, cuando la violencia no sube de tono y cuando no hay terceros perjudicados, en este caso el propietario del hotel que sufrió destrozos. Bien se conoce que en otras peleas entre grupos estudiantiles en nuestra ciudad se registraron consecuencias mucho más graves.

Otro punto a tener en cuenta tiene que ver con el verdadero “programa” de actividades puesto en funcionamiento desde hace muchos años por las sucesivas camadas estudiantiles, con cuatro fechas de cumplimiento infalible: el último primer día de clases, las vacaciones de invierno, el día del estudiante y el último día del curso lectivo. En todas ellas es común que se concreten desórdenes, desbordes y rencillas que, en ocasiones, suelen aparejar consecuencias gravosas y no sólo para los protagonistas principales, sino para toda la población.

Golpes de puño, ataques a pedradas y botellazos de un colegio a otro, utilización de potente y peligrosa pirotecnia, cruces de insultos y de amenazas previas por las redes sociales, valiosos edificios que, como el del Teatro Argentino, que sufrieron serias roturas cuando se enfrentaron allí estudiantes de dos colegios al igual que muchos autos dañados. Hace pocos años, presuntos alumnos del Colegio Nacional pintarrajearon las persianas de una tradicional panadería y colocaron una bomba de estruendo en el edificio de 2 y 49, cuando volvían de la pelea en el centro con los del Liceo.

Debe señalarse, lamentablemente, que esas muestras de violencia realizadas en algunos festejos suelen ser filmadas por los padres de los chicos participantes en las riñas, como para tener un “recuerdo” festivo de sus hijos participando en una “estudiantina”. La ausencia de un verdadero modelo y ejemplo familiar se está haciendo sentir.

Bien se conoce que muchas veces los boliches, los recitales y también, en oportunidades, las mismas escuelas, suelen ser los escenarios centrales en los que se desatan con frecuencia episodios violentos, que tienen a los adolescentes como víctimas y victimarios. Y en ese marco, seguramente, un principio para comenzar a encontrar soluciones a esta problema, signado por las agresiones de los jóvenes entre sí, y colateralmente hacia los demás, sería advertir que estamos ante una generación que crece y se desarrolla en lo que podría calificarse como una verdadera cultura de la violencia.

Está cada vez más claro –a todas luces- que tanto los padres como los educadores deben tomar debida nota de las crecientes expresiones violentas que signan en este tiempo las relaciones entre los jóvenes, para encontrar el modo de que esa tendencia comience ya a ser revertida. También sería oportuno que la sociedad no pase por alto, con la ligereza y la desmemoria que nos caracterizan, situaciones que son de gravedad y que no deben repetirse.

 

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE