Cien días aislados: la vida trastocada y el gran reto de adaptarse
Edición Impresa | 27 de Junio de 2020 | 03:35

Era mediados de diciembre y tal vez nadie en estas tierras imaginó que esos lejanos contagios que reportaban los hospitales de Wuhan, algo exóticos y ajenos en sus orígenes, generarían tres meses después un discurso del presidente Alberto Fernández para anunciar el aislamiento social, preventivo y obligatorio, la cuarentena, una medida de la que hoy se cumplen cien días y que, como nunca antes en la historia, vino a demostrar que ya no existen los problemas del todo lejanos ni los orígenes muy exóticos y ajenos.
En estos cien días (¿cien años nos dicta el inconsciente?), muchos pasaron de sus oficinas a trabajar en casa. Otros, claro, de trabajar a no poder hacerlo. Los chicos se quedaron confinados y muchos hogares pasaron así a ser aulas improvisadas de una educación casi de urgencia. Las bolsas del supermercado y las correas para pasear al perro se convirtieron en una especie de documentos de identidad de esta nueva normalidad. Lo que antes nos parecía una prenda destinada a otro mundo, como el barbijo, se convirtió una compañía tan necesaria como el celular. De golpe nos encontramos hablando a través de las pantallas con una frecuencia inaudita y hasta debatiendo sobre infectología o preguntando incluso cosas que en otro tiempo hubiesen resultado propias del rally Dakar: “¿Es una curva aplanada la que nos espera?”
La cuarentena no sólo modificó la rutina y nos nutrió de palabras y temáticas nuevas, de hábitos y rutinas de limpieza impensadas hasta no hace mucho (¿cuántas veces nos lavamos las manos en un día?), sino que abrió un paréntesis a escala mundial y dejó en evidencia, por qué no, algunas de las miserias diarias de la sociedad urbana occidental: el desprecio por el medio ambiente, el colapso del sistema de transporte, la falta de paciencia, el permanente descuido del sector sanitario.
Pero también -como ya lo advertía Camus al escribir que algo que se aprende de las plagas es que “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que desprecio”- vino a demostrar que en los momentos difíciles aparecen los gestos que tal vez nos enaltezcan como especie. Y no es exageración: de la misma manera que se desnudaron miserias se despertaron virtudes que parecían olvidadas. Aplausos de balcón a las nueve de la noche, cartelitos en el ascensor de un edificio preguntando si alguien necesita algo, voluntarios para hacer mandados, donaciones de barbijos y tapabocas. Ayuda. Solidaridad pura y también muy contagiosa. Y por supuesto: el desafío de seguir y adaptarse a esta nueva, rara y cada vez más compleja realidad.
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