¿Otra cara de la pandemia?: qué hay detrás de la violencia cotidiana

En la primera semana del año, una seguidilla de hechos en los que se manifestó una agresividad desmedida sacudió al país. Expertos analizan el vínculo entre los episodios de descontrol y el impacto de la crisis sanitaria

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La primera semana del año dejó una seguidilla de hechos enmarcados en la vida cotidiana que se caracterizaron por expresar una violencia fuera de toda escala: un comprador que apalea a un vendedor hasta mandarlo a un quirófano ante un desacuerdo por el cambio de un producto; un chico de 16 años asesinado de diez botellazos en la cabeza por negarse a entregarle una sidra que llevaba a unos arrebatadores; un vecino que festejaba el año nuevo con su familia y terminó asesinado a cuchilladas por una banda de adolescentes; una mujer que incendió las pertenencias de un hombre en situación de calle mientras éste dormía (el indigente sólo logró salvarse por la oportuna intervención de un vecino).

Puestos a reflexionar sobre las posibles causas detrás de lo desproporcionado de estos hechos, un grupo de profesionales consultados por este diario (desde la Psicología, la Antropología y la Psiquiatría) coincidieron en encontrar un vínculo entre el grado de violencia que se pone de manifiesto en episodios como éstos y el peso de una prolongada crisis sanitaria cuyas repercusiones exceden largamente al ámbito de la salud.

Hablan, en ese sentido, de un crecimiento de la frustración, de la intolerancia y del egoísmo que, si bien ya estaba presente antes del 2019, los rigores de la pandemia habrían exacerbado.

Antes de seguir es necesario hacer una aclaración: desde la Psiquiatría se subraya que en los hechos delictivos mencionados al principio de esta nota, esos elementos se unen a un rasgo patológico: los protagonistas de estos episodios son evidentemente sujetos con rasgos de personalidad antisocial. Sin embargo se apunta que la pandemia puede haber contribuido, en este y otros casos menos extremos, a debilitar frenos inhibitorios, favoreciendo pasajes al acto de consecuencias impredecibles.

Expertos creen que el contexto de la crisis puede debilitar frenos inhibitorios

En ese sentido, los expertos consultados enumeran una serie de conceptos que asocian con la crisis sanitaria: entre ellos, los de incertidumbre, estrés, enojo, falta de proyecto, miedo, falta de paciencia, exacerbación del egoísmo, intolerancia o ira.

Se llega a hablar de que asistimos a un “cambio cultural” derivado de la emergencia en el que será necesario recomponer un tejido social deteriorado por la emergencia y las discontinuidades en los vínculos. Un fenómeno que demandaría mucho tiempo y grandes desafíos.

Más allá de los casos extremos más arriba citados existen estudios difundidos el último año que muestran un crecimiento de la irritabilidad y el mal genio en la población en general desde la irrupción de la pandemia.

Una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) de la Universidad Argentina de la Empresa (Uade) y difundida el último diciembre reveló, por caso, que entre 2015 y 2021 se elevó sensiblemente el número de argentinos que manifestó sentirse irritable o con mal genio de forma frecuente.

Así, si en 2015 el 13% de los que respondieron a esa encuesta manifestó sentirse irritable o de mal genio de forma frecuente, la proporción aumentó en 10 puntos porcentuales para el año 2020 (25%) y en otros 5 puntos más (30%) para el año 2021.

La misma encuesta reveló que los sentimientos de tristeza, preocupación, falta de energía y las dificultades para conciliar el sueño se triplicaron desde el inicio de la pandemia en comparación con el 2015 (ver aparte).

Otro termómetro de la agresividad creciente presente en la calle es el tránsito. Una encuesta realizada por el Observatorio Vial de la Cámara que nuclea a las empresas productoras de software vial (Cecaitra) realizada entre quienes manejan autos en el AMBA arrojó como resultado el 65 por ciento de los consultados percibe que el tránsito evidencia conductas más agresivas luego del período más duro de la pandemia de coronavirus (ver aparte)

“un tejido social roto”

Era todavía una etapa temprana de la pandemia, en 2020, cuando ante una consulta de este diario el antropólogo platense Héctor Lahitte observó que una de las consecuencias indirectas que cabía esperar de la crisis sanitaria y el aislamiento era un crecimiento de la violencia presente en la sociedad.

Casi dos años después Lahitte no se sorprende por los hechos de violencia desmedida que conmueven al país y no duda en atribuir a la pandemia el incremento de la agresividad.

“Se exacerbaron el egoísmo y la intolerancia y sobre eso hay que concientizar”

“La violencia tiene que ver con la ruptura del tejido social”, dice Lahitte y agrega “ese tejido social sólo se conserva y se mantiene cuando las interacciones humanas tienen una cierta continuidad. Si se rompe la continuidad el tejido social empieza a debilitarse hasta que se rompe. Y cuando se rompe pasamos a la indiferencia, a la intolerancia, a la frustración. Y creo que esto se va a seguir profundizando”.

“La ruptura de lazos, los inconvenientes asociados que se suman al problema principal (que es la pandemia), hacen que las reacciones sean desmedidas, irracionales, que el egoísmo se exacerbe y que el otro casi no nos importe. Frente a este panorama es necesario crear conciencia de que esto está pasando. Y reconstruir el tejido social es el gran desafío”, agregó el antropólogo platense.

Para el especialista, “estamos asistiendo a un ´cambio cultural´, más complicado y con más daños colaterales que los provocados por el virus mismo. Implica cambiar una cantidad inmensa de situaciones y eso va a llevar mucho tiempo”, sostuvo.

Los especialistas advierten también por un riesgo de naturalización de la violencia.

Los expertos advierten también por un riesgo de naturalización de la violencia

“Existe un riesgo de naturalización de la violencia, de que la vida de todos los días se convierta en una suerte de un todos contra todos”, agrega Lahitte.

Para el antropólogo platense la mediatización tecnológica, que ganó terreno en los últimos años a la par de la crisis, también aportó lo suyo al nuevo escenario.

“Contribuyó a separar, exacerbar el egoísmo y la búsqueda de satisfacción inmediatas”, opina Lahitte, quien también encuentra otros dos rasgos preocupantes muy presentes en este momento de la sociedad: el desinterés por el otro y la incapacidad de respetar los límites.

“Son aspectos sobre los que hay que crear conciencia y trabajar para cambiarlo. Y eso va a implicar un gran trabajo”, sostiene.

frenos inhibitorios debilitados

Para el psiquiatra platense Pedro Gargoloff, “es muy probable que la situación de frustración, enojo, provocada por la pandemia pueda haber exacerbado la violencia, o quizás más, quitado algunos frenos inhibitorios que podrían evitar hechos de violencia. Pero esto viene desde mucho antes. Es probable que la pandemia, en todo caso, lo haya potenciado. Pero de lo que no hay duda es que quienes protagonizan hechos de esta magnitud tienen un problema de personalidad antisocial. Porque para cometer semejantes hechos tiene que haber una alteración lo suficientemente severa como para ser insensibles ante el sufrimiento del otro”.

La psicóloga Marina Rovner, en tanto, destacó que “encuestas que habíamos hecho en la Universidad Abierta Interamericana y también trabajos que la UBA hizo durante 2020 ya habían estimado que si se prolongaba la pandemia iba a haber un empeoramiento de la salud mental de la población. Y se prolongó, por lo que también creció el cansancio, la incertidumbre sostenida, las pérdidas económicas. Y aún los condicionamientos continúan. ¿Qué genera esto?: miedo, estrés, depresión y ansiedad. Estamos viendo un incremento de la violencia cotidiana en que el enfado se vuelve extremo y violento. A esto se denomina ira. Y aparecen cada vez más estas situaciones fuera de toda escala que conmueven y preocupan a la sociedad”

 

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