El pollo de laboratorio tiene allanado su camino a la mesa: cómo se produce y qué ventajas ofrece

Estados Unidos autorizó por primera vez su comercialización. Se trata del primer gran mercado en abrirle las puertas a su consumo

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Desde que la primera hamburguesa de carne de laboratorio -una creación que costó nada menos que 330 mil dólares- fue presentada en Londres hace diez años atrás, decenas de compañías de todo el mundo compiten por lograr desarrollarla a un precio popular. Y aunque hasta ahora sólo habían logrado ser aceptadas en un solo país, Singapur, su perspectiva acaba de cambiar radicalmente tras conseguir la autorización para su venta en la principal economía mundial.

Días atrás Estados Unidos autorizó por primera vez a dos empresas a vender pollo creado directamente a partir de células animales, allanando así el camino para el consumo de carne generada en laboratorio a una escala mayor.

Tras revisar las etiquetas del pollo de laboratorio de las firmas Upside Foods y Good Meat, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos aprobó la comercialización de sus productos, que en poco tiempo estarían disponibles en algunos restaurantes.

Ambas compañías habían ya sido autorizadas por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) -reguladora de la calidad de esos productos- en noviembre, y el Departamento dio la semana pasada su visto bueno.

“Esta aprobación cambiará fundamentalmente la forma en que la carne llegará a nuestra mesa”, dijo Uma Valeti, el fundador de Upside Foods, quien considera que se trata de “un paso gigantesco hacia un futuro más sostenible que preserve la elección y la vida”.

Luego de recibir la aprobación, Upside procesó su primer pedido, realizado por el restaurante de San Francisco Bar Crenn, a cargo del chef Dominique Crenn y con tres estrellas Michelin.

Good Meat, por su parte, inició la producción de su primera partida, que se venderá al célebre chef y filántropo español José Andrés, quien ofrecerá el producto en un restaurante de Washington aún no identificado.

CÓMO SE PRODUCE

A diferencia de los sustitutos a base de plantas, como la llamada “carne de soja”, el pollo de laboratorio es literalmente carne. El proceso para producirla consiste en extraer células de un animal, que luego se alimentan con nutrientes como proteínas, azúcares y grasas.

Luego se deja que las células se dividan y crezcan, antes de colocarlas en un gran biorreactor de acero, que actúa como un tanque de fermentación. Y tras cuatro a seis semanas, el material es cosechado, moldeado, cocido e impreso en 3D para darle la forma y textura similar al de una pechuga de pollo.

Quienes han probado el pollo artificial aseguran que su sabor es igual de la carne obtenida de pollos de granja, pero sin sufrimiento animal.

¿SUSTENTABLE?

“La carne cultivada es carne real, pero sin tener que sacrificar un animal. Es una opción que tiene sentido para el futuro”, sostuvo Josh Tetrick, director ejecutivo de Eat Just, la primera compañía en comercializarla a nivel mundial.

Aunque varias empresas aspiran a producir carne de laboratorio para captar el creciente mercado de consumidores que valoran la proteína animal pero rechazan los perjuicios medioambientales asociados a la ganadería y el sufrimiento animal que implica su producción, lo cierto es la mayoría no logra producirla a una escala que permita venderla a un precio razonable.

Aunque las compañías no reconocen cuánto gastan en hacer su pollo cultivado, el mes pasado Eat Just reconoció que su capacidad de producción era de apenas 3 kilos por semana en Singapur.

Dado que triunfar en el mercado general de la carne de laboratorio es complicado y caro, algunas firmas han puesto sus miras en la comida para mascotas, cuyos consumidores son menos exigentes.

Bond Pet Foods, empresa emergente de Colorado, crea proteínas animales a partir de un proceso de fermentación microbiana para alimentar perros.

Otro obstáculo a vencer, además del alto costo de producción, es su sustentabilidad. Porque lo cierto es que si bien este tipo de carne es presentado como una alternativa respetuosa con el medio ambiente, investigadores de la Universidad de California publicaron el mes pasado un estudio en el que aseguran que no es así.

Según los autores del estudio, el impacto ambiental de la carne creada es probablemente superior, al menos en el caso de la carne vacuna, en función de los métodos de producción. Esto se debería a la energía requerida y a los gases de efecto invernadero emitidos en todas las etapas de producción.

Uno de los factores más significativos es el uso de “medios de crecimiento purificados” o los ingredientes utilizados para ayudar a las células animales a multiplicarse mediante métodos similares a los de las empresas de biotecnología para fabricar productos farmacéuticos.

“Si las empresas tienen que purificar los medios de crecimiento hasta niveles farmacéuticos, se utilizan más recursos, lo que aumenta el potencial de calentamiento global”, explicó el autor principal de la investigación.

 

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