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Policiales |OCURRIÓ EN LA PLATA

El extraño (o no tanto) caso de las parejas cambiadas

Un crimen de los que se daban en llamar “pasionales”. La amistad entre dos matrimonios que se llevaban bárbaro

El extraño (o no tanto) caso de las parejas cambiadas

Darío Squire y su por entonces esposa, antes del cambio y la tragedia (izquierda). Arias con uno de sus abogados, el doctor Scarpino (derecha)

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

26 de Junio de 2022 | 06:14
Edición impresa

 

“No fue un cambio de esposas. Ellas también eligieron cambiar”.

El viejo detective retirado me dice que la palabra “viejo” está de más. Y lo hace en ese tono entre la seriedad y la broma que algunas personas usan casi de manera permanente. En una de las mañanas más frías del año entro a la casona de Parque Saavedra directamente por la enorme biblioteca que va de pared a pared y que adorna la vista desde del jardín de invierno. Irradia calor, aunque no haya nada encendido. Los papeles que asoman por entre las carpetas de cartulina azul, bordó y amarillentas son una completa tentación que se vuelve irresistible cuando el dueño de casa pasa la mano sobre ellos y anuncia: “De acá para allá, la mayoría son casos de infidelidad”. Y es ahí donde le entra la duda sobre el asunto por el que he venido a consultarle: el crimen de Darío Squire o el caso que los medios dieron en llamar de las Esposas Cambiadas. Acaso la sociedad tenía entonces una visión sesgada del asunto y no se detenía a ver que lo que se habían cambiado eran las parejas. Que no sólo habían sido los esposos quienes habían cambiado a sus mujeres sino que también habían sido estas las que decidieron ese cambio.

“No. Yo estaba seguro que sí, pero no. Los nombres no coinciden. Le repito, estaba seguro que en su momento nos habían venido a ver por ese caso, pero evidentemente se trataba de otro. A lo mejor muy parecido. La verdad es que los casos de infidelidad entre ‘parejas amigas’, se parecen. Con más o menos matices, se parecen”.

Y entonces cuenta sobre dos ó tres que recuerda, con detalles novelescos pero sin el signo trágico del que he ido a recordarle.

QUIEN PUEDE VENDER UN ARMA

“El detective tiene que ser un poco psicólogo y tratar de que el cliente no entre en la desesperación que lo lleve a hacer una macana. No es fácil mostrarle a un tipo o a una mujer las pruebas de la infidelidad sobre la que venía sospechando. Más de una vez, después de ver las fotografías de sus parejas en brazos ajenos o entrando a un hotel, nos han preguntado si les podíamos vender un arma”.

En la tarde del 11 de julio de 1988, los vecinos de la zona de 17 y 530 oyeron una frenada de esas que dejan los neumáticos marcados en el asfalto y dos de esos portazos que mueven a decir que alguien intenta hacer una puerta giratoria. Creyeron que se trababa de uno más de los incidentes de tránsito que adornaban el paisaje del barrio. Dos hombres se insultaban y pasaban de las palabras a los hechos. Uno era Darío Squire, empleado en una dependencia estatal y el otro quien hasta hacía poco más de un año había sido su amigo, Hugo Arias, de profesión marino mercante.

“Vaya uno a saber si el trabajo de Arias no habrá influido en esta historia. Uno se pregunta qué hubiese pasado si el hombre hubiese tenido un trabajo ‘normal’, por llamarlo de alguna forma. Un trabajo que no lo hubiese obligado a estar tanto tiempo fuera de su casa. Pero son especulaciones, cosas que se dicen. Cuando algo tiene que pasar, pasa”, reflexiona el veterano detective, conocedor del paño de los conflictos, las angustias y las inesperadas consecuencias de lo que suelen llamarse “casos de infidelidad”. Se refiere a que por su trabajo en la marina mercante Arias solía pasar varios meses embarcado e insiste: “Capaz que si el tipo hubiese estado más tiempo en la casa...vaya a saber”.

UNA CHISPA PARA UN INCENDIO

La historia se empezó a escribir de a gotas, los números fueron saliendo de la ruleta de las casualidades, de la costumbre de encontrarse y disfrutar de las charlas y las anécdotas. Hay millones de historias cotidianas sobre encuentros, amistades entre matrimonios como el de Hugo Arias y su por entonces esposa y el de Darío Squire y la suya. No eran ni swingers ni practicaban el bliss, como se define a diferentes intercambios de pareja. Se juntaban a comer, a charlar, a mirar películas y hubo quienes por entonces dejaron trascender que hasta habrían compartido unas vacaciones en San Bernardo. Verdad o mentira, esto último también puede considerarse una situación común y corriente entre parejas amigas.

“Estas carpetas corresponden a casos de infidelidad”, dijo el veterano detective

 

Nunca se supo, o al menos nunca se ventiló judicialmente, cómo es que empezó todo. Quienes pueden analizar estas situaciones con rigor académico opinan que “a veces el efecto de la grupalidad puede modificar los vínculos. Y el deseo es el desplazamiento de otra cosa. Puede entonces crearse una nueva geografía que estará atada con hilos frágiles”.

Acaso esa fragilidad se haya mostrado en la forma de un roce, una mirada, un circunstancial encuentro a solas en la cocina donde quizá uno fue a buscar un vaso de agua y la otra a calentar una nueva pava para seguir el mate. Las coincidencias, aseguran, pueden operar como sutiles señales. O más aún, ser las chispas que inician los grandes incendios.

Lo cierto es que las parejas amigas construyeron sus nuevas geografías y confiaron sus deseos a la seguridad de una red que resultaría muy frágil para contenerlos.

Cuando se blanqueó, no sin flor de escándalo, la separación de Darío Squire de su esposa y su nueva relación con la de Arias, se echó mano al recurso de la distancia como solución y como punto de partida para intentar una vida nueva. Entonces Squire pidió el traslado en su empleo y con su nueva pareja, la ex de Arias, se mudó a Mar del Plata. El tablero había volado por los aires y acá en La Plata, quedaban los “abandonados” que no tardaron mucho en unirse, quizá buscando consuelo o quién sabe. A la distancia, se reprochaban traiciones mutuamente y se declaraban no haber sido los responsables de la primera piedra. Como sea, había para los cuatro una nueva geografía.

En el juicio hubo dos ausencias clave: ninguna de las dos mujeres estuvo en la sala

 

A las 18.30 del 11 de julio de 1988, cuando la tarde ya levantaba sus últimas luces para dar paso a la noche, se produjo lo que se dio en llamar “El Crimen de las Esposas Cambiadas”. Aunque, como se dijo, lo justo hubiese sido decir que había sido un cambio de parejas.

VOLVER A VERSE LAS CARAS

Un rato antes y al cabo de más de un año de no haberse vuelto a ver las caras, Squire y Arias se encontraron en la casa de la madre del primero. Squire había viajado desde Mar del Plata a ver a sus hijos en casa de su abuela y nunca se supo qué hacía Arias también en ese lugar.

La discusión explotó enseguida y se tradujo en amenazas. Squire nunca pudo dar su versión de esos hechos y su matador dio la suya a la policía y los jueces que atendieron su caso. Arias habló de una amenaza por parte de Squire y que por eso decidió irse del lugar y correr a la comisaría de Ringuelet a denunciarlo. Pero que en 17 y 530 un auto -el de Squire- lo encerró y ahí se bajaron a pelear.

El informe hablaría de tres puñaladas sobre la humanidad de Squire y un testigo dijo que vio a Arias rematar a su oponente con una llave en cruz que sacó del baúl de su auto.

En diciembre de ese año, a cinco meses del hecho, la jueza Elba Demaría Massey le concedió a Arias libertad bajo fianza y llegó así, libre, al juicio oral en mayo de 1990.

Pese a los elementos con que la fiscalía decía contar, la defensa de Arias, a cargo de los abogados Ocampo y Scarpino, logró que el homicidio no pisara el terreno de la alevosía y ni siquiera del exceso de la legítima defensa.

Así, los jueces Garganta, Millán y Bartolomé se inclinaron por darle el mínimo por el homicidio simple: 8 años. Pero ese mediodía del juicio, Arias no quedaría preso. Existía una apelación del fiscal Raimundi a la excarcelación que le había concedido dos años antes la jueza Demaría Massey. Y como la Justicia todavía en ese 1990 no había resuelto sobre el tema, el tribunal estuvo de acuerdo con que Arias siguiera en libertad.

Los familiares de Squire estallaron de bronca, lloraron, insultaron y se abrazaron.

Ese día en el juicio hubo dos ausencias que se notaron fuerte.

Las de ellas.

 

Nota: los detalles de este caso fueron publicados en distintas ediciones de EL DIA desde finales de los ‘80.

 

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