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Revista Domingo |ESPACIOS CULTURALES

Tendencias: la lectura en tiempos de pandemia y el fenómeno de las librerías barriales

Así como el uso del zoom, las redes o el streaming, también el hábito de la lectura se viene incrementando, con recomendaciones personalizadas y deliverys literarios

Tendencias: la lectura en tiempos de pandemia y el fenómeno de las librerías barriales

Las librerías artesanales van ganando espacio en el universo de la lectura

23 de Mayo de 2021 | 03:09
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La pandemia obligó a muchos a quedarse en casa. Y más allá de las consecuencias lógicamente negativas del encierro, también afloraron aspectos positivos, como compartir más tiempos con quienes se convive, la propia familia, amigos, pareja, o mascotas, reconfigurando la noción de hogar. Pero también obligó a cierta creatividad para suplir las antiguas formas del ocio de la prepandemia. Y a la par del auge del zoom, las redes o plataformas como Netflix, creció también el hábito de la lectura, en muchos casos de la mano de un fenómeno para muchos sorprendente, el del auge de las librerías de barrio, también llamadas “independientes”, pequeños locales en los que funciona el “delivery”, la recomendación personalizada y la búsqueda de títulos más allá del “mainstream”, con catálogos de grandes editoriales pero más que nada de las más chicas y especializadas.

En nuestra ciudad, como así también en distintos barrios de la capital federal y del interior, este tipo de locales no sólo se potenciaron sino que incluso abrieron nuevas propuestas. Basta recorrer las cercanías de Plaza Moreno, Plaza Rocha, Plaza Italia o algunas calles de City Bell para ir detectando estos espacios en los que además de recomendar libros se ofrecen ambientes en los que se conversa sobre títulos leídos y aquellos que aun se están por leer, con un trasfondo netamente cultural, como lo es el de difundir el libro, la literatura y el pensamiento.

“Nadie abre una librería con un fin meramente mercantilista, ya que para hacer plata hay negocios más rentables. Con el tiempo fui sumando los que me pedía el barrio”

Federico Mendel,
empedernido lector y librero

 

Sus mentores señalan que una librería independiente, por tradición, por interés propio o por cantidad de metros cuadrados, debe hacer un recorte, una “curaduría” artesanal de los libros que elige contener, ya que todo no entra y la singularidad hace a la idiosincrasia, ya que a diferencia de la esfera de comercios más desvinculados de las industrias culturales, este rubro tiene un origen más de apego que mercantil.

“Nadie abre una librería con un fin meramente mercantilista, ya que para hacer plata hay negocios más rentables. En mi caso, la elección del catálogo fue mutando porque inicialmente solo quería libros que me gustaran, y con el tiempo fui sumando los que me pedía el barrio, como la sección infantil que no pensaba tener y que hoy es lo que más me piden”, cuenta Federico Mendel, quien se define más como empedernido lector que como librero.

“Tenemos que abastecer los libros que requieren nuestros lectores, pero también queremos sugerir y promover la lectura, que es nuestra función principal”

Carlos Morón,
librero

 

Sugerir, recomendar e invitar con nuevas lecturas es la función que estos emprendedores se proponen. Como Carlos Morón, quien junto a su compañera Vicky conducen una librería ubicada en la zona sur de la provincia de Buenos Aires, y quien reconoce que “todos los libreros hemos dejado muchas cosas en el camino porque nos apasiona esta profesión. Sin ninguna duda, tener una librería de barrio es muy particular y tenemos que abastecer los libros que requieren nuestros lectores, pero también queremos sugerir y promover la lectura, que es nuestra función principal”.

Para Carolina Silbergleit, en tanto, “por lo general el público que se acerca viene con una búsqueda que es afín a los materiales que ofrecemos, pero cuando eso no ocurre, se implementan otros mecanismos para dar con el libro indicado, aunque de ninguna manera vamos a decidir qué lee o no lee alguien. Tampoco es que sostenemos, no somos una biblioteca, y es nuestro medio de vida. Yo elijo qué libros conforman mi catálogo formalmente, pero después hay un montón que me piden y los encargo. Sí obviamente intercambiamos lecturas, sugerimos, pero en última instancia no decidimos qué lee la gente”.

“Lo único que sí hago -señala Mendel - es no mostrar aquellos libros que no coinciden con la identidad de la librería. Cuando alguien entra quiero que vea otros libros que no va a ver en una más comercial. Lo mismo ocurre con la recomendación. Es muy raro que una librería de barrio recomiende un libro solo por venderlo, porque en cada recomendación hay verdaderas ganas de que la persona lo lea”.

“Los libreros hemos dejado muchas cosas en el camino porque nos apasiona la profesión”

 

En opinión del también librero Daniel Bucciarelli, a su vez, “la elección del catálogo es el resultado de la interacción entre el librero y los lectores. Por ejemplo, hace unos años en la Feria del Libro un youtuber sobrepasó ampliamente al Premio Nobel que nos visitaba ese año. En este caso el librero podría optar por no incluirlo en su catálogo por un posicionamiento estético debido a su escaso o nulo valor literario, pero otra postura es incluirlo no sólo por un interés comercial sino por respeto a los miles de jóvenes interesados en leerlo. Porque cuando me inicié como librero, aprendí rápidamente la importancia de no juzgar las preferencias y aceptar que se puede pensar distinto y que hay que respetar las diferencias de opinión. La promoción del libro y la lectura no debe tener condicionamientos”.

¿Qué variables pesan a la hora de definir la composición de la oferta y en qué medida la elección de determinados títulos o temáticas pesa sobre la decisión de excluir otros?. En el caso de Silbergleit, “el catálogo es móvil, pero una premisa es dar visibilidad y trabajar con editoriales independientes, porque creemos que es coherente con nuestra propuesta de ser una librería independiente trabajar con proyectos que también lo son”.

“Yo elijo qué libros conforman mi catálogo formalmente, pero después hay un montón que me piden y los encargo”

Carolina Silbergleit,
librera

 

“Nuestro valor diferencial -dice por su parte Mendel- es que podés encontrar algunos libros que no encontrás en las grandes superficies. Y ahí es donde reside la importancia del catálogo. Es totalmente respetable que alguien decida no vender algún libro, simplemente porque el autor le cae mal o porque en una cena le volcó el vino. Una cosa es censurar y otra muy distinta dejar que otras librerías vendan esos libros que no tenés ganas de vender. Después de todo no todos los restaurantes tienen el mismo menú”.

En la misma línea, Luciano Guiñazú ejemplifica que su enfoque se concentra “en las ciencias sociales y en la filosofía, entonces el catálogo está construido desde allí, con un interés por el pensamiento argentino y latinoamericano. Las editoriales que centralizan nuestro catálogo son aquellas que privilegian esas temáticas, siempre desde una perspectiva emancipatoria. Para mi la librería es como una comunidad de lectores y de escritores. En última instancia, es como una comunidad de pensamiento. Por eso, al margen de ofrecer libros al público, generamos cantidad de reuniones, presentaciones y jornadas culturales que persiguen el fin de darle espacio y lugar a esa comunidad”.

“Nos gusta pensar que somos una librería ‘de editoriales’ – dice por su parte Hernán Brignardello – en mi caso me enfoco en edición independiente latinoamericana. Pensamos la curaduría de nuestro catálogo desde la idea de que los libros no son sucesos aislados, sino que forman parte de un sistema mayor que ayuda a darles sentido. Creemos que esa también es una buena forma de orientar a los lectores, ya que del mismo modo que se puede elegir el libro de un autor porque nos interesan sus enfoques estéticos, éticos o políticos, también se puede optar por leer el catálogo de una editorial”.

A la hora de contar “rarezas”, en tanto, Milagros Pérez Morales cuenta que “con personas con más tiempo para encontrar rarezas y descubrir nuevos autores, vendimos por caso muchos ejemplares de “El árbol de palabras”, la obra reunida de la poeta Mirta Rosenberg, o “Tiempo del corazón”, la correspondencia entre los poetas Ingeborg Bachmann y Paul Celan”.

Para Ana López y Silvio Santantonio, en tanto, “nos sorprendió el regreso en cuarentena a los libros de catálogo. Un poco porque fueron meses sin prácticamente novedades, pero también porque implicaron un parate que permitió contar con un tiempo diferente. Fue una alegría vender a Onetti, Carrere, Baricco, Lispector y a clásicos argentinos eternos como Borges, Tizón, Piglia y Pizarnik. A nosotros lo que nos interesa es crear vínculos con los lectores, discutir itinerarios de lectura, aprender de sus recorridos. En definitiva, se trata de nuestra construcción de siempre, aunque pareciera que la pandemia la visibilizó más”.

 

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