Más sombras que luces

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Ivana Templado

Economista de FIEL

Llegando ya casi al fin de 2020, un año después de que se identificara el virus de COVID-19, de que comenzaran las primeras restricciones a la movilidad y medidas de aislamiento en China, de la posterior declaración de Pandemia por la OMS, de ver cómo el virus se iba esparciendo por los distintos países, llegando eventualmente a todos los continentes, ahora comienzan a vislumbrarse las luces y las sombras de las medidas, protocolos y estrategias generales que fueron tomando los distintos gobiernos para enfrentar, o al menos mitigar, las consecuencias del virus y se hacen más notorios los costos y las pérdidas sociales y económicas que trajo aparejada cada estrategia.

El gran impacto sufrido por la educación de niños y jóvenes en el transcurso de esta pandemia, dada la interrupción de las clases presenciales, y la adopción de la educación remota de emergencia como principal estrategia de continuidad, profundizó las desigualdades educativas ya existentes, desnudando las inequidades en acceso a tecnología y conectividad, que si hasta ese momento no se veían prioritarias, en el último año se volvieron vitales para la escolarización. Los condicionantes sociales y económicos y la segmentación público-privada dejaron en evidencia, de nuevo, las diferencias en recursos y posibilidades de uno y otro lado de la pantalla.

Existen varios estudios que dan cuenta de las pérdidas en los aprendizajes de los estudiantes debido a la interrupción de la presencialidad, por cuestiones que van desde lo psicopedagógico hasta lo social y lo emocional (Unesco, 2020) mientras que, paralelamente, los beneficios de la institución ESCUELA, de la interacción con pares y del intercambio maestro estudiante, quedaron fuera de toda discusión. Justamente, esta última interacción resulta vital para contener, apoyar y reforzar todos los aprendizajes, pero especialmente los de aquellos estudiantes que se observan con otro ritmo u otros tiempos de aprendizaje.

Apuntando a esta problemática, una investigación reciente (Grewenig et al., 2020) revela que las pérdidas en horas de clase y estudio fueron todavía mayores en los jóvenes que ya tenían malos desempeños antes de la pandemia. Los resultados surgen de una encuesta llevada a cabo en Alemania, donde les consultan a los jóvenes sobre el uso de su tiempo, ya sea a actividades escolares como de otro tipo. Comparando la utilización del tiempo pre y post pandemia, encuentran que las horas dedicadas a la escuela/estudio se redujo a la mitad para todos los estudiantes. Sin embargo, cuando revisan por cuales actividades reemplazaron ese tiempo, los investigadores comprueban que el tiempo dedicado a aquellas actividades usualmente relacionadas con un mejor desarrollo cognitivo y conductual como leer, hacer deportes, tocar algún instrumento u otros juegos creativos apenas se vio incrementado en ambos grupos, aunque fue mayor para quienes ya demostraban una mejor performance académica previa.

En cambio, se observa un aumento mucho mayor en las horas dedicadas a actividades que suelen ir en detrimento o al menos ser menos beneficiosas a la educación, como son la televisión, los juegos en línea o redes sociales; si bien ambos grupos comenzaron a dedicarle más horas a esta cuestiones, fue sustancialmente mayor para quienes ya evidenciaban menores logros educativos antes de la pandemia. Es decir, no solo se redujeron los tiempos dedicados a aprendizajes valiosos, sino que el tiempo “liberado” se desinvirtió de actividades pro-educación.

Esta evidencia es especialmente preocupante para la Argentina porque, como demuestran los resultados de los últimos operativos de evaluación, el 40 por ciento de los estudiantes secundarios no lograron niveles de aprendizajes satisfactorios en Lengua y el 70 por ciento no lo hizo en Matemática (Aprender 2019). Si además se tiene en cuenta que en el país, la no presencialidad alcanzó a casi la totalidad del ciclo lectivo, es factible inferir que el impacto negativo, que esta interacción tendrá sobre los aprendizajes puede alcanzar niveles dramáticos.

Una revisión rápida de la información pre pandemia, evidencia que entre las actividades no favorables a los aprendizajes, las horas dedicadas a mirar televisión son de las que más restan a los logros académicos, tanto en lengua como en matemática, mientras que la lectura de libros extra-escolares es la actividad con mayor incidencia positiva en la performance académica, especialmente en lengua.

Parados ante este panorama, que en los últimos días de noviembre el Ministerio de Educación haya informado la decisión de comenzar el ciclo lectivo 2021 con clases presenciales en todo el país es una muy buena noticia, sobre todo porque las provincias ya definieron las fechas previstas para el comienzo en cada jurisdicción.

Sin embargo, hasta que la vacuna contra el coronavirus sea una realidad, el riesgo de subas y bajas en la transmisión comunitaria del virus sigue latente y, con ello, la posibilidad de vuelta atrás con la presencialidad. El Ministerio prevé que las clases puedan darse en una combinación de virtualidad y presencialidad dependiendo del nivel de circulación y contagios de cada localidad, que se debería monitorear haciendo uso del denominado Semáforo Epidemiológico, y así ajustar protocolos y tomar las medidas necesarias en base a dicha información. Sin embargo, en un análisis llevado a cabo por Argentinos x la Educación, concluyen que solo el 20 por ciento de las localidades relevadas (18 de 85 municipios), recaban la información pertinente para hacer efectivo el semáforo epidemiológico y decidir en función de él.

Esto indica que, a punto de terminar el año 2020, la incertidumbre sigue siendo la gran protagonista, aun cuando todo apunta a ir recuperando una vuelta a clases tradicional.

Argentina es uno de los pocos países donde las clases no presenciales se extendieron por tanto tiempo. El déficit en la educación es el otro déficit con el que carga el país, y que se ha ido acumulando con cada nuevo año. La evidencia indica que no solo los años de educación sino, particularmente, la calidad de la misma ha probado ser un determinante del desarrollo de un país. Al igual que en el plano económico, donde el shock recesivo de la pandemia pegó más fuerte por las malas condiciones de inicio y los sesgos estructurales de la economía, en el plano educativo pasaría lo mismo. Los bajos niveles de aprendizaje pre-pandemia y el grado de asociación de los mismos con el nivel socioeconómico y el capital humano de los padres, hacen prever que la agudización de la pobreza producto de la crisis, sumada a la extensión de la no presencialidad, impactarán muy negativamente en la acumulación de capital humano hoy y en el crecimiento presente y futuro del país.

 

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