El emperador, el relojero y la “fonderia” italiana”

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La torre campanario de la Basílica es un “monumento Constantino” que fue, por muchos años, el punto más alto de la Ciudad, dice Giglio. Y como podía verse desde el Río de la Plata, hacía las veces de faro. Se construyó en 1913 para conmemorar los 1600 años de la firma del edicto de Milán, por el cual el emperador Constantino concedió a los cristianos la libertad de practicar su culto. La torre mide 62 metros de altura, incluidos los tres metros y medio de la cruz de hierro que remata el campanario, con la inscripción en latín de la frase que en sueños vio Constantino antes de la batalla del puente Milvio -“en este signo vencerás”- y la soldadura de una “una reliquia de la verdadera cruz de Cristo”, asegura Giglio.

La torre tiene dos pisos. En el primero está el reloj de cuatro esferas, una por cada lado, íntegramente realizado por Enrique Bornemann, especialista en relojes monumentales. Este técnico alemán desembarcó en Buenos Aires en 1930 para instalar el de la Legislatura porteña, pero como el pago se demoró decidió quedarse en Argentina y aquí conoció a su mujer. De esta unión nació la escritora Elsa Isabel Bornemann. “Este reloj es una pieza monumental de nuestra ciudad”, rescata Giglio, actualmente en restauración.

En el piso superior está el carrillón de cinco campanas realizadas en 1898 por la Fonderia de Poli, en Udine (Italia), dedicada a este oficio desde 1453 y responsable también de la hechura del carrillón de la Catedral de La Plata. Como bien apunta Giglio, “antes de que Colón llegara a estas costas, De Poli ya hacía campanas”.

 

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