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Agustina Muñoz: “Los viajeros son personas dispuestas a ver otras cosas, a ponerse en jaque”

La actriz protagoniza “Karakol”, cinta que lleva a su personaje hasta Tayikistán en busca de los secretos del pasado

Agustina Muñoz: “Los viajeros son personas dispuestas a ver otras cosas, a ponerse en jaque”

Agustina Muñoz en la lejana Tayikistán / Erica Denmon Prensa

24 de Agosto de 2020 | 04:54
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Todo comenzó con un viaje: la actriz Agustina Muñoz y la directora y productora Saula Benavente se embarcaron hacia Estambul para presentar “Secuestro y muerte” y aunque no habían entablado amistad durante el rodaje del filme, Benavente le propuso a la intérprete permanecer unos días más para recorrer. 

“Fue una propuesta sorprendente: ni yo ni ella habíamos pasado mucho tiempo conversando. Ese arrojo fue el origen de nuestra relación”, explica Muñoz: y esa relación fue el origen de “Karakol”, cinta de Benavente que se estrena el 3 de septiembre, a las 22, en el canal Cine.Ar (desde el 4 de septiembre estará disponible en la plataforma on demand) y que también tiene en su eje un viaje a tierras exóticas.

“El viaje, cuando funciona, une a las personas de una manera muy íntima, muy especial: enseguida nos llenamos de anécdotas, compartíamos un tipo de mirada sobre las cosas, sobre las historias, sobre cómo nos puebla el pasado, sobre lo humano, sobre los territorios y sobre cómo esas dos cosas se relacionan íntimamente”, cuenta Muñoz sobre aquel viaje a Turquía, al que siguieron otros, incluido uno a Estonia: “Elegimos un lugar en el mapa azarosamente, un lugar que nos dieran curiosidad”, dice la actriz aunque, claro, tuvo peso “la fascinación de Saula por las ex repúblicas soviéticas”. Saula, dice Muñoz, miró el mapa, “esa especie de abstracción de gente, historia, tradiciones y capas y capas de tiempo”, en busca de algo: cuando se topó con el Lago Karakol, de Tayikistán, se preguntó “por qué alguien iría al Lago Karakol”, y así nació la segunda película de ficción de la cineasta.

La cinta tiene como protagonista a Clara, interpretada por Muñoz: una joven que no logra aceptar la muerte de su padre, y revolviendo papeles encuentra señales que llevan al lejano lago. ¿Tuvo su padre una vida paralela al otro lado del mundo? 

“Es una película de rito, de pasaje a la adultez de alguien que pierde a una figura tan importante en su vida, y se abre a un mundo, a una nueva vida”, define Muñoz, cuyo personaje persigue “la historia escondida del lugar donde uno viene, la historia secreta de las personas que nos criaron, que con el tiempo uno se da cuenta de que son personas con sus deseos, sus misterios, sus imposibilidades. Hay algo de entender a la madre o al padre, a quien nos haya fundado como personas, que implica una relación con el mundo: ese mundo se hace más vasto en la medida en que uno puede comprender al otro”.

GENERACIONAL

El viaje es así más que una búsqueda puntual, más que una peripecia, como lo es para toda una generación de jóvenes que se han lanzado al viaje en busca de algo más. “Es un rasgo muy fuerte en nuestra generación”, acepta Muñoz, “ese deseo de hacerse preguntas sobre lo que uno es y lo que nos es dado. Somos parte de una generación en la que el buscar, el buscarse, se nos fue habilitado más. Hay preguntas que nos podemos hacer, que están mucho más a mano que lo que estaban para generaciones anteriores: eso implica una libertad, y también la angustia propia del que se desterritorializa, del que pone en cuestión ciertas cosas y que se permite ser otro, ser otra, buscar. Y desde siempre, los viajeros, las viajeras, eran personas dispuestas a ver otras cosas, a ponerse en jaque”. 

“Creo también que es un viaje distinto al viaje de nuestros ancestros, viajes a la fuerza. Los nuestros son viajes deseados, para tomar distancia de lo conocido”, agrega la intérprete de “Rara” y “Hermia y Helena” y protagonista de lo que es una verdadera aventura cinematográfica, una producción hecha desde la independencia que llevó su pequeño equipo hasta Tayikistán. 

Mucho tuvo que ver, dice Muñoz, Eva Padró, la productora, crucial para “que todo suceda. Eva es una productora de las que el cine necesita: el cine requiere de esa aventura, de ese arrojo, para pensar lo impensable, para hacer lo que parece descabellado. Los proyectos pueden suceder si tienen una productora que ame la aventura, que no le tenga miedo a nada, ni siquiera a filmar una película en Tayikistán, algo tan lleno de escollos a superar”.

“A veces las personas ven una película y no tienen idea de lo que implica ir a un lugar a filmar: en este caso no podíamos filmar muchas veces en lugares públicos, porque es un país que conserva eso soviético del secreto, de un control sobre los relatos”, cuenta la actriz. “Nos pasó de ir con la camioneta con equipos mínimos, y que nos revisaran varias veces en un mismo puesto de control, mostrar los documentos, o directamente que no nos dejaran filmar”.

En el camino, comprobaron “que se puede vivir de una forma tan distinta, casi en otros tiempos”. Algo que la película refleja en sus imágenes desde el otro lado del mundo: “El cine permite contar otras vidas, otras formas de vivir, permite estar ahí, siendo testigo, abismarse a una experiencia muy diferente, durante el tiempo que dura una película”, dice Muñoz que, como su personaje, asistió a esa “otredad” esencial con asombro.

“El personaje y yo estábamos viviendo la misma experiencia, un poco vulnerables, mirando todo con esos mismos ojos alucinados, sintiéndonos tan solas en el mejor y el peor de los sentidos, en un lugar completamente distinto, que es de verdad el otro lado del mundo, algo que es muy revelador y liberador, como si fuera que la globalización existe, y sin embargo, todavía es posible encontrar lugares en los que existe una identidad y una manera de vivir alejada de esos estándares urbanos, cosmopolitas, que rigen muchos de esos países”, analiza.

“El cine me ha permitido viajar, que es algo que valoro mucho”, agrega Muñoz, y afirma que disfruta de los rodajes en tránsito: “No es lo mismo un rodaje en el que cuando uno termina el día de rodaje vuelve a casa, a lo conocido: cuando está en tránsito, la película toma el tiempo entero, genera una sensibilidad muy singular para lo que se está realizando”.

Así han sido, comenta, sus últimas experiencias con Matías Piñeiro, el prestigioso cineasta argentino con quien ha trabajado en “Rosalinda”, “Viola”, “La princesa de Francia” e “Isabella”, de próximo estreno. 

“El cine es encontrarse cada tanto a estar muy juntos y proponerse una aventura. Y Matías nos propone siempre aventuras distintas”, dice sobre esta sociedad Muñoz. “Somos un grupo de trabajo, de exploración: esa familia que ya somos, llevamos diez años trabajamos juntos, se junta a explorar nuevas cosas cada película. Es muy efervescente el trabajo. Creo que conocernos nos permite explorar”.

EN CUARENTENA

Muñoz se convirtió en madre en medio de la pandemia, por lo cual la cuarentena le ha permitido dar toda su atención a su recién llegado bebé. “El nido materno está potenciado”, se ríe, aunque acepta que  “me hacen falta las amigas, los afectos. Y me hace pensar mucho en qué mundo nació este niño, me hace pensar cuál es nuestro lugar en el mundo como seres humanos en relación con el entorno y el cuidado de las cosas, de lo que nos rodea, el cuidado de lo personal y de los oficios, de esas instancias de encuentro que son tan valiosas, que exceden el entretenimiento, el pasar un buen rato: son obras que hablan de nosotros en este tiempo, que nos ayudan a pensarnos”.

La reflexión la realiza no solo como actriz sino como dramaturga: ha escrito y dirigido múltiples obras y realizado trabajos en colaboración con diferentes artistas, y por sus trabajos recibió el Primer Premio de Dramaturgia del Instituto Nacional del Teatro, y el Premio de Dramaturgia Innovadora del Festival Escena Contemporánea de Madrid, llevando sus obras a Cuba, Chile, Irlanda, Suiza, España y Holanda. Para ella, la pandemia se ha llevado algo esencial en su vida: ese encuentro artístico.

“Es triste y desolador: en todo este año ninguna de las personas que trabajamos en artes escénicas hemos podido hacer lo que hacemos, juntarnos a ensayar con otros y otras, juntarnos con el público en ese ritual que es la obra”, señala Muñoz. “Los bares, los restoranes y los teatros son los lugares de encuentro, de transformación de energía, que están vedados, y no sabemos cuando va a volver a suceder eso. Es una crisis enorme, triste, que nos pone en un lugar muy fuerte de repensar lo que hacemos, de darnos cuenta qué implica: trabajamos con los cuerpos, los afectos y la presencia, por eso el streaming es otra cosa, nunca va a poder reemplazar a lo que esa experiencia es”.

Pero a la vez, señala, “es un momento muy sísmico, transformador: no se si habíamos llegado antes a una instancia en la que pensar este trabajo que hacemos de una forma tan profunda, y radical. Confío que más allá de todo lo desolador que es el panorama, sirva para pensar nuestro trabajo de una manera que no habíamos hecho antes, y para que cuando volvamos exijamos ciertas cosas, afirmemos que requiere de mucha mayor seguridad y contención de parte del Estado y las instituciones que lo albergan. Y que también nos permita potenciar la fe de que lo que hacemos tiene una energía inmensa: tenemos un oficio, producimos eventos y experiencias que llegan a las personas de una forma única, es antiguo y es futuro también. Y hay que valorarlo”.

 

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