Merkel, 15 años como Canciller alemana y una popularidad inoxidable

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BERLÍN

Ángela Merkel, canciller federal (jefa de Gobierno) de Alemania desde el 22 de noviembre de 2005, parecía acabada hace unos meses por el desgaste del poder, pero la exitosa gestión de la pandemia de COVID-19 le permitió recuperar su “inoxidable popularidad” y volver a ocupar el centro del escenario político.

El 2019 parece haber quedado ya muy lejos para la dirigente alemana, al frente de una gran coalición que daba muestras de agotamiento, sobrepasada por la movilización de los jóvenes a favor del clima.

Como símbolo del crepúsculo de su régimen, Merkel, de 66 años, se vio afectada por unos incontrolables temblores durante unas ceremonias oficiales, que hicieron surgir los interrogantes sobre la capacidad de esta infatigable gobernante para concluir su cuarto y último mandato antes de su retirada política en septiembre de 2021.

Pero la pandemia del coronavirus catapultó su popularidad: más de siete alemanes de cada diez se declaran satisfechos con su gestión de la epidemia.

Incluso en Alemania hay voces que reclaman un quinto mandato, pero la canciller lo descarta. En septiembre, cuando deje la política, la primera mujer en dirigir Alemania habrá igualado el récord de longevidad en la cancillería -16 años- de su mentor, Helmut Köhl.

Esta científica realizó una gestión sin fallas del COVID-19 y supo comunicar con pedagogía, privilegiando las demostraciones racionales para hacer frente al “mayor desafío” que ha vivido Alemania desde el fin de la II Guerra.

Pese a un confinamiento que recordó a Merkel su vida en la exRDA y que constituyó, según ella, “una de las decisiones más difíciles” en 15 años de gobierno, Alemania registró menos casos y muertes que sus vecinos europeos.

Esta ferviente defensora de la austeridad europea tras la crisis financiera de 2008, cambió de paradigma y propulsó esta primavera boreal el aumento del gasto y la mutualización de la deuda, lo único, según ella, que puede salvar el proyecto europeo.

En 2011, la catástrofe nuclear de Fukushima en Japón la convenció para iniciar el abandono progresivo de Alemania de la energía nuclear.

Pero quizás, su apuesta política más osada fue en 2015 cuando decidió abrir las fronteras a cientos de miles de solicitantes de asilo sirios e iraquíes. Pese a los temores de la opinión pública, prometió integrarlos y protegerlos.

Hasta entonces, esta doctora de química que sigue llevando el nombre de su primer marido y no tiene hijos había cultivado una imagen de mujer prudente e incluso fría, que adora la ópera y el senderismo.

Para explicar decisión sobre los migrantes invocó sus “valores cristianos” y una cierta obligación de ejemplaridad de un país que carga el estigma del Holocausto.

Esta caridad cristiana de Merkel viene de su padre, un pastor austero que se fue voluntariamente a vivir con toda su familia a la Alemania del Este comunista y atea para predicar el Evangelio.

Sin embargo, el miedo al Islam y a los atentados llevó a una parte del electorado conservador a refugiarse en el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), que en septiembre de 2017 llegó al Parlamento.

No obstante, tras el terremoto Donald Trump y el Brexit, Merkel, que siempre asumió su decisión sobre los refugiados, fue entronizada por la prensa y muchos políticos como la “líder del mundo libre” ante el ascenso de los populismos. (AFP)

 

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