Las fotos borrosas que casi cambian la historia del caso Cabezas
| 6 de Septiembre de 2020 | 18:05

"Esa máquina de fotos apareció en la placita de 137 y 60 el día en que el Gordo se convenció de que "esa cosa" no era para él, que las fotos que sacara con ella siempre le iban a salir borrosas porque para que le salieran claritas había que saber manejarla". En la jerga de los y las fotoperiodistas eso llama "fuera de foco".
"Si no hubiesen intentado vender esa cámara de fotos, quizá el caso Cabezas no se hubiese esclarecido", insiste hoy uno de aquellos informantes.
Cuesta creer que un entramado criminal con tantos matices, con semejante cantidad de intereses políticos como los que agitó el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas, pueda haber dependido de una circunstancia tan, si se quiere, menor, trivial, accesoria.
El hallazgo de la cámara de fotos que en la noche el 25 de enero de 1997 llevaba Cabezas para hacer su trabajo en la cobertura periodística de la temporada de verano en Pinamar y que le fue arrebatada junto con su vida, constituyó uno de los momentos claves de aquella investigación que tuvo pasajes críticos y escandalosos.
Si uno de los a la postre condenados no se hubiese convencido de que esa cámara de fotos no le servía, esa investigación, que en algunos tramos mostraría resultados inverosímiles, seguiría apuntando a que Cabezas había sido víctima de un ajuste de cuentas vinculado a los oscuros intereses de "la noche", de los tugurios prostibularios de una Mar del Plata desconocida para el común de los turistas.
Una mentira infame a favor de la que en un momento se puso gran parte de la maquinaria estatal, de las fuerzas de seguridad, los servicios de inteligencia y hasta una buena medida de los poderes políticos.
Quizá semejante patraña tendría hoy alguna vigencia si el Gordo no se hubiese convencido de que las fotos que quiso sacar esa tarde en Los Hornos, en el cumpleaños de su sobrina, le iban a salir borrosas porque no era fácil "engancharle el punto justo" a la imagen y entonces, para qué conservarla. Ya se sabe o se supone que accionar una cámara de fotos profesional como aquella, no era tarea para cualquiera.
"Alguno la va a querer por unos mangos", pensó y sacó de su casa en Los Hornos esa pieza clave, esa punta del ovillo que se negaba a mostrarse mientras el país se sacudía, conmovido por un crimen brutal, mafioso y que ponía contras las cuerdas nada menos que al valor de la libertad de expresión en el país.
HALCONES Y PALOMAS
Ninguno de los cómplices del Gordo pensó que pasaría lo que pasó después con esa cámara de fotos y que sería el cabo suelto que nunca pensaron dejar. Y acaso por eso y vaya a saber por los términos de qué acuerdo, no pusieron objeciones cuando el Gordo dijo "la cámara me la quedo yo", cuando todavía echaba humo el cuerpo calcinado de José Luis Cabezas en aquella cava de Pinamar.
Sin embargo, "la historia oficial" sobre ese pasaje medular del caso Cabezas, que fue el hallazgo de la cámara de fotos cuatro meses después del secuestro y asesinato, dice todo lo contrario. Dice que la cámara de fotos que significó una de las pruebas claves en el juicio que vendría fue producto de la confesión de uno de los detenidos y "la posterior pericia de buzos de la Policía y Bomberos" que se tiraron, en aquel mayo de 1997, a las frías aguas del Canal 1, en el camino que une Dolores con General Conesa.
Esa historia dice que primero fueron las detenciones y después el hallazgo de la cámara. Pero el lado B de aquella investigación siempre sugirió lo contrario y dejó a aquel asunto encerrado en la incógnita de si fue primero el huevo o la gallina.
Había entre aquellos detectives una fuerte interna. Se hablaba de "Halcones y Palomas" cuando lo más justo hubiese sido decir que en aquel grupo de investigadores convivían dos bandos: los "prácticos y operativos" a los que movía el afán de resolver y salirse lo antes posible de un caso que en pocos meses les había cambiado la vida, que los había puesto en el centro de una hoguera alimentada por la presión política y de los medios de comunicación y que también los había alejado de sus familias. Algunos de esos policías habían tenido que ver con la DIPBA, la Dirección de Inteligencia de la Policía de Buenos Aires, una cuestionada área policial que poco después sería disuelta cuando en 1998 el jurista León Carlos Arslanían, uno de los camaristas del Juicio a las Juntas Militares que produjeron el genocidio argentino, encabezara una reforma policial por cierto polémica y controvertida. Una reforma que produjo el hecho inédito de que ese ejército policial estuviese comandado por un civil y, hasta en algún tramo de aquella reforma, por una mujer también civil.
Y del otro lado de esa interna que se libraba en los pliegues y repliegues de la investigación del caso Cabezas se movía un grupo más reducido que acaso exhibía una preparación diferente, más cercana al estudio de la ciencia de la investigación criminal que al afán por salir a patear puertas y llevarle al juez de Instrucción las pruebas urgentemente necesarias, envueltas con todo y moño.
A más de 23 años de todo aquello pareciera que hubo un empate entre unos y otros y que la Justicia, la verdadera, perdió por goleada porque hoy todos los asesinos de Cabezas que todavía viven, incluyendo a los directos e indirectos, andan libremente por la calle.
A ese grupo de detectives "estudiosos" se los criticaba por andar siempre "buscando el pelo al huevo" y eran los que en el caso puntual de la prueba clave que fue el hallazgo de la cámara de fotos, sospecharon desde el principio que las cosas no eran como las había confesado uno de los detenidos del grupo que el periodismo porteño daba en llamar "Los Horneros", desconociéndo el gentilicio que por el que en realidad eran "Los Hornenses" y que poco tenían que ver con esos pájaros simpáticos y laboriosos que aparecen en las enciclopedias.
Los fuertes indicios de que esa cámara de fotos no había sido arrojada a las aguas del Canal 1 a poco de cometido el crimen y que algunas personas la vieron tiempo después en manos del Gordo tratando de fotografiar a los asistentes al cumpleaños de una sobrina, habían dejado en algunos detectives la fuerte certeza de que esa prueba había sido "plantada", si vale el término para graficar que alguien, cuatro meses después del crimen la arrojó al Canal 1 para que la policía la encontrase.
La historia de esa cámara de fotos, por otra parte, arrancó mal de entrada. Cuando ese mediodía gris de mayo de 1997 los buzos la sacaron del lecho fangoso del Canal 1.
NUMERO EQUIVOCADO
Era una Nikkon F4, una herramienta de trabajo fotoperiodístico que en el mercado del usado hoy se consigue por alrededor de 40 mil pesos. Las cosas empezaron a verse turbias cuando al limpiar el barro acumulado por haber estado sumergida, se advirtió que el número de serie no era el 2412097 que figuraba en la causa según los informes que la editorial para la que trabajaba Cabezas le había dado al Juzgado. Era, en cambio, la Nikkon F4 número de serie 4223195. Recién ahí se dieron cuenta que buscaban la cámara equivocada y que la que yacía en el fondo del canal no era la de la revista para que la que trabajaba Cabezas sino su máquina particular. Cabezas había pegado al cuerpo de la cámara algunas calcomanías infantiles, acaso como inequívoco sello de pertenencia. Evidentemente la cámara provista por su empleador había sido reportada para reparaciones mucho antes del asesinato.
Un detalle menor que al fin y al cabo no torcería el rumbo de la pesquisa pero que sería una postal de muchas otras imperfecciones a lo largo y ancho del caso.
Esa historia oficial con la que se construirían las posteriores condenas decía que el hallazgo de la Nikkon F4 permitía corroborar los dichos de los detenidos sobre lo que hicieron horas después del asesinato de Cabezas. Según esos relatos, por orden del policía que fuera sindicado como cabecilla de la "operación", desarmaron la cámara y la fueron tirando en partes por la ventanilla del Fiat Uno blanco en que regresaban a La Plata desde Pinamar tomando el camino que combina la ruta 56 con la 11.
Ese accionar había sido fijado a horas del crimen pero fue plasmado en la causa varios meses después.
¿Y qué pasó en medio?.
La misma historia oficial le atribuye a un político platense, el ex senador justicialista y por entonces duhaldista de paladar negro, Carlos Martínez un rol clave en el hallazgo de la punta que permitió seguir tirándo del ovillo hasta dar con los culpables o, cuanto menos, los confesos de haber participado en diferentes formas de secuestro, martirio y asesinato de José Luis Cabezas.
Y en esa, como en la otra historia, la Nikkon F4 tuvo algo que ver.
A Martínez, que tenía trabajo político territorial en Los Hornos un militante le fue con el cuento de que "unos pibes" le habían dicho que algo sabían del caso Cabezas. La otra versión se divide en dos: una, que apunta al dueño de una compra-venta al que le fueron a ofrecer la cámara y con quien no habrían alcanzado un acuerdo por el precio y la otra, la de las fotos borrosas en el cumpleaños de la sobrina del Gordo Auge.
Según esa versión, el más tarde imputado y condenado junto sus amigos, habría llevado la cámara una tarde la plazoleta de 137 y 60 donde solían reunirse jóvenes de la zona. Y que allí buscó comprador y ahí dejó la primera huella.
El posterior curso de la investigación llegó a un punto ciego en el que se necesitaba que los dichos de los confesos tuviesen correlato con la realidad que empezaba a construirse en cada una de las fojas de la voluminosa causa. Y entonces se pusieron sobre la mesa las cartas de la cámara de fotos que Cabezas llevaba la madrugada en que fue secuestrado a la salida de una fiesta de ricos y famosos, de esas que por entonces ya le habían cambiado a Pinamar la imágen bucólica, familiar y romántica que mantenía desde sus orígenes, por la de una cara pintarrajeada, desdibujada por los efectos de las drogas. La Pinamar de llos 90, la de la Pizza con Champán. El peor Pinamar que se recuerde. Acaso como un botón de muestra del clima que se vivía en esa pequeña ciudad balnearia, era un secreto a voces que para construir una casa "convenía" comprar los materiales en alguno de los corralones que regenteaba el poder político local, cercano al empresario Alfredo Yabrán. Entonces al otro día en ese terreno aparecía un cartel que indicaba: "Esta propiedad se construye con materiales del corralón...". Y a partir de ahí ninguna inspección de control municipal sería posible hasta el momento que los constructores prenden el fuego para el tradicional asado con el que se celebra la colocación del techo.
La historia oficial concluyó en que con los datos aportados particularmente por el entonces detenido Gustavo González y la "pericia" de los rastreadores policiales, se pudo, cuatro meses después del crimen, encontrar una cámara de fotos en el fondo de un canal conocido por los baqueanos como el de las más fuertes correntadas hacia el Salado.
En aquella interna policial de "Halcones y Palomas" surgieron las sospechas y las controversias. Un debate a puertas cerradas, lejos del oído de los periodistas aunque a veces no tanto.
EL HUEVO O LA GALLINA
¿Fue la gallina la declaración de González o fue el huevo el hallazgo de la cámara?
Para algunos fue al revés. Son los que todavía sostienen que la cámara fue arrojada al Canal 1 entre 12 y 24 horas antes de ser encontrada por la policía.
Que la cámara Nikkon F 4 siempre estuvo en La Plata, en Los Hornos y que ante la urgencia procesal alguien se ofreció a llevarla y tirarla al Canal 1.
Como un emblema de lo que pasó y de lo que no debe olvidarse, desde enero de 1998 la cámara de fotos se convirtió en el momento que lo recuerda en Plaza San Martín a partir de un diseño de la arquitecta Isabel Zanettini.
"Iba por la ruta 2 y de vez en cuando miraba por el espejo al asiento de atrás donde estaba la bolsa amarilla de Kinneplat donde había envuelto la cámara. Y no veía la hora de llegar y tirarla al agua". La frase fue escuchada en Dolores, en el más absoluto off de récord, varias noches después del hallazgo que daría un impulso clave a la investigación del por entonces asesinato más conmocionante del siglo que se iba.
Y quedaría en ese archivo pocas veces abierto de muchas otras situaciones que quedaron haciendo ruido más allá de la historia oficial del caso Cabezas.
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