Inteligencia, la palabra prohibida

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Marcelo Carlos Romero

Fiscal del Ministerio Público

Año electoral. Campañas políticas, sondeos de imagen, encuestas de opinión, debates -y no debates- televisivos, cálculos, especulaciones, celos, envidias... En fin, nada nuevo bajo el sol.

La problemática de la inseguridad, es decir, la catarata de problemas que acarrean el crimen y el criminal, no puede estar ausente en esta época de competencia por los cargos públicos. Mas allá que los candidatos competidores suelen llegar a un acuerdo de “no agresión” en un tema tan sensible para la comunidad.

Sin embargo, la cuestión está ahí, al alcance de la mano, ilustrando día tras día las páginas de los diarios, los minutos de aire en radios y televisión, los espacios dinámicos y multicolores de los portales de internet, las conversaciones en la oficina -o en el Zoom en estos tiempos de pandemia- en el bar, en la rotisería o en la mesa familiar.

“Nadie da en la tecla con el problema de la delincuencia”, dicen algunos. “No hay voluntad política”, braman otros. “Más policías en las calles”, promete el gobernante de turno por enésima vez. “Menos efectivos en trabajos administrativos”, vocifera el candidato, como si se tratara del descubrimiento de la pólvora o del invento de la rueda. Alguien, anquilosado en el tiempo, reza: “Hay que volver al vigilante de la esquina...”, fórmula que siempre seduce a algún incauto.

En honor a la verdad, no alcanza con más policías en las calles, patrulleros, motocicletas, bicicletas, caminantes, caballería, puestos fijos, puestos móviles.

O con modernas cámaras de seguridad por doquier, centros de monitoreo, “Call Center”, foros de seguridad, Oficinas de Relaciones con la Comunidad, etc.

Mucho menos, si toda esa batería de herramientas contra el delito, son promocionadas por los gobernantes en los medios de comunicación, como un aviso publicitario de pasta dental...

¿Entonces? ¿Qué está faltando?

Inteligencia criminal...

La palabra prohibida. El mito. El tabú. Lo políticamente incorrecto. Lo “antiprogre”.

Sin inteligencia no puede haber prevención.

Sin inteligencia sólo habrá policías deambulando -como locos malos- por las calles, llegando siempre tarde a los hechos ya consumados.

Sin inteligencia, nunca habrá seguridad.

La inteligencia hoy la realizan los criminales: observan, analizan, estudian comportamientos, horarios, costumbres, sacan conclusiones y actúan!

El Estado, mientras tanto, siempre llega después.

Evidentemente, el término inteligencia trae escozor a la clase dirigente, a los Organismos de Derechos Humanos, a buena parte del Poder Judicial y del Ministerio Público, a muchos catedráticos del Derecho, a no pocos abogados particulares, etc., ya que rememora viejas -y no tan viejas- prácticas nefastas de una Argentina que nadie quiere.

Pero, si se trata de una cuestión semántica, o el deseo ferviente de no revivir fantasmas diabólicos, podría tomarse la decisión de crear una Secretaría del Intelecto; una oficina de gestión de la razón; una dependencia operativa del conocimiento...

O reactivar la “imponente” -por su denominación- dependencia policial Secretaría de Evaluación y Tratamiento de la Información para la Prevención del delito...Es decir, algo!!!

He escrito en esta reflexiones varias veces la palabra inteligencia...

Ninguna plaga bíblica, ningún cataclismo, ningún choque de planetas ha ocurrido.

Es imperativa la creación, reactivación, modificación o lo que sea, de una oficina que centralice la información delictual para que la prevención sea efectiva. No para espiar políticos, empresarios, periodistas o estudiante, sino para cuidarnos, para protegernos. En definitiva, para vivir mejor.

Señores gobernantes y aspirantes a serlo: Hagan algo inteligente, pero háganlo ya!

“En honor a la verdad, no alcanza con más policías en las calles, patrulleros, motocicletas, bicicletas, caminantes...”

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