Y encima llegó el invierno

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

La curva se agrava y el boca de urna le viene dando mucha ventaja al virus. Hacerse ilusiones está fuera de programa. El otoño interminable vio caer hojas y contagiados. El gobierno anda con ganas de expropiar la pandemia. Y el campo salió a testear con los tractores porque temen que la intervención sea contagiosa. Vicentin ocupo el centro del ring de una refriega con fuego cruzado. Su mini default le dio al menos otro tema a una actualidad superpoblada de infectólogos y alertas. Los baúles y balcones ocultan y muestran. Los baúles llevan y traen merca, sobres con plata o parientes. Y los balcones le sumaron otro repertorio a sus serenatas de aplausos alentadores y cacerolas enojadas. El pico del coronavirus juega a las escondidas y la meseta no aparece. “Va a llegar sin falta el próximo trimestre” diría el ex adivinador de Los Abrojos. “Tememos quedarnos sin camas”, advirtió el ministro de Salud bonaerense. Si no paran los contagios –avisa- el sistema colapsará. Y es uno de los que cree que la cuarentena puede seguir hasta el 15 de septiembre. Las camas, capaz que aguantan. La gente, no sé. Peor invierno, imposible. El gobierno no tiene muchas opciones. Pero los comerciantes advirtieron que si todo se vuelve a cerrar, habrá que empezar a dar el parte diario de los sobrevivientes y no de los contagiados. Y encima, la naturaleza se hizo ver: llegó el frío, se activó el volcán Copahue y dos meteorólogas de muy buen pronóstico aportaron sus curvas sanadoras.

La vida se ha protocolizado. La avalancha de normas y sugerencias han obligado a cambiar desde el saludo ocasional hasta el amor en todas sus versiones. Si queremos ir a la esquina hay que prepararse como los astronautas. Y a la vuelta, no hay que tocar ni el repasador sin lavarse las manos. Los trapos mandan en esta existencia ultra limpia y ultra distanciada. Las palanganas ganan reconocimiento y se ubican más cerca de los aposentos que del galponcito. El encierro se llena de recuerdos porque el presente está ausente y el futuro mete asusta. No hay otro proyecto, otra aspiración que encerrarse sin tos, limpitos y monótonos. “Hay que saber aburrirse”, decía el príncipe de El Gatopardo. El virus ocupa todo. El resto de las patologías se han hecho a un lado. Domina le escena este bicho empecinado y seguidor que se apoderó de la vida y del miedo. Como dijo el mexicano Alberto González Vázquez: “Morirse de algo que no sea el coronavirus parece casi de mala educación”.

Esta realidad no es un buen lugar para vivir. Pero al menos algunos le han encontrado una vueltita. Como Josh y Jeremy Salyers, y sus esposas, Brittany y Briana Deane, dos gemelos que se casaron con dos gemelas. Dos pares de idénticos que tienen permitido confusiones y variantes. Cuando dudan quién es quién, le dan sabor picante al desconcierto. Se conocieron en Ohio el mismo día, los casaron dos curas gemelos el mismo día y ahora viven los cuatro juntos. Coincidencia y morbo se juntan en esa repetición prometedora. Así la una cuarentena es más llevadera. En esa casa, equivocarse de compañía es una buena costumbre. Todos creen que funcionan como un cuarteto abierto, aunque eso de engañar a la señora o al señor con una réplica exacta parece ser más un empecinamiento que una trampa.

Hace un año, cuando estaba en campaña, sonriente y visitadora, Cristina Kirchner confesó que le hubiera gustado ser amante de Belgrano. La ex dio a conocer ese viejo metejón, nacido quizá al escuchar la Oración a la Bandera en la escuela de Tolosa. Y contó que más de una vez fantaseó con alcanzar el amor de don Manuel. ¿Qué era lo que tanto le gustaba? Seguramente veía en ese héroe intocable su modelo de hombre preferido: nada ambicioso, impoluto, humilde, que donó todo y murió en la pobreza. Pero se casó con Kirchner. Hoy a 200 años de su fallecimiento, Cristina quizá se permita seguir fantaseando con ese prócer perfecto. Un sueño que habrá despuntado en los últimos años de la primaria, mientras canturreaba Aurora. Aquella chiquilina, lejos estaba de imaginar lo que le depararía el destino: a veces sentirse “alta en el cielo”, y siempre “un águila guerrera”.

El otoño interminable vio caer hojas y contagiados. El gobierno anda con ganas de expropiar la pandemia

Los balcones le sumaron repertorio a sus serenatas de aplausos alentadores y cacerolas enojadas

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